Delia la Canoera /Santiago Rivadeneira Aguirre
La Canoera, narradora de cuentos y de fábulas, tiene como interlocutores al río, con sus sonoridades interminables, al cocodrilo Fulgencio con los ojos siempre llorosos, y a la naturaleza. Ella está sentada en su canoa rivereña, ‘libre del espíritu moderno’, y hace una invocación y una demanda a otras formas de la escucha.
Inventa la magia y la poesía, por eso insiste que sus fábulas son para los seres humanos. El suyo es un personaje que se repleta de atributos y de roles: es la esposa que espera largos días al marido, mientras intenta que los peces caigan en la red, por eso le suplica al río; y en otros momentos da consejos a su comadre y por eso señala hacia allá, al monte, o simplemente se convierte en la visionaria y la descifradora de la realidad.
A través de dos facultades tan extrañas como espectaculares, ejerce el gran poder de convencer: narrar y construir una verdad (o varias). Esta enorme capacidad de fabulación de la Caonera (Delia Pin Lavayen, actriz y narradora guayaquileña) nos acerca a la fantasía, que es el lugar para el capital simbólico y las imágenes, como si de una vez para siempre, hubiésemos vivido ‘felizmente atrapados en una urdimbre tan sutil como tupida, de mentiras bien contadas’. (E. L.)
Delia Pin, la actriz y dramaturga, con la dirección de Augusto Enríquez, apelaron a la escritura de los recuerdos para concebir una primera historia de la que partió el trabajo escénico; y que, enseguida, se convirtió en el pretexto para encarar, a partir del teatro, una forma narrativa sin reglas, despojada de cualquier estrictez canóniga de lo verdadero, verdades que el Renacimiento y la Ilustración proclamaron después desde la ciencia y la razón.
El discurso ‘mentiroso’ del narrador, dice Enrique Lynch, que el cuentero prodiga a sus escuchas e interlocutores, humanos, animales o la propia naturaleza, tienen un sola intención: que la mentira ‘gane en verosimilitud, por tanto en veracidad, si las conexiones en la secuencia de los sucesos narrados son más estrechas y consistentes’ (El merodeador, Enrique Lynch, 1990)
Delia Pin cumple con sobriedad y altura la regla básica o tradicional de la narración oral, contar mentiras, y porque también están las soluciones escénicas, cuando el personaje de la Canoera puede desdoblarse y ser Fulgencio, el cocodrilo, que reclama su derecho a la escucha; o en otro momento volverse el fantasma promisorio de un eco que retumba en la comarca de algún lugar rivereño de la costa ecuatoriana.
La Canoera, enriquecida por esa licencia tolerada que es la narración oral, ha puesto en juego una virtud habilitan para mantener vigente, de alguna manera o gracias a la magia del cuento, la autonomía espiritual de los seres humanos, sin desestimar del todo, el ideal de la verdad o el progreso, que más tarde iba a materializarse en la certeza cartesiana y la razón, no sabemos si para bien o para mal.
La Canoera camina por el río y se aleja, dejando una estela de palabras y sonidos, verdaderos o aparentes, dependiendo de nuestro denuedo y las ganas para creer en las posibilidades de la naturaleza o de la vida.
Ficha técnica
Grupo: Vozquejo Teatro de Guayaquil
Dirección: Augusto Enríquez
Dramaturgia/Actriz: Delia Pin Lavayen
Vestuario/Maquillaje: Miriam Murillo
Iluminación: René Chiquito Lino
Arreglo musical: David Calero Pin