CON VOZ PROPIA. OURÓBORUS. Tejido huma-no en giro sin fin/Genoveva Mora Toral
Ouróburos, lo digo y suena a ritmo y cadencia, lo pienso y tiene peso y profundidad de tiempo. Es este un símbolo potente que, como bien sabemos, habla del inconmensurable eterno retorno, de ese inacabable empezar cuando apenas se vislumbra un final.
Talvez Danza toma este mito, presente siempre en la naturaleza, y a veces reticente para los humanos que sueñan con la vida eterna. Cinco bailarines se apropian, momentáneamente del símbolo para vivirlo en escena, para convertirlo en ritual y desplegar un lenguaje de cuerpos que, ratos quieren escapar de este sino, en un intento por ignorarlo, acelerando el tiempo, rompiendo el curso de esa línea invisible, caotizando (se) el devenir, todo esto que al final, resulta una salida de tono, una ilusión de desprendimiento del ese gran cosmos, cuestión harto imposible; de manera que en un acto de comprensión, o resignación, vuelven a su lugar, al incansable caminar en busca de un final que siempre será el comienzo.
Coherente con esta línea de ‘voz propia’, converso con Marcela Correa y sus pupilos: Juan Fernando León, Vanessa Torres, Estefanía Silva, Clara Polo y Miguel Palacios.
Talvez un grupo que cambia, que muda de piel como la serpiente, léase ouróborus, ¿para rejuvenecer, para sostenerse? Y ¿qué pasa con el proyecto en cada cambio?
Marcela. A Talvez no le veo como el grupo que cambia de gente, sino como la posibilidad de la permanencia, es un grupo con una base sólida, y ser un grupo de danza en Ecuador, al menos ahora no es usual, es muy difícil. Este grupo al inicio era de alumnos, pero desde hace rato es un grupo profesional. Tenemos un proceso constante al cual se van integrando nuevos bailarines, más que la salida veo la permanencia, Aquí estoy yo, Juan Fernando lleva 11 años; cada salida me afecta mucho y las entradas también, pero ahí con una particularidad, es muy rico exponernos a nuevos cuerpos, porque aquí ya cada quien conoce al otro. Sueño sostener el grupo al menos por 15 años.
La gente que entra es porque vi su trabajo y promete, A Clarita la vi en Inédito; o hacemos audiciones, la última audición fue solamente para hombres y tuvimos 8 postulantes y aquí está Miguel.
¿A cuántos aspiras? siempre a 5 porque es un número manejable en muchos aspectos.
Vuelvo al símbolo, Ouróborus un símbolo potente y al mismo tiempo ‘visible’ si pensamos en sus conocidas representaciones: dragón o serpiente enroscada, comiéndose su propia cola, condenados a la repetición.
¿lo asumen como imagen y concepto para representarlo, o para sentirlo?
Miguel. Yo creo que es algo vivido, lo conecto con la primera pregunta que hiciste, porque justamente ouróborus es como este lugar del eterno retorno, ir siempre al mismo lugar hasta el cansancio, y yo en mi vida siempre he sentido eso, yendo de un lugar a otro, trabajando con una persona, luego con otra, y es una carrera conmigo mismo. Cuando ingresé a este proceso fue interesante porque entré en conflicto con ese lado de mi ser que quiere avanzar, lograr, cambiar, hacer más obras, la maestría, etc. y dentro de todo esto venía la pregunta ¿y si me quedo?, este conflicto lo tengo presente no solo en la obra sino en el cuerpo. Pero el mundo está avanzando todo el tiempo y no se puede detener
Vanessa. Estoy con lo que dice el Miguel, para mí es más una vivencia que una representación, fue como una cuestión de perderme completamente dentro de la obra y de todo este proceso, porque esta es una obra que tuvo mucho tiempo antes de estrenarse; fue una cuestión de no entenderme, no sé si como bailarina o persona, no entender dónde estaba, y creo que de alguna forma eso conectó con la obra.
¿era un momento de vida que se juntó con la propuesta? no estoy segura, eso era lo rico, había muchas Vanessas, pero dentro había también una comodidad en todo este largo proceso en que logré acomodarme también en este círculo.
Juan Fernando. Fue algo vivido, más de lo que suele darse en las obras con Talvez, porque entramos desde la escucha y la atención al otro, entonces siempre termina conectándose con algo del grupo. Para mí el oróborus es el mundo en que estamos, todos envueltos sin poder escapar; y siento que como grupo siempre hemos estado en esta línea de sentir y vivir en escena, de sacarlo desde lo personal y colectivo.
Marcela. Cuando tú hablas de representación, digo ¡no!, no, porque odio la representación, es más, el nombre apareció después, el primero era Sin plan B, no queríamos representar el oróborus, y en esta como en otras, les propuse hacerlo desde sus cuerpos ¿cómo conectan el cuerpo con un objeto, con una idea? y que sea el cuerpo el que responda, el que decida. Este juego empezó con una pelota que se hizo péndulo, luego vino el giro, el mundo, y luego buscamos materia. Además, siempre es improvisación y ahí hay que poner el cuerpo.
Vanessa. Ha sido una obra muy física, las otras han venido más desde lo sensorial, esta es muy física. Muy activa, intensa…
Por otro lado, la dinámica pre-establecida, de que el público camine alrededor del ouróborus, obra como una fuerza energética que se suma a la de los bailarines, pero cuando caminas en sentido contrario, cambia la energía, al menos así lo sentí como espectadora. Es muy interesante cómo siente quien mira, hay una sensación que va subiendo en intensidad y por tanto hay que contenerla, porque provoca entrar al círculo. ¿Estaba pensada de ese modo o es algo que dejaron al azar?
Marcela. Un día que los veía trabajar, yo empecé a caminar alrededor y sentí “qué bacán” y como a mí me molesta mucho ese público que está sentado mirando, pensé que era bueno proponer mirar desde otro lugar. Entonces, todo lo que tu fuiste sintiendo ¡Bien! Porque es eso lo que quiero, que haya una envoltura corporal física con el público, yo sé que el público siente ganas de tocarles, de ver el agua que está cayendo en esos recipientes de cristal, etc.
Estefanía. Eso de que el público tenga una experiencia, obedezca o no a la premisa, desde adentro yo sentía al público como un engranaje del reloj, un engranaje que nos contenía afuera, y me daba mucho para seguir en este círculo sinfín.
¿Y en los entrenamientos donde no tenían gente?
Clara. Hay una diferencia enorme, como dice Estefanía el público es el último engranaje que genera incluso una temperatura, cambia el clima; aunque habíamos tenido ensayos con gente, en escena fue intenso porque, además, teníamos que tenerlos presente, cuidar de no accidentarnos con el movimiento de las sillas, por ejemplo. Pero pasó que en una función casi nadie se movió, y entré en desesperación, en algún momento sentía como un abandono, luego lo asimilé y me calmé.
Que también es bueno, porque rompe la expectativa …
Sí, agrega Marcela, porque el público se vuelve parte de la coreografía.
Clara. Deja de ser espectador y se vuelve parte del dispositivo
Miguel. Para mí hay dos momentos muy potentes: cuando observamos al público y nos confrontamos, son encuentros fugaces en la mirada, pero se da un intercambio muy representativo para mi danza. Otro momento es el caos con las sillas, al final de la obra tenemos la posibilidad de llegar tan cerca del público que había que tener cuidado. En fin, que estas dinámicas con el público nos y les permite también ser conscientes de que están siendo parte de la danza.
Talvez predispone, porque cuando voy a verlos siempre me digo ¿y ahora, qué idea tendrán y cómo no se repetirán?
Marcela, sí el otro día alguien decía “yo no voy a los espectáculos de Talvez porque me hacen participar”
La puesta en escena tiene un ritmo, empieza lentamente, como si estuvieran degustando el espacio y sus propios cuerpos, que poco a poco van despertando a un movimiento más rápido que a momentos se torna intenso, al igual que cuando se ‘acoplan’ a esas sillas con ruedas que les permite conformar una especie de desconcierto, que al final es ordenado, porque no se chocan, más bien se evaden; y en ese sentido creo que rompen con el ouróborus porque en el universo no hay contención, aquí parece entrar el cálculo racional, un desborde temporal, antes de volver a su quietud y silencio.
Lógicamente esta es mi lectura, pero ¿cómo están medidos los tiempos, la libertad que tienen los intérpretes, en cuánta improvisación y cuánta contención? ¿está marcada esta dinámica, había una premisa?
Marcela. Es toda una estructura marcada, pero cada momento estructurado se resuelve en la improvisación; pero tienen que moverse con un movimiento continuo, primero en el piso, luego van subiendo de nivel, hasta llegar a lo que llamamos ‘cosas raras’, de ahí van al vórtice, creo que es el momento más complejo, y luego vuelven a bajar
Vanessa. Teníamos, por ejemplo, un momento en el piso cuando giramos, no necesariamente contamos, es más bien un modo de sincronización con la respiración, es una escucha entre nosotros para lograr coincidir y también desprendernos.
Miguel. Justamente en ese momento de la “salchicha” -anota entre risas- aunque es el más coreografiado, es también donde la escucha es clave, porque no está marcado quién sale primero, sino que se da algo espontáneo que tiene que tener un orden; tenemos que estar pendientes, vivos.
Marcela. Luego los “bichos” que los llamamos, cuando ya están en las sillas, donde son una especie de animal sin norte ni sur, hay una arquitectura, pero no hay situaciones, como sí ocurre en la que llamamos “la parte humana”, usando esas mismas sillas, pero empieza un momento de pugna, agresividad, etc. eso sí, en todos los momentos funciona la improvisación.
Entiendo, pero yo, como espectadora, no alcanzo a distinguir estas precisiones, veo como se mueven, se levantan, se quieren desprender del otro y al mismo tiempo no quieren romper el oróborus, por eso se tocan…
Pasando al tema del vestuario ¿cómo fue pensado?, desde afuera toda esa textura me sugiere piel y los vacíos me dan la sensación de desgarramiento, y en sus cuerpos se presume la necesidad de escoger en dónde apoyarse.
Marcela. En esta obra era difícil conseguir un vestuario que no se dañara, no podían tener nada suelto, ni siquiera el pelo; ellos querían mangas largas porque se arrastran mucho. Sara Molina pensó resolverlo en bordados, y con esa textura del bordado damos la idea de piel natural y también animal, piel de naturaleza, de micelio; en resumen, es el referente del tejido humano en giro sin fin.
Clara. Cada parte de la obra tiene un referente, el inicio es la miseria, por ejemplo, y esa imagen también está en el vestuario, como lo está la de los reptiles, y todo conectado al movimiento. Y lo increíble fue la experiencia de bordar, todos pasamos bordando, Marcela bordó como 200 horas.
¿Y el color del cabello?
Juan Fernando dice, yo siempre me pinto el pelo… pero ahora dijimos también el pelo tiene que volverse parte de estos personajes.
Ficha técnica
Dirección: Marcela Correa
Co-dirección, intérprete: Juan Fernando León
Co-creadores, intérpretes: Vanessa Torres, Estefanía Silva, Clara Polo, Miguel Palacios
Colorista capilar: Ludo.ful
Comunicación: Santiago Salgado
Diseño de iluminación: Daniel Mena
Diseño y confección de vestuario: Sara Molina, Marcela Correa
Diseño de objetos escenográficos: María José Terán, Daniel Mena
Fotografía: Juan Pablo Viteri
Mirada externa: Esteban Donoso
Música y sonido: Daniel Mena, Rafaela Balarezo
Producción: Pablo Molina Suárez, Marcela Correa, Vanessa Torres