El Apuntador

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EL INFIERNO ESTÁ EN EL LENGUAJE (Y EN EL TEATRO) Santiago Ribadeneira Aguirre

La noticia de que el infierno ha sido abolido la dan dos catequistas, (Andrea Garrote / Violeta Urtizberea) vestidas con unas prendas estrafalarias, al trasnochado periodista de turismo (Rafael Spregelburd) que duerme después de una noche de tragos y fantasmas en algún hotel de Santiago de Chile. Ellas irrumpen en el cuarto como ángeles caídos en desgracia, porque la única constatación es que ahora el infierno ha dejado de ser un lugar de castigo y de escarnio, para aquellas almas que han pecado en la tierra. El infierno es ahora una metáfora siniestra que puede estar en cualquier parte: en la memoria, en el sistema, en las relaciones, en el amor, en la cotidianidad o en el lenguaje.

Aquellas ‘divinidades latentes’ e irruptoras, diseñan el espacio de la confrontación al que se suma otro personaje (Guido Losantos) que va sufriendo paulatinas transformaciones y mutaciones, hasta convertirse en el protagonista final. Parte del nuevo maleficio del lenguaje es el músico (Nicolás Varchausky) como el narrador extraordinario que también es un ‘dador de forma’ del nuevo drama ampliado, determinado por los sonidos electrónicos, la relación de los hechos, la sucesión de acciones y el desencadenamiento de las causas y los efectos.

Inferno. Foto Tamia Oviedo

Lo que no se puede romper del todo es la estructura convencional del espectáculo, ni la lógica de la verosimilitud, recargada por un escenario repleto de artilugios, adornos, muebles, rincones varios, en suma, una exuberancia de recursos  aparentemente inútiles. El infierno no está solo en el lenguaje sino en las formas, en los objetos, en la acumulación infructuosa de lo aparatoso, en una atmósfera de incertidumbres, en el vacío (existencial y ontológico), en  el conjunto de cosas insignificantes dispersas por todos lados. Las indicaciones parasitas del texto son deliciosas, contundentes en su inutilidad, en lo superfluo que es parte del postulado ficcional de la obra. Y cada uno de los personajes se hace cargo de los detalles redundantes y nimios que nos reafirman en el convencimiento de que, efectivamente, el infierno está en el lenguaje y en sus formas. ¡El discurso epidíctico ha muerto! 

La fábula de Inferno es definitiva: la única manera de escapar del lenguaje infernal es aprendiendo las siete virtudes teologales y de sus circularidades: fe, esperanza, caridad, templanza, justicia, prudencia y fortaleza. Y cada una posee su lógica autónoma aunque se entrecruzan y se superponen constantemente, remarcadas por la presencia sobrante de los objetos y las preocupaciones prosaicas de los personajes sobre cada uno de los momentos del drama y de las verosimilitudes ficcionales.

Inferno. Nicolás Varchausky. Foto Tamia Oviedo

La estructura molecular de Inferno, la obra de Rafael Spregelburd, es una suma teológica que sacude el lenguaje del teatro, lo condiciona, y termina sacándolo de aquel lugar en que le había dejado un supuesto ‘ordenamiento de signos’ que supuso el salto más alto de su propio paralogismo. El teatro debe volver a ser un red de ‘fibras y de sinapsis’ para que pueda moverse con libertad, sin ataduras conceptuales, sin restricciones temporales o causales porque, definitivamente, el infierno, (el De Dante o el de la Iglesia o el de Spregelburd) ahora está en el lenguaje

En la Semana de la Pasión de marzo de 2018, el Papa Francisco le dijo al mundo de la feligresía católica que ‘el infierno no existe’. La confesión tuvo como interlocutor al reconocido periodista  italiano Eugenio Scalfari, en una entrevista que se publicó en el diario La República. En lo pertinente, señalaba lo siguiente:

Inferno. Rafael Spregelburd

-Scalfari: Su Santidad, en nuestra reunión anterior me dijo que nuestra especie desaparecerá en algún momento y que Dios siempre creará otras especies a partir de su semilla creadora. Nunca me habló de las almas que murieron en el pecado y se van al infierno por toda la eternidad. Me habló, por el contrario, de buenas almas y me admitió la contemplación de Dios. ¿Pero las almas malas? ¿Dónde están castigadas?

