El Apuntador

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Ayuda memoria /Genoveva Mora Toral

Rossana Iturralde afirma: “el problema es que acá no hay la tradición de críticos de teatro que existe en España o Francia. Allá, tienen un acervo de teatro que va más allá de la simpatía o no que tienen con los actores”[1]; declaración que me lleva a pensar en varios aspectos de ‘el teatro en Ecuador’, que por supuesto nos incluye.

Recuerdo hace más de 20 años cuando decidí ser ‘crítica’ teatral, y como bien los sabemos, aquí no existe tal especialización, lo he dicho muchas veces, carecía de los títulos estrictamente teatrales, venía de la literatura, pero tomé este camino con alevosía y entusiasmo; de hecho, cuando he regresado a mis primeras lecturas sobre el teatro, me reconozco con varias faltas, pero también puedo ver en ese viaje la sinceridad sin adeudos transcrita a una lectura transparente.  Como todo oficio, la crítica se hace en la práctica, de la misma forma que se han hecho tantas actrices y actores en este país, como anota la misma Rossana, y lo han señalado tantas actrices: por casualidad, por impulso, por enamorarse de el teatro y más.

No soy quiteña, arribé a la Capital, llegué al teatro de Quito a finales de los noventa sin ningún tipo de ‘conexión’ con el gremio, donde me veían, o quizá más certero sería decir ‘no me veían’, asistí semana a semana, vi muchas obras intentando entender el panorama teatral; del que por supuesto hacían parte esas interminables reuniones gremiales, que se cobijaban en siglas que ya no las registro, donde actrices, y sobre todo actores, hablaban de derechos, luego de un largo preámbulo de quejas, seguramente llenas de razón; ese tipo de reuniones no pasaban de hablar de los mismos temas y no llegaban a ningún lado. Yo misma, y junto a Iturralde, entre otros personajes, fui parte de esa asamblea por la cultura, luego de ‘los forajidos’ trabajamos casi un año por una propuesta de ley de teatro para la ‘ley de cultura’, que se quedó en el tacho de basura, momento en el que decidí que lo mío era ‘tras la escena’.

En medio de esto El Apuntador había iniciado nuestro andar junto con Alfonso Espinosa e Isidro Luna en el 2004, al cabo de un par de años ingresó Santiago Rivadeneira, quien también me miró con escepticismo ante una primera propuesta, cuando trabajaba en una Antología de Teatro Contemporáneo Ecuatoriano en el 2001, publicada por la Casa de la Cultura del Azuay, después de que habían transcurrido 11 años sin una sola publicación de obras teatrales; trabajo que provocó, o coincidió, con la publicación que al poco tiempo hiciera Lola Proaño, ella sí, crítica ‘profesional’, catedrática que ha estado siempre avalada por la Academia, cuestión que posibilita la investigación y divulgación, a diferencia de una labor solitaria que, ha tenido que valerse de otros modos para subsistir.

A Santiago se sumó Cristian Cortez, Efraín Villacís, Gabriela Ponce, Diego Carrasco, Aníbal Paéz, Marcelo Leyton, Bertha Díaz, Valeria Andrade, León Sierra, Ernesto Ortiz, por nombrar algunos (quedan muchos nombres de esta lista), y Juan Manuel Granja, escritor que ha colaborado intensamente los últimos años. A todxs mi gratitud y reconocimiento.

Obviar un trabajo evidente de 15 años de la Revista El Apuntador, que además está al servicio del lector en nuestra página (que dicho sea de paso proporciona una cartelera actualizada y no cesa en la construcción del Portal Escénico, entre otras cosas); desconocer el trabajo de muchxs de colaboradorxs, críticxs, todxs profesionales de la comunicación, actores, actrices, bailarinas, que han aportado con su escritura, realmente es sufrir de extrasubjetividad y miopía. Además, vale recordar que El Apuntador, la revista de artes escénicas, llevó por muchos años una labor ampliada con su Escuela del Espectador, primero en las salas de teatro, luego en colaboración con el Cine Ochoymedio, más tarde en Falcso Radio. Al igual que la realización de eventos como como Diálogos con la danza y el teatro, Encuentro de Artes Escénicas, con la Universidad de Cuenca; la publicación de Cartografía crítica de la danza moderna y contemporánea del Ecuador, en sus dos tomos. 

El tema es que, y hablo en primera persona, he sido muy mala para el ‘lobbyng’, no le hago el juego a la política, no me gustan las argollas para lograr invitaciones a festivales y más, asisto cuando me invitan o cuando me place, por un interés artístico y profesional.

La pregunta de fondo es ¿qué mismo quieren o necesitan ciertos actorxs ecuatorianxs para despojarse de ese colonialismo intelectual? ¿el aval extranjero para sentirse segurxs? ¿cuál es el complejo que atraviesa para volverse repelentes al pensamiento propio? ¿qué lxs vuelve tan indefensxs a la hora de un análisis? Por supuesto que estas preguntas no le calzan a todo el mundo. Pero, si en este país hubiera debate y menos complejo, menos inferencia en lugar de autocrítica, discusión en lugar de confrontación o descalificación; sería mucho más saludable. 

¿Por qué cuesta tanto admitir el acierto o el trabajo del otro?  Pocas manifestaciones críticas (es decir serias) con la crítica se han dado en el tiempo. La crítica no se ejerce desde el escritorio, han sido años de asistir a todo tipo de propuestas, ha sido tiempo y energía entregado al teatro y a la danza ecuatoriana, ha sido auténtico amor al arte; han sido, como dijo algún día el poeta, ‘horas trasero’, lectura y aprendizaje, un compromiso profesional adquirido por voluntad propia.  El Apuntador ha sido el referente, el aval para mucha gente y su acceso a becas y concursos.

 La Revista dejó de circular, por varias razones, y, si bien en 72 ediciones está gran parte de la memoria de las artes escénicas del siglo XXI de este país, es el tiempo de recoger lo vivido, es tiempo de otra escritura.

 [1] Entrevista realizada por Gabriel Flores a Rossana Iturralde, en Diario El Comercio, abril 10, 2021