El Apuntador

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El fracaso de la ciudadanía /Santiago Ribadeneira Aguirre

El ejercicio de ‘ciudadanía’ puede considerarse como un acto de heroicidad, de proeza o una anomalía, dependiendo del ángulo, del punto de vista y de la astucia intelectual. ‘Ser ciudadano’ es parte de un nuevo discurso (¿post moderno?) a través del cual se define la dimensión espacial y temporal del sujeto: el ciudadano adquiere una forma y un modo de actuar, respecto de las macro y microestructuras de una sociedad. El ciudadano, por último, está producido por normas y sometido al poder institucional que a su vez lo forma. O le ‘deforma’, según lo vayan determinando las reglas, los contextos, la tecnología e incluso los modos de sentir.

El Ciudadano Gonzalo Estupiñán

¿Cuál es la crisis de la ciudadanía? ¿Dónde se puede ubicar esa crisis: en la sociedad, en el poder, en las leyes, en el ser humano? El ciudadano cayó en la trampa del formalismo que le tendió el sistema, justamente para deslegitimar cualquier dimensión constituyente de la multitud, que por sus acciones pudiera contradecir el orden instituido. Sin capacidad aparente de sobrevivencia, el ciudadano dejó de ser y no solo de estar; y, además, dejó de ser un símbolo universal sin praxis y sin decisiones gravitantes.

Expulsado de ‘lo político’, sin otra alternativa posible más que la de ser un significante vacío, ya sin ninguna bandera que lo particularice. El significante ‘ciudadano’ es ahora un lugar vacío, de un orden puramente normativo, atrapado en una hermenéutica legal, tan arbitraria como abstracta. Librado a su propia espontaneidad, está prisionero entre las falsas creencias sobre la democracia representativa y la democracia participativa. El famoso axioma de la democracia absoluta, se redujo al acto irrisorio de votar en las elecciones cada cierto tiempo.

El Ciudadano, Gonzalo Estupiñán

En ese ‘ritual de sacrificio’ estaría la base de la ‘tragedia ciudadana’ que la obra de teatro El Ciudadano, texto de Fabián Patinho, actuación y dirección de Gonzalo Estupiñán, intenta desentrañar, a costa de la recuperación de la heroicidad, también sacrificial. En el marco de esa ‘tragedia anómala’ el Ciudadano  (J, es su nombre de pila), se convierte en héroe para salvar a la humanidad. En ambas lecturas (la de la textualidad y la espectacular, aunque parte de la ironía se desaprovecha en la puesta en escena) el ciudadano es el sujeto moderno en franco estado de decadencia. No existe una respuesta (ontológica) al enigma del logos de la moribunda modernidad. El Ciudadano, como el héroe sublimado por la derrota y el fracaso, representa la inutilidad de cualquier pretensión de cambiar el orden instituido.  

Consciente de su fracaso como héroe, afectado por el Síndrome de Savant, sin capacidad para sustraerse de su destino, el Ciudadano decide entregarse a la justicia por un error (la falta trágica) que provocó la muerte del ‘amor de su vida’. Es también la advertencia contra la falta (en el sentido de carencia y de culpa) de ciudadanía, la ilusoria omnipotencia de cualquier otra racionalidad posible, que sustituya la desgastada prerrogativa de futuras reivindicaciones.

El Ciudadano, Gonzalo Estupiñán

Con la desaparición del Ciudadano que deberá ser juzgado por las leyes, hay que suponer que la ciudadanía (como práctica y ejercicio político) y la sociedad deberán regresar a la normalidad y a las decisiones de quienes tienen el poder en un estado de libertad licuada por la representación. Concluye la ‘ilusión ingenua’ del regreso a la heroicidad como reivindicación de lo político. Interpretando a Napoleón Bonaparte, podríamos decir que lo político es la tragedia ciudadana en un momento en que la sociedad ha perdido a sus héroes más representativos, sustituidos por cabecillas y caciques. O por políticos de última hora.

El personaje de Patinho / Estupiñán, no se heroiza ciudadanizándose, recurriendo a la ficción vulgarizada por el sistema. Está otra vez el anuncio o reclamo del Ciudadano: ‘infelices los pueblos que necesitan héroes’. En el marco de esa ‘estetización de la experiencia social, política y cultural’ sucumbe a la ilusión ideológica de sustraerse al poder. Si se puede (a pesar de la arbitrariedad) aceptar que el ‘error’ puede devenir en un ‘error trágico’, cuando el sujeto de la acción (el individuo, el héroe o el ciudadano) se convierte en transgresor de la normas, deliberada o pensada: ¿dónde podría estar el sentido de lo trágico?

Habría que hacer referencia a aquellos mecanismos de causalidad humana, que pudieran incidir en el curso de los hechos desviándoles o tergiversándoles. Los hechos luctuosos no marcan los límites de la transgresión, solo les hacen visibles por su exterioridad. Y está de por medio lo inevitable. Si ya no existe una ‘heroicidad fundadora’ o no comprobable de lo nuevo, entonces tampoco existiría lo trágico. Así de simple. Apenas ciertas conmociones momentáneas (errores o yerros) cuyas implicancias apenas son percibidas por la sociedad. La ciudadanía fundadora es reemplazada por lo simplemente contingente. Al héroe de marras, a punto de sucumbir, le rodean visiones contrapuestas: se despoja de su sudario ciudadano y enseguida se pone el traje de lo espurio, de lo ilegítimo, repleto de detalles insustanciales que le convierten en la execrable caricatura de sí mismo.

El Ciudadano, Gonzalo Estupiñán

En el marco de ese formalismo retórico, también las acciones y el lenguaje del héroe caído se llenan de vacíos y gestos insustanciales. Y ya sin el atisbo de algún modo trágico salvador, el héroe sucumbe nuevamente, arrastrado por la inoperancia. ¿Un estado de putrefacción anticipado? ¿Bastaría un héroe para cuestionar la ciudadanía como ejercicio de lo político? Sin rotundidad el Ciudadano se recoge a una zona de sombra con el fondo oscuro de una ciudad tenuemente iluminada, pero sin ciudadanía.

El ciudadano común y corriente, enarbola por enésima vez el gallardete de la disolución y la orfandad, desolado por las calamidades, corriendo hacia la condenación inexorable para corroborar su inexplicable ‘destino trágico’ de no ser nada ni nadie, con el temor a los dioses y al género humano, que jamás regresará –como Ifigenia– a los brazos de alguna gracia. Aristóteles pudo haber dicho del ciudadano moderno, que es un personaje intermedio entre el héroe y el villano. “Y que se halla en tal caso el que ni sobresale por su virtud y justicia ni cae en la desdicha por su bajeza y maldad, sino por algún yerro (hamartía), siendo de los que gozaban de gran prestigio y felicidad, como Edipo y Tieste y los varones de tales estirpes”. (La Poética)

Ficha técnica

 Texto: Fabián Patinho

Dirección e interpretación: Gonzalo Estupiñán

Asistencia de Dirección: Juan Sebastián Juanse Rúales

Diseño de vestuario y puesta en escena: Daniela Sánchez

Diseño musical: Nelson García

Producción: Estudio de Actores 2021, Cantera

Asistencia Especializada: Andrés Obando

Confección de vestuario: Lucia Maigua

Confección de calzado: Edmundo Lopez  @diosleathershoes

Diseño de Afiche: Fabián Patinho

Animación de créditos: Leo Salas (Palomar Films).

Teaser: Nicolás Coronel (Máquina Indie, Estudio Audiovisual)

Producción: Carolina Leguísamo

Lugar: Teatro de la Flacso - Noviembre 2022

El Ciudadano fue seleccionado para el Festival Internacional de Teatro de la Ciudad de México Teatro de la Ciudad de México, que se desarrollará del 19 al 27 de noviembre de 2022.