-El Papa: No son castigadas. Las que se arrepienten obtienen el perdón de Dios y van a la filas de las almas que lo contemplan, pero las que no se arrepienten y por lo tanto no pueden ser perdonadas, desaparecen. No existe un infierno, existe la desaparición de las almas pecadoras. (El subrayado es nuestro)

(https://www.infobae.com/america/mundo/2018/03/29/el-infierno-no-existe-la-sorprendente-revelacion-del-papa-francisco/)

Inferno. Andrea Garrote, Rafael Spregelburd, Violeta Urtizberea,Guido Losantos

El locus infierno cambia de lugar siempre, de acuerdo a las conveniencias de la Iglesia. Superados apenas los viejos y gastados apotegmas del Papa Pío XII y la complacencia del Vaticano con la reacción europea y el fascismo, cómplice, además, de las dictaduras de derecha y de la huida de los criminales de guerra de 1945, el Cardenal Rocalli, después Juan XXIII, habría dicho: “Nosotros no tenemos nada más que hacer que lanzar piedras al comunismo”. Frase falazmente inscrita en la oposición al demonio prefabricado por la Iglesia católica, para justificar su ‘geografía punitiva’, como el limbo, vigente desde el siglo XIII. En ese  mismo Concilio Vaticano II, (1962-1965) instaurado por el recién erigido Papa Juan XXIII ocurren cambios y giros en la ‘política religiosa de la Iglesia Católica’, por ejemplo, que los recién nacidos muertos antes del bautismo no podían ir al cielo. (Onfray / Decadencia)

Inferno. Nicolás Varchausky, Andrea Garrote, Rafael Spregelburd, Violeta Urtizberea

Para Rafael Spregelburd, en cambio, el infierno es una mirada (necesaria) que mira hacia otro lado: al del teatro, en este caso. O a la teatralidad del teatro que puede ser la nueva mirada más allá de su configuración semiológica. No es o no puede ser solo una reconfiguración de signos, un ordenamiento cuyo sentido no tendría importancia cultural o artística. Spregelburd decidió detenerse en la escritura, en la dramaturgia, en la actuación para construir un pensamiento que pudiera ser determinado por ese primordial axioma: el infierno está en el lenguaje. Es la gran ironía (un sentido del humor amplio e inteligente con sus variantes) que le sirve para proponer un teatro de mucha sabiduría y de mucha consecuencia con sus propios principios. Y se adentra en la pintura de El Bosco de la que extrae su compleja composición del espacio de la representación, las figuras e imágenes subyugantes, el color, el dolor, el deseo, una profundidad de campo alucinante que desconcierta.

Inferno. Nicolás Varchausky, Andrea Garrote, Rafael Spregelburd, Violeta Urtizberea,Guido Losantos

Inferno elige desobedecer las leyes de la dramaturgia (si acaso algún vez existieron) con la nueva escenografía del estallido, de la vorágine, de lo laberíntico, de la velocidad incontenible de los diálogos negadores de cualquier lógica estructural, porque más importan las verdades del escenario deliberadamente desterritorializadas una y otra vez. El lenguaje es un ‘filo que corta’ las palabras, que las somete al signo de la ambivalencia porque las frases, las locuciones se vuelvan contra sí mismas, buscando esconderse ontológicamente. Las palabras actúan cuando instauran una distancia entre ellas. En ese espacio ampliado (en el entre) caben los personajes que se interponen o cuestionan por interrupción más que por una intriga que se quiera develar adrede.

Inferno.

La inutilidad de los objetos, las fábulas superpuestas y el simulacro permanente han creado el gran espacio de la sensibilidad a la que concurrieron los espectadores que coparon las instalaciones del Teatro Sucre. En el marco de esas extraordinarias intensidades provocadas por un texto sólido, con personajes vertiginosos y situaciones ‘inútiles’, concordamos finalmente en que si el lenguaje es el nuevo infierno, la única redención posible es la ficción y la experiencia sensible de haber asistido, por ejemplo, al desafío político del teatro de Rafael Spregelburd y del grupo argentino El Patrón Vásquez

FICHA TÉCNICA

Dramaturgia y dirección: Rafael Spregelburd

Elenco: Andrea Garrote, Guido Losantos, Rafael Spregelburd, Violeta Urtizberea

Música original en vivo: Nicolás Varchausky

Diseño de escenografía e iluminación: Santiago Badillo

Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini

Imagen y diseño gráfico: Estudio Marcos López

Producción artística: Carolina Stegmayer para El Patrón Vásquez

Producción ejecutiva: Andrea Stivel y Claudio Gelemur para Blueteam Group

Asistente de dirección: Toqui Doumecq / Pablo Cusenza

Grupo: El Patrón Vásquez / Argentina

Lugar: Teatro Nacional Sucre / diciembre 2023

Rafael Spregelburd (Buenos Aires)

Es dramaturgo, director y actor de teatro, cine y televisión. Escribir, dirigir y actuar son el fundamento esencial de su trabajo que lo coloca como uno de los autores argentinos más importantes. Entre los principales reconocimientos están el Premio Ubú de Italia, Casa de las Américas de Cuba, tirso de Molina de España y los Premios Municipal y Nacional de Argentina. Junto a Andrea Garrote fundó la Compañía el Patrón Vásquez en 1994 y ahora acaba de visitarnos con la obra Inferno –gracias a una gestión meritoria de la Fundación Teatro Nacional Sucre– que él mismo denomina como un ‘viaje etílico y no del todo claro a Santiago de Chile’ de Felipe, un periodista sumido en la confusión y la urgencia por terminar la escritura de su columna sobre turismo. En definitiva, Inferno es la ´fábula moral’ para hablar sobre las siete virtudes y los constantes simulacros que se ocultan debajo de siete llaves.