De músico, poeta y loco...
Genoveva Mora Toral
El popular refrán es el punto de partida de este unipersonal de Pancho Aguirre, el Panchito, el loco; el actor que Cuenca adoptó desde que él decidió habitarla.
El loco es una especie de provocación, de irreverencia teatral, que ciertamente pocos actores se atreven, hay que insistir ‘actor’, hombre formado para las tablas, porque corre el riesgo de cruzar la peligrosa línea de lo fácil. Pancho se da el lujo porque él, en sí mismo es ya un personaje, lleva consigo ese componente de ficción y realidad. Pancho juega al charlatán de feria, y claro que recurre al diccionario popular, a la broma liviana, al desafío del orden y el aseo, pero lo hace con pensada sutileza.
Su desfachatez, aunque no llega abiertamente a la ironía, bordea sus linderos, mas decide no adentrarse en complicadas lides, opta por ser más liviano y acampar en el terreno lúdico. Ataviano de una malla roja, su largo cuerpo y cabellera, cubierta de un sombrero en trizas, inicia su momentánea estadía en escena, porque a la vista salta que no se trata de una puesta formal. De hecho, es un trabajo donde recrea su figura de loco andante, que la traslada también al espacio público.
Lo cierto es que Pancho se divierte diviertiendo a los asitentes, y aunque el discurso, en primera instancia puede parecer banal, precisamente por la ausencia de pomposidad con la que arriba al mundo del poema, alcanza el estadio de la crítica social.
Luego de su apertura sostenida en refranes populares, enfila hacia la poesía, cuyas distintas voces van apareciendo en calidad de alter ego. La primera entrada poética la hace en la voz de Carrera Andrade “ la compañera cigarra canta con una astilla en la gargan/conspira entra la verdura contra la humana dictadura”; como para ubicar al público en qué dirección va ‘el loco’, mientras de su bolsa va sacando objetos, flores, ropas, pañuelos, conforme los necesita para sugerir personajes…que se ríen en verso, “verás entre meadas y meadas, más meadas de todas las larguras, unas de perro, otras son de cura, y otras quizá de monjas disfrazdas…”, lanza al aire las palabras, y en plena calle o enla escena pueden sonar al viandante o al comandante como atentado al patrimonio… razón válida para que el protagonista aclare que no se trata de infracción ni quebranto alguno, sino que se trata de que este ‘loco carnetizado’ tiene en su memoria a un tal Alberti que años ah, se reía también con ganas.
Este ‘loco’ no nació poeta, evolucionó desde la normalidad del empleado cualquiera, que con el paso del tiempo ‘se caga’ en la noticia del orden formal, y nos recuerda, incluso, que cualquier cagada bien podría ser el pedido para una de esas conceptuales y contemporáneas obras…
Y así… va recorriendo anécdotas, memorias familiares y de barrio a las que adoba de poesía. Recurre a Pizarnik, para hablar de política, para recordar por sí acaso nos hayamos confundido, que “ Una mirada desde la alcantarilla puede ser una visión del mundo y que La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”.
Él como todo loco, y como todo cuerdo, eleva su voz para reclamar el costo de vivir, acude entonces al inolvidable Fakir, para insistir en lo que “cuesta la pólvora en el buitre del antílope/ la tuma del oso en el cajón del sastre… Tú sabes lo que muele un solo cráneo entre dos horas consecutivas/ Tú sabes cuánto rueda el pan fuera de Misa/ Tus niños duermen en el hueco de la alfombra”.
E inmediatamente de este alto vuelo, antes de que la poesía ‘nos eleve’, aterriza en el más prosaico chiste, lanza la voz de alerta en un gesto de supino atrevimiento, “una ballena en el río Tarquiiiii…”, y la risa estalla porque el muy atrevido ha jugado una vez más al chiste burdo, a esos de bar de mala muerte, sin que a él se le frunza el ceño, y además termina con una bocanada de buen trago que lo ‘sopla’ para ahuyentar los malos aires a modo de despedida.