El Apuntador

View Original

EL AMOR DESPUÉS DEL AMOR, DESPUÉS DEL AMOR, DESPUÉS DEL AMOR… | Sharon Olazaval

Yo tuve uno así.

Un espadachín de rulitos.

Un espadachín, flaco, narigón y de pelo grande. De labios gruesos y ojos enormes.  

Igualito al Fito. Tan igualito que ver la serie El amor después del amor fue como vernos, a mi espadachín y a mi, en un álbum de fotos móviles repartidas en recuerdos que nunca nos pasaron pero que se acercan un poco a lo que vivimos.

Cabe aclarar que no me estoy comparando con Fabiana Cantilo, de ninguna manera, ella era y es muy muy muy cool como para que yo diga que me parezco a ella. Pero eso que tuvo con su Fito, yo tuve con el mío. La única diferencia es que yo no era un espíritu libre, él sí. Yo era más como una estudiante de abogacía en un mundo de sexo, drogas y rock and roll y él era el sexo, las drogas y el rock and roll, solo que yo no estudiaba leyes sino teatro y a parte del sexo, las drogas y el rock and roll también había amor, tabaco y cine.

Qué loco que ese universo de noches convertidas en madrugadas, de sustancias varias y de música para escuchar, o bailar, o besar guarde las mejores historias de amor: Fito y Fabi, él y yo, Johnny y Winona. Y aunque bellas, malditas porque nunca duran.

El amor después del amor, Netflix

Veo a Fabi que en realidad no es ella pero para mí sí porque prácticamente no la conocía antes de ver la serie. A él tampoco, su nombre sí, un par de canciones también, y nada más. Lxs veo a lxs dos y noto algo que me hipnotiza. Puede ser porque él se parece tanto a ese a quien amé, puede ser, también, porque extraño Argentina o, incluso, porque es época de eclipses; pero esos dos personajes me resultan fascinantes.

Son lxs actorxs.  

El trabajo que hicieron pero también lo que son.

Ella, Fabi, o sea Micaela Riera, comienza un poco áspera, mejor dicho, unx la percibe así porque los primeros encuentros con su personaje resultan un poco inverosímiles. Es que ver a una argentina tratando a la gente de usted es un poco raro. Pero más que eso, el mismo personaje es uno de una forma muy específica: una chica que va por la vida enquilombada, siempre con un cigarrillo encendido en la mano, rompiendo las reglas y con una energía explosiva; que si no se hace bien puede destruir la ilusión de la pantalla y dejar a la vista a una actriz actuando. Justamente, el riesgo de un personaje así es que la actuación se vea impostada y muy explícita, es decir, que recalque todo el tiempo que es (en este caso y para resumirlo de alguna manera) una chica fiestera y no se deje ser otra cosa. Pero a medida que pasaban los capítulos más me perdía en el humo de su cigarrillo y menos en mi tratar de identificar sus momentos que, según yo, no funcionaban. Hasta que no hubo ninguno (tal vez nunca los hubo) y pude ver la fuerza de su interpretación.

Mica (porque todxs en Argentina usan la versión corta, de una o dos sílabas, de sus nombres de pila como Fito, Fabi, Ceci, Nico, Gonza, Facu, Flor, Lu, etc.) desaparece en un rostro que carga la dureza de la fiesta y los excesos, en un cuerpo rock and rollizado que, entre otras cosas, se acomoda naturalmente en poses de portada de revista, en una voz grave que delata los desvelos y la fuerza que hay que tener para moverse como mina en el mundo del rock, y en una extravagancia generalizada que mezcla palabras de amor, de bronca y de juego solo como una verdadera rockera podría hacer. Así, Mica se trasluce y da paso a esta idea de Fabi, una verdadera creación que tiene todo el mérito de la actuación pues cuando se ve a la actriz siendo ella misma en alguna entrevista o evento, no hay atisbo alguno de Cantilo.

Yo también era actriz y actuaba para su cámara porque él quería ser director de cine. Soñamos juntxs una película y filmamos una pesadilla. Nuestro primer beso vino mucho después de ese querernos matar y el último muchísimo después de ese querernos amar.

“Lo extraño, Paez” diría Fabi, “te extraño, Jo” diría yo.

El amor después del amor, Netflix

Él, Paez, Fito, en realidad Ivos Hochman, tiene toda la magia no de actuar, como Mica, sino de ser. Hay una suavidad en sus formas que hechiza: su altura y delgadez hacen que verlo moverse sea como ver a una de las esculturas cinéticas de Theo Jansen caminar, la inocencia y la dulzura que su voz guarda hacen que escucharlo insultar o seducir se vuelva un género musical del indie más melancólico, y su calma absoluta una energía pacífica que mantiene en todo momento y que, en contraste directo con lo estruendoso del rock, hace que verlo y escucharlo se convierta en un verdadero placer no-culposo.

Pero todo esto es el actor, no el personaje, porque esa serenidad no es algo que construyó sino que ya es parte de él, viendo entrevistas al actor me percato de ello. Y sí, claro que la moldeó un poco para coincidir con el cantante, pero parece que no hizo gran cosa. Es por eso que con Ivos pasa todo lo contrario que con Mica, el actor no se trasluce sino se opaca, y se matiza un poco; sin embargo (y esto es lo más curioso) aquí sí pasa lo mismo que con la actriz: no vemos al actor actuando sino al personaje siendo. Y aunque hay un par de momentos en que parece que se va a romper el hechizo (por ejemplo cuando se enoja y no parece enojado sino un niño que piensa que debería estar enojado) pasa todo lo contrario, no vemos una actuación débil sino una que nos cautiva por la singularidad y extrañeza de lo que crea. Ya lo dijo el mismo Paez, fue la vibra de Hochman lo que le llamó la atención. Y qué bueno que no hizo mucho más porque de verdad es muy interesante de ver y, al menos yo, podría hacerlo incluso hasta cuando se acabe el amor.

El nuestro no se acabó, o no sé, tal vez sí, tal vez ya no pudo seguir teniendo un después porque ya pasó por todos los finales posibles y se fue quedando sin fuerzas. El nuestro ya no es el amor después del amor sino el amor después del amor, después del amor, después del amor…