EL KLÉVER NECESITA NUESTRA AYUDA Por Pablo Salgado J. (Especial para el Apuntador)
A Kléver lo conocí hace ya muchos años, cuando se formó el Frente de Danza Independiente y en Quito había un entusiasmo por trabajar juntos, en colectivo, por el bien de todos. Eran los años del miedo, de las detenciones arbitrarias, del abuso. El gobierno de Febres Cordero lo había dejado bien en claro: “a los pavos hay que sacrificarlos la víspera.” Por tanto, no había alternativa, el camino era juntarse.
Recuerdo que los bailarines y coreógrafos, efectivamente, se juntaban en la casa de Susana Reyes, en un pequeño departamento en la Colón y 10 de agosto. Tomábamos café y conversábamos. Y planificaban las actividades del FDI y los retos: conseguir una sala, organizar recitales conjuntos, y trabajar en la formación y capacitación. El Kléver fue siempre no solo uno de los mas entusiastas sino de los más dedicados. Había regresado hace poco de México, en donde se había formado con el maestro Rodolfo Reyes.
Kléver Viera (Atacaso, 1954) siempre asumió que su destino era ejercer una danza sin poses, ni egos, ni egoísmos. Y esa ha sido también su vida; trabajo y más trabajo; ensayo y más ensayo. Y lo demostró desde sus inicios en su recordada propuesta, Yaradanza. Si bien Wilson Pico fue su mentor, pronto voló con alas propias, y se convirtió en uno de los más importantes coreógrafos del país. Y, después, en un maestro generoso. Y si, Kléver fue siempre el más independiente.
Son innumerables las obras que ha bailado Kléver. Y esa pasión por bailar lo llevó a investigar, a estudiar, a viajar para aprender; para vivir. De ahí dio el salto a la creación, a coreografiar, a realizar perfomances, en las que evidenciaba su forma de concebir la danza y, sobre todo, la relación con su cuerpo, con sus gestos. El tiempo, y el oficio y la técnica, le permitieron liberarse de los artificios, de lo accesorio, incluso de un vestuario innecesario. Se tornó casi minimalista; no a los adornos y si a la profundidad. Siempre en su danza buscó lo contemporáneo, lo que denominó “Danza urbana perfomática.” Una propuesta urbana que, sin embargo, nunca perdió las raíces de su tierra, de sus indios, de sus ponchos, de sus colores.
Dejó el FDI por defender principios, por oponerse a los egos y a los maltratos. Y encalló en el Ballet Nacional, en donde dio rienda suelta a sus coreografías y, sobre todo, a la enseñanza. Afortunados sus alumnos. Son ya más de 50 años de trabajo artístico; nunca hizo concesiones con el poder cultural de turno ni sucumbió a las tentaciones, que han sido muchas. Mas aún cuando la vida del artista, sobre todo en Ecuador, no es fácil, peor si quieres ser autónomo e independiente.
No caer en las redes oficiales y, por tanto, no acceder a recursos públicos, tiene un alto costo. Y Kléver, por ello, caminó siempre por el filo de la navaja. Un pequeño desliz y pierdes el equilibrio; evitar los abismos no es fácil. Aunque esos abismos te permitan, desde lo oscuro, volver a encontrar la luz. Así han sido los años de Kléver, claro-oscuros que duelen, pero también iluminan con sus coreografías y su baