El Apuntador

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Danza en tiempos que se bifurcan / Genoveva Mora Toral

Tengo en mi carpeta tres obras, las tengo en mi retina y he venido preguntándome cómo hablar de ellas, porque, aunque cada una tiene su identidad, su temática, etc. todas suceden en la pantalla y, es este un espacio imaginario donde ‘todo’ cabe y ocurre ‘todo’ en un mismo andarivel, en una estancia a la que simuladamente entramos, pero, en realidad nos quedamos donde estamos y, ‘ellxs’ tampoco están en la pantalla, y no son los bailarines que conozco, o ¿sí? Las obras se vuelven virtuales y sucede el ‘tiempo borgiano’, se divide, se torna simultáneo, como en El Jardín de los senderos que se bifurcan, los bailarines pueden ser protagonistas activxs, pero al tiempo inmóviles, solamente con un click, es posible detener la acción y cambiar de tiempo.

Y, parafraseando al gran Borges, así como “en su infatigable novela, el oblicuo Ts’ui Pên. (…) no emplea una sola vez la palabra tiempo”; en la pantalla no podemos colocar la palabra ‘realidad’, aún si la obra sucediera en tiempo ‘real’, la mediación de la tecnología la descoloca de lo que llamamos realidad. Sucede entonces que, ese no espacio, incide en mi percepción de la danza como algo vivo, porque está mediada por un ojo que decide cómo y cuándo intervenir, porque la propia virtualidad exige pensar cómo sostener la acción, cómo volverla más potente, atractiva, etc. Es decir, la danza, los cuerpos están mediados por una serie de elementos, como también puede suceder en el escenario, con la diferencia de que ‘aquí’, interponen, se atraviesan, se vuelven protagónicos, por tanto, entran en competencia con el propio cuerpo.

Mara, Eva y los tiempos que se bifurcan

Mara, Eva y los tiempos que se bifurcan. Foto Captura de pantalla Youtube

Con guion y dirección de Luis Cifuentes y Sisa Madrid, es una propuesta en donde la imagen compite fuertemente con la danza -sabemos que se puede hablar de una ojo que danza- sin embargo, de comienzo a final nos sentimos seducidxs por la potencia de un ojo que se despliega en el cuerpo y el color: el enfoque de un rostro atravesado por el verde cautivante de las plantas (Cata), o la fuerza de esas fresas que flotan y cubren una silueta sumergida en el agua (Lizeth), el fondo blanco que resalta a la mujer vestida de flores (Camila), la bugambillas que colorean la mirada (Eliana); las frutas que corta (Zully) y brillan (a pesar de ser una imagen muy recurrida en esto tiempos de video); estas, entre tantas imágenes, funcionan como especie de disparadores para llevarnos a la pretensión de tejer una historia que no existe; aparecen más bien como anécdotas corporales, como un pretexto para hablar y transitar desde el cuerpo hacia la fantasía. Escenas surrealistas donde los cubiertos vuelan, los sueños suceden en la terraza de un edificio, donde tiempo y cuerpos se bifurcan, se duplican. Cuerpos corriendo, copas rotas, agua que inunda, todo esto puede acontecer en la fantasía de un encierro, o en el sueño de recorrer la ciudad ataviadas de color y energía, decididxs en su paso y con la convicción de que algún momento saldremos del encierro (mientras suena Lleve, lleve QSYDF).

Interpretación y creación: Darwin Alarcón, Jossy Cáceres, Luis Cifuentes, Fernando Cruz, Camila Enríquez, Marcelo Guaigua, Zully Guamán, Sisa Madrid, Franklin Mena, María José Núñez, Lizeth Samaniego, Catalina Villagómez y Eliana Zambrano
Banda sonora original: Juan José Ledesma
Cámara y edición: David Padilla
Cámara drone: David Guzmán

Dirección Ejecutiva: Josie Cáceres
Producción: Andrés Correa Carranza
Coordinación artística: Andrea Jaramillo

Móvil intangible

Móvil intangible. Foto Captura de pantalla Youtube

Un trabajo dirigido por Talía Falconí, con el apoyo musical de Federico Valdez y el elenco de la CNDE, aborda, no necesariamente el tema pandemia, sí lo hace el de su atmósfera. Precisamente la primera escena en la que una puerta se abre y, prácticamente, los cuerpos son lanzados y van cayendo en espacios delimitados por una geometría, y, una vez encerradxs, ellxs empiezan una suerte de ritual de acomodo, de prueba error con el movimiento.  Mientras otrxs están (¿estuvieron?) sentadxs o acostadxs en los graderíos, una imagen tremendamente recia -evoca la de aquellos cuerpos que a orillas del río sagrado se acomodan para morir-.

El lenguaje y la estética de la coreógrafa están presentes: movimientos pequeños, repetitivos, simétricos y asimétricos a la vez. Seres enmascarados que en medio de ese ocultamiento intentan abrazar, buscan al otro; con pasos de ciego se enfrentan a la obscuridad, se miden unos a otros. Cambia el sonido, la percusión interviene y marca un ritmo más lento y sostenido.  Lxs inmóviles empiezan a desplazarse de las gradas, cobran energía y se agitan, o es la música que, con un sonido que imaginamos como el de un cable eléctrico en tensión, los ahuyenta obligándolos a buscar refugio en el otro.

Entre tanto, un ojo los mira de arriba abajo, silenciosamente, y la acción se detiene, entonces, cada quien, lentamente regresa a su delimitado espacio; la música vibra y sucede un lenguaje entre parejas, manos que se hablan, miradas que escapan de las máscaras para comunicar que es ¿conveniente? regresar a la posición inicial.

La música se despliega y ellxs se desplazan, se arrastran, unxs se quedan estáticos, otrxs ruedan, se refugian en las paredes, o vuelven a las gradas; parecieran que el intento ha sido vano.  No obstante, se da una última tentativa de encuentro, mientras la atmósfera se obscurece y ellxs ensayan mirarse, sentirse; hay tensión en el sonido…regresan su puesto, repiten sus gestos y, de pronto la noche se ha vuelto día…  la danza se ha mostrado como una posibilidad más en el intento de captar una época harto indescifrable.

Creado con e interpretado por: Darwin Alarcón, Cristian Albuja, Luis Cifuentes, Vilmedis Cobas, Fernando Cruz, Camila Enríquez, Marcelo Guaigua, Zully Guamán, Sisa Madrid, Christian Masabanda. Franklin Mena, María José Núñez, Lizeth Samaniego, Yulia Vidal, Catalina Villagómez y Eliana Zambrano.
Registro Audiovisual/Fotografía: Isabela Parra/Caleidoscopio Cine

Nadie nos mira

Nadie nos mira. Foto Gonzalo Guaña

Sin vacilación, el título es una primera llamada al espectador y encierra múltiples posibilidades, otra vez un tiempo que se bifurca, otra vez la simultaneidad posible, nadie nos mira si no entramos al ‘aire’ de la virtualidad, nadie nos mira si no salimos de nuestro entorno, nadie nos mira si no queremos ser mirados (aunque esta posibilidad sale de control). Ellxs simulan mirarnos, juegan a mirarnos, nos sentimos mirados cuando la obra empieza, mas, inmediatamente caemos en la cuenta de que esas miradas han estado dirigidas a otros imaginarios.

Milena Rodríguez, la coreógrafa, nos sitúa en un ángulo complejo e indeterminado, nos obliga a re-pensar el cuerpo, su corporalidad, la idea del cuerpo. “La palabra cuerpo no sólo ha sido interpretada como una metonimia de humano o actor social, sino que involucra la exigencia de ver a los actores como portadores de cuerpo, es decir, sujetos de acción, mediante el cual ejercen el espectáculo social. De ahí que sea necesario señalar que el cuerpo no existe en sí mismo, es necesario anclarlo al sujeto o actor (categorías sociales) para entenderlo” [1].

No obstante, la virtualidad vuelve aún más complicada la tarea de ‘ver’ el cuerpo, porque la tecnología interfiere en el accionar del bailarín, compite con ellxs y los convierte en una suerte de espacio sobre el que puede actuar.

Instalada en estos cuestionamientos que incluyen, en este caso, la pregunta, sobre ‘el cuerpo real’, vemos cuerpos que despliegan lenguajes varios, como para ubicarnos, nuevamente, en la tarea de simbolizar el cuerpo; una pareja en la cocina se mueve de manera geométrica, rutinaria; voces que salen de cuerpos y narran algo de sus memorias, otras se preguntan, adivinan, ¿cómo viven esos cuerpos vecinos que tiene nombres o se los conoce por su número de casa, por la mirada o la soledad?

De cualquier manera, esos cuerpos, nuestros cuerpos son el nexo con el afuera, nos instalan en el mundo. Amén de que estén mediados por esta virtualidad, logramos sentir a través de sus palabras y su estar en el no espacio, esa materialidad que, en este caso el video, la recrea de manera minuciosa y atractiva nos conquista y convenimos con el artificio de pensar que Ellxs parecen habitar en la calma de un rosado cielo en la cima de un edificio, que las duchas pueden ser lugares para escribir poesía con los pies y más…  No así cuando descienden a la representación de la realidad donde los miedos se verbalizan y acumulan. Igualmente, los recuerdos, tal como venía construyendo una de las bailarinas sus memorias de niñez y de barrio, relato que, desde mi óptica cuesta integrarlo en el tono de la obra, no se diga la anécdota final de la casita de campo, que desbarata la atmósfera poética, que a fuerza logra recuperarse con la mirada de ese ojo/cámara que va como dibujando en la pared y van asomando nuevamente los personajes, sus cuerpos y sus voces.

Nadie nos mira es un trabajo arduo, es una constante ‘pelea’ por conseguir la mirada del otro, para no olvidarnos que el cuerpo es el archivo de nuestras experiencias, es el registro del gesto cargado de vida, y como señalé anteriormente, a pesar de la mediación, los cuerpos de estos hombres y mujeres que bailan en el expandido escenario de la virtualidad consiguen conmovernos y sentir su no-presencia.

Concepto y dirección: Milena Rodríguez
Creado con e interpretado por: Darwin Alarcón, Luis Cifuentes, Fernando Cruz, María José Núñez, Yulia Vidal y Eliana Zambrano.
Música y Diseño Sonoro: Pablo Molina
Diseño de Iluminación: Gerson Guerra
Director de Cámaras: David Guzmán
Asistente de Dirección: Martín Guzmán
Edición: Giovanna Valdivieso
Sonido y Multimedia: David Padilla
Registro Fotográfico: Gonzalo Guaña
Archivos escritos y audiovisuales utilizados en la creación de esta obra: Darwin Alarcón, Luis Cifuentes, Fernando Cruz, María José Núñez, Yulia Vidal y Eliana Zambrano.

[1] Sánchez Martínez, José Alberto, Cuerpo y tecnología. La virtualidad como espacio de acción contemporánea. https://www.redalyc.org/articulo.