EL INFIERNO DE UN ESTRENO SIN SALIDA Santiago Ribadeneira Aguirre
La puerta enrollable se sube de manera estrepitosa, para dejar entrar al primero de los huéspedes a la habitación que le habían reservado. El Portero da la bienvenida al recién llegado que mira, reconoce el espacio, critica el mobiliario: un par de divanes, una mesa con su silla. Se exponen las condiciones y las exigencias para que la estadía sea llevadera. García –así se llama el personaje de marras– un periodista ilustrado, pregunta las razones por las cuales le han quitado el ‘cepillo de dientes’. La conversación deriva en fantasías filosóficas e existenciales.
Minutos después el Portero del Infierno (Pablo Aguirre) baja la puerta y el huésped queda a sus anchas. Enseguida, otra vez el estruendo de la portezuela y el ingreso de Inés (Érika Vélez), la segunda invitada: una mujer edulcorada, dura que echa un vistazo a García (Alejandro Fajardo) y le acusa de ser su próximo verdugo. Cruce de miradas y cruce de suspicacias del uno y de la otra. La palabra ‘infierno’ ronda en el ambiente. La puerta se recoge detrás del portero. La atmosfera de confrontación aumenta en proporción a las estridencias, las disonancias actorales. El sonido de la puerta que se enrolla para la entrada del tercer personaje, Estela (Lissette Rezabala): una joven de aspecto frívolo que se apropia del sofá. Será su espacio, refugio y el límite geográfico. Es Ella la que en un momento dado, saca un celular de su cartera que pone en el centro del conflicto. ¿Un celular –innecesario– en el infierno circular del Teatro Prometeo? Sartre y su texto sacudidos, percutidos y aporreados con indisimulada destemplanza.
La obra A puerta cerrada de Jean Paul Sartre, (que en la versión de Sebastián Cordero se denomina Sin Salida) no necesita entrar en el absurdo límite de descifrar la vigencia del infierno. Tampoco la trama es inverosímil, en el sentido de que al final lo que restaría sería entender el desastre irresuelto de los condenados, lo confuso del engaño, las ‘exaltaciones discretas’ de la condición humana que pudieran describirse en ‘cinco círculos’ desde la indistinción del mundo con el afán perverso de ‘remitologizarlo’, y donde la acción ‘no es la hermana del sueño’ (Baudelaire).
Tal vez lo fascinante del texto de Sartre, estriba en que el espectador puede imaginar, conjeturar, suponer el proceso de degradación del ser humano cuando se enfrenta a otro ser humano, bajo las recurrencias anecdóticas de recordar las referencias lejanas a la teología o al pensamiento cristiano, que hace Garcin. Borges señala en su texto La duración del infierno, que aquella noción ‘no es privativa de la Iglesia católica’. Tampoco alude exclusivamente al dolor, la tortura, el estiércol, los asadores, el fuego y las tenazas en aquel ‘lugar de castigo eterno para los malos’. (J. L. Borges, Discusiones)
Lo otro peculiar de la obra de Sartre es el imperativo para mantener el equilibrio entre la realidad y la ficción, que se pierde y se malgasta en la puesta en escena de Cordero. ¿Cuándo fabulan los personajes? ¿Cuándo actúan? Es la tensión entre la ironía (estar de huéspedes en el infierno) y lo patético (las disputas entre García, Inés y Estela), entre piedad y repugnancia, que suscita ese enfrentamiento, el juego roñoso que se repite cuando los personajes regurgitan sus antecedentes patibularios y luego los escupen al rostro del otro u otra. Sin dejar de lado las componendas, los falsos y oportunistas acuerdos, el marasmo de la selectividad y la podredumbre.
Digamos que lo fundamental en la obra sartreana es la acción y la mirada como forma de pensamiento, “una estructura de racionalidad que define, a la vez, una norma de los comportamientos sociales legítimos y una norma de la composición de las ficciones”, como imprime de su lado un vehemente Rancière al hablar de un supuesto ‘republicanismo estético’ (El hilo perdido 2014). La mirada aparece en El Ser y la Nada como un reclamo a la consolidación definitiva del prójimo: “...nos es fácil, pues, intentar, con ejemplos concretos, la descripción de esta relación fundamental que debe constituir la base de toda teoría del prójimo; si el prójimo es, por principio, aquel que me mira, debemos poder explicar el sentido de la mirada ajena”. (El ser y la nada).
Las distancias se despliegan cuando las miradas confabulan con la construcción de una espacialidad que cuestiona la temporalidad de los encuentros. Despojados de la acción, en la obra Sin Salida, apenas queda la simulación psicológica, la imitación de los personajes que se vuelve transitoria y frágil. Los personajes no están presentes, sino su simple remedo, el calco, la falsificación de sus acciones y por lo tanto, sin mirada teatral.
La debilidad de la puesta en escena y de la dirección, nos remite a otro grado de principios, que no guardan relación con un interés simplemente metodológico que el director explicó antes, sin muchas convicciones. Faltan el convencimiento y la pasión para entender el gran pretexto de la obra de Sartre, para mostrar escénicamente el problema del Mal como confusión del Bien. Ese sería el verdadero infierno y el ‘estado ético’ de cualquier divergencia con el sistema social y las creencias, que exhiben los personajes sartreanos.
Hablamos de la ‘santidad del mal’ que está presente en la obra literaria de Sartre, sobre todo en San Genet, y en El ser y la nada. Y el planteamiento filosófico respecto de la soberanía del ‘compromiso social’ que se ‘llena de escarnio’, de mundanidad. De condena a una visión de conciencia que intenta ‘estar en el mundo’. Nada de esto ocurre en la adaptación de Cordero, sometida a la buena voluntad de los intérpretes, actor y actrices que deambulan en el escenario, bajo las luces inamovibles de los cenitales apuntando eternamente a la escenografía.
Sartre planteaba la estrecha relación que se fragua entre los seres humanos y el deseo de libertad. Son, en suma ‘la misma cosa’. Si el ser humano, ‘es una pasión inútil’, si ese mismo ser humano “se descubre a sí mismo por la mirada o la vergüenza que pueda sentir respecto al Otro, si Dios no existe”, entonces está claro que ese ser humano “tiene que fundamentar sus relaciones internas y externas mediante una moral”. ¿Cuál es esa moral relacionada con esa pasión inútil? Relacionarse con el Otro –dice Sartre– para aprender a vivir ‘sin Dios’ y valorar al Otro ser humano como un prójimo a través del cual se construye la socialización, organizada y consensuada. (Sartre, El ser y la nada).
El terreno de la acción, en el marco del infernal encierro de Cordero, se torna confusa porque la puesta en escena misma se desarticula, obstruyendo el pensamiento y la voluntad de los personajes, dispersos en su línea progresiva estratégica que se vuelve inánime por los excesos del trabajo vocal y gestual, en medio de una atmósfera cenicienta sin la coloración dramática y trágica del conflicto que pudiera definir las ficciones de las distancias entre los personajes. Las miradas, en ese sentido particular, son apenas el reflejo fisiológico e inconexo de aquellas existencias sospechosamente condicionales.
Ficha Técnica
Obra: Sin Salida (basada en el texto de Jean Paul Sartre A puerta cerrada)
Dirección y adaptación: Sebastián Cordero
García: Alejandro Fajardo
Inés: Érika Vélez
Estela: Lissette Rezabala
El botones: Pablo Aguirre.
Lugar: Teatro Prometeo Casa de la Cultura Ecuatoriana / Núcleo de Pichincha / Temporada junio 2023