El Apuntador

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CRONICA UNO: EUGENIO POR FAVOR UNA FOTO PARA   MI MAMÁ /Fer Jr Prieto

Crónicas brechtianas o escritos distantes para pensar el teatro mientras se están preparando un sándwich de queso.

En mi primera crónica brechtiana o escritos distantes para pensar el teatro mientras se están preparando un sándwich de queso, voy a contarles sobre el encuentro que tuve con Eugenio Barba en Buenos Aires, no con la idea de que piensen: “Ay, ya pues, va a hablarnos desde el pedestal de su experiencia”, no por favor, todo lo contrario, vamos a hacer lo posible por humanizar al maestro desde la visión o la energía de un adolescente de quince cuando conoce a su ídolo.

ADOLESCENTE DE QUINCE CUANDO CONOCE A SU IDOLO.

Lo primero es aclarar que Eugenio Barba no era mi ídolo, y yo no tenía quince cuando lo conocí, pero uno en su vida teatral lo ha escuchado mencionar tantas veces, ha leído sus libros, ha visto infinidad de obras donde ponen en escena sus teorías que, bueno, termina estando en el olimpo de los dioses sagrados e inalcanzables, como lo estaría un Kurt Cobain en los de la generación grunchera o un Jim Morrison en la generación setentera, o un Bad Bunny en una generación más próxima ok, Eugenio es un maestro teatral y claro, él bien lo sabe, entonces se comporta a veces como un ídolo rockero, o así lo sentí en el primer contacto presencial que tuve con él.

Pero en este punto y antes de continuar,  quiero contarles de manera anecdótica,  que en mis inicios no supe de Eugenio Barba en un teatro, ni en un taller, ni en una charla de teatreros, a Eugenio Barba lo conocí metido en una cama con una amante marihuanera a la que amaba como a nadie, y que en uno de esos locos días y más fumados que la oruga de Alicia en el país de las maravillas, ella me dijo: “te voy a regalar un libro de Eugenio Barba” y no me regaló un libro sino unas copias argolladas de El arte secreto del actor, diccionario de antropología teatral, que fotocopió de su escuela de teatro, libro que todo artista escénico debería leer  y estudiar alguna vez.

QUERÍDA AMANTE FUMANCHERA:  si algún día lees esta crónica, ¡gracias! por haberme enseñado a Eugenio y por esos días marihuanos que, en mí, nunca más volvieron.

Continuemos.

Para escribir sobre mi encuentro presencial con el maestro, debo remitirme veinte años atrás a otro encuentro celebre que tuve, esa vez con García Márquez, y lo voy a contar rápidamente: Lo vi caminando por la ciudad amurallada en Cartagena de Indias, yo iba en un taxi luego de comprar dos libros, sin pensarlo me lance cual adolescente de quince que ve a su ídolo, a conocerlo, entonces me bajo del taxi sin pensarlo y sin pagar la carrera, justo cuando él iba a entrar a un lugar a realizar una charla, dos tipos sorprendidos por mi aparición repentina en la escena,  que venían detrás, (sus guardaespaldas creo) me detienen un poco de manera violenta pensando que quizás iba a hacerle daño, él un par de metros adelante, se detiene enojado, luego de que yo gritara su nombre, y me pregunta: “¿qué quiere?” y es justo ahí  cuando no supe que quería, pero en una especie de iluminación repentina y con un brazo ahorcándome al punto de no poder hablar bien, alcance a balbucear: “Queeee meeee firmeeee unnnn librooo” (pónganle a la frase sonido de ahorcado y van a ver lo divertido que parece la situación)  él visiblemente molesto y con cara de voy tarde, lo piensa un par de segundos, y luego le pide a los dos grandotes que me suelten, acercándose de mala gana a firmarme el libro, pero justo ahí, justo en ese momento, ocurre la magia, Gabriel García Márquez, el que nos puso a hablar de Macondo, el del realismo mágico, el de Cien años de soledad y otras tantísimas grandes obras, el del premio Nobel, detiene el tiempo y su rostro se ilumina de felicidad cuando ve que el libro que le paso, es del Tuerto López, un poeta cartagenero que él, en ese momento, recuerda de años atrás, entonces y entendiendo que no llevara ningún libro suyo porque no pensaba encontrármelo, no solo me firma ese libro sino el otro, que era de Andrés Caicedo; y no nos faltó sino el tintico para esos gloriosos veinte minutos que se parcho conmigo ahí, en ese lugar cualquiera del mundo para hablar de libros, de teatro y hasta se tomó el atrevimiento de pedirme que le acercara a su casa un texto mío, (cosa que obvio nunca hice) se parcho gracias a un recuerdo, mientras una flaca muy elegantemente vestida,  lo apuraba porque el auditorio o la gente con la que iba a hablar lo estaban esperando hacia rato, pero a García Márquez lo único que le interesaba era hablar conmigo sobre el Tuerto López y otras cosas y de ese momento no me quedo una foto porque no eran épocas aun de celulares o recién estaban comenzando a aparecer, pero si me quedaron dos libros con su firma, en uno de ellos con una dedicación que dice: “para mi colega Fernando” dedicación que cada vez que la leo me pone a suspirar cual adolescente de quince que ha conocido a su ídolo, porque acá, y termino, García Márquez en ese entonces sí era para mí un ídolo de las letras, no como Eugenio cuando lo conocí en persona.  

En este punto se deben estar preguntando porque la anécdota con GGM pues bien, ese hecho me perfiló y me pulió para ir por la vida, sabiendo como actuar frente a un ídolo, o un personaje celebre y he logrado autógrafos, fotos o charlas imprevistas como por ejemplo con los del Gran Combo de Puerto Rico, La Bersuit, Willi Crook, Hugo Hidrovo, Quino (sí, el de la Mafalda) entre muchos otros, entonces claro, cuando voy a inscribirme porque quedé seleccionado para tomar el seminario con Eugenio y no entro por la puerta principal del Centro Cultural Recoleta sino por la puerta trasera que da al Hard Rock Café, donde de paso me tome dos cervezas antes, y me topo por casualidad no solo con Eugenio sino también con parte de los de su grupo, que estaban medio escondidos de su fanaticada que adelante se andaban inscribiendo, pues bueno activé mi modo energía de adolescente de quince tras un célebre y esperé sigiloso a que estuviera solo para pedirle, no sabía bien que (porque no llevaba un libro suyo y no tenía conmigo un libro del Tuerto López)  algo que quedará para la inmortalidad.

Ellos estaban ahí hablando no se en qué idioma, un poco enérgicos, duraron unos diez minutos hasta que cada uno agarró por su lado y, con la suerte que suele acompañarme en esas situaciones, Eugenio solitario sale justo para donde yo estaba, entonces lo intercepto de frente, con el celular para una foto y cuando se la voy a pedir, él me mira, sonríe y me dice en seco: “NO” y sigue su camino.

Yo quedo ahí parado, peor que Carles Puyol el del Futbol Club Barcelona cuando Cristiano Ronaldo del Real Madrid se lo gambeteó en un clásico a tal punto que casi se va de jeta. Bueno así mismo, así quedo yo ahí, inerte, ofendido y sorprendido y recuerdo que mientras lo veía irse y guardaba el celular, se me vino un pensamiento que no olvido nunca: Viejo Hijueputa.

Después de eso fui a inscribirme desmotivado, con más ganas de irme a Bariloche en el invierno que de tomar el seminario, así que bueno fui a subir el ánimo al Hard Rock Café con otro par de cervezas.

LO ODIABA Y EL LO SABIA

Al otro día comenzaba el seminario, por curriculum habíamos sino elegidos, no recuerdo bien,  unos treinta participantes, cuando llegamos estaban las sillas en círculo puestas sobre el escenario de uno de los teatros de Centro Cultural Recoleta, Eugenio Barba junto con Julia Varley llegaron muy puntuales, se sentaron en un par de las varias sillas que aún estaban vacías, Eugenio estaba visiblemente molesto porque varios aún no habían llegado, la gente le explicó que para entrar tomaban un montón de datos adicionales a la inscripción previa, que hacía que todo se atrasara, él replico diciendo que entonces y para qué eso no ocurra se debe llegar más temprano, yo estaba de acuerdo con él, Eugenio respiró hondo y cuando iba a comenzar a hablar me miró y claramente me reconoció, sonrió como pensando: “ah mirá el boludo que ayer cual adolescente de quince  quería una foto” él no es argentino, es italiano, pero así me imagine que lo pensó, porque además estábamos en Argentina;  en ese momento yo lo odiaba, Eugenio seguramente lo supo, pero después de esa segunda impresión, y cuando arrancó con su retahíla de teatrero añejo intelectualoide, lo amé.

Y lo amé (y aquí es donde se empieza a poner buena esta crónica) lo amé porque Eugenio Barba, respira teatro, tiene teatro en su sangre, está hecho de teatro y los años “cimi i lis biinis vinis” lo han convertido en un maestro que sabe qué fibras tocar, Eugenio habla con palabras que se clavan en la piel, hace silencios para pensar qué va a decir y sonríe cada tanto para parecer amable, y seguramente lo es, pero bueno, luego de lo ocurrido, yo no lo veía así, dejó claro cuando comenzó que durante el seminario ni fotos ni videos, una actor joven con pinta más de modelo que de actor, tomó un par de fotos y Eugenio lo cagó a pedos, recordándole que no fotos ni videos.

El seminario solo duró cuatro días, pero fueron cuatro días intensos, cuatro días de escucharlo, de ver como dirigía para nosotros a Julia quien no solo es una gran actriz, sino también una maestra brutal, ella lograba algo que nunca vi en un actor o una actriz: repetir cada acción de sus improvisaciones, sin error, Eugenio le exigía sin piedad para nosotros, pero ella le respondía actuando con un temple actoral en los largos momentos del ejercicio, e incluso por momentos cuestionándole sus indicaciones, no desde el ego actoral, sino con argumentos muy sustentados.

Al segundo día tuvieron delante nuestro, una discusión épica, una discusión de maestros, una discusión que llegué a pensar que estaba montada porque fue una discusión demasiado sincera.

Julia Varley y Eugenio Barba nos dieron en esa discusión una clase magistral de experiencia teatral, de lo que ocurre con los años y el cansancio del oficio, pero también de las ganas de no dejarlo nunca, Eugenio incluso en un punto se puso tan reflexivo que el silencio total hizo alarde alrededor de sus palabras y logro conmoverme tanto que nuevamente amé el teatro como cuando comencé, era curioso porque las palabras de Eugenio eran casi como una despedida y yo sentía las cosas que viví cuando comencé a actuar, justamente a los quince años, en un grupo profesional.

El efecto Eugenio Barba en mí durante ese seminario me hizo llegar a casa al tercer día, uno antes de que terminara, correr las cortinas, apagar las luces y llorar, llorar en la oscuridad porque tres décadas en el oficio me estaban causando un hueco terrible en el espíritu, en el convencimiento y, sobre todo, en la motivación de ser o no ser un artista escénico, pero Eugenio Barba había llegado a mí en ese seminario para rescatarme, él, claro no sabía lo que me estaba pasando, no tenía idea de la crisis en la que yo andaba, y parto diciendo que yo no estaba en modo “admiración de celebridad” pero  en esos cuatro días, me encarriló de nuevo con fuerza y por eso y por todo lo que nos enseñó en esos cuatro días, lo amé.

ACEPTACION COMÚN

La noche del cuarto día cuando terminó el seminario, me tomé el atrevimiento de escribirle, teníamos no recuerdo porque, el mail de su compañía. Le escribí para agradecerle por lo que habían sido esos cuatro días para mí, pero sobre todo para aclarar la duda que tenia de si la discusión del segundo día había sido real o actuada, porque en ambos casos era válida la discusión, pero tenía curiosidad de saberlo.

Le escribí como sabiendo que nunca en su vida me iba a contestar o que quizás otra persona de su grupo o incluso la coprotagonista, Julia, si lo hiciera, pero cual sería mi sorpresa cuando al otro día en la mañana descubro en mi correo electrónico que el mismo Eugenio Barba me había respondido:

Querido Fernando

Te agradezco tus reflexiones. No, nada había sido preparado. La transparencia es la única posibilidad que Julia e yo tenemos para que ustedes puedan asomarse a nuestras condiciones y tensiones de trabajo basada sobre una aceptación común. Te deseo suerte y un largo camino con tu Petisa Babilonia

Eugenio Barba

Y si bien estaba sorprendido y feliz de que me respondió, el detalle más épico, para mí, de su respuesta es que nosotros en el seminario nunca nos presentamos, el aparentemente no tenía ni idea de cuales eran nuestros grupos o proyectos teatrales, al menos eso era lo que parecía y estaba bien, nadie se lo va a discutir porque, además, durante los cuatro días fue poco lo que dijimos, era un seminario para escucharlo y verlo en acción.

Que terminara su respuesta con: Te deseo suerte y un largo camino con tu Petisa Babilonia fue un regalo muy bonito, más bonito que la foto que mi adolescente interno de quince años quería con él, que ahora es mi ídolo junto a varios de los rockeros, celebridades y personas reconocidas a las que admiro.

UNA HISTORIA CON UN FINAL REFELIZ

Pero esta crónica no termina acá, y si algunos al leerla están en este momento pensando: no la alargues termínala acá, pues esperen a leer lo que sigue y van a conocer un muchísimo mejor final.

Durante los cuatro días del seminario, sentí una empatía muy fuerte con Eugenio, por un lado porque se me notaba que había pasado del odio al amor y por otro lado porque nunca me dormí, como si les pasó a algunos durante el seminario,  con Julia era diferente todo era risas, ella era muy amable y siempre que me miraba, sonreía; al principio pensé: qué tierna, le caigo bien, pero como al tercer día se me vino otra idea: debe estar pensando, ese debe ser el boludo que quería una foto con Eugenio y Eugenio lo gambeteó como Cristiano Ronaldo cuando estaba en el Real Madrid a Carles Puyol del Futbol Club Barcelona en un clásico.

Pero bueno después recapacite en que Julia simplemente era muy amable y que seguramente no sabía mucho de futbol.

Entonces al cuarto día, cuando el seminario terminó y estábamos todos ahí, Eugenio me mira sonriente como despidiéndose de esa forma, y cual perrito al que le han tirado un hueso me le acerco envalentonado y le pregunto: ¿Eugenio le puedo pedir un favor, puedo tomarme una foto con usted para mandársela a mi mamá? El me mira unos segundos, suelta una risa estruendosa y me responde: dale, tomémonos la foto para tu mamá.

Inmortal fue la foto, y cual película americana de acción tipo serie B, me voy yendo con la imagen de los dos en el archivo del celular, mientras escucho atrás a una algarabía de personas saltándole encima para sacarse la codiciada foto con el maestro y a él gambeteando con un grito y diciendo que solo se toma una foto más con todos y todas.

Y ahora, se apagan las luces, se cierra el telón y este sí es el fin de la primera crónica brechtiana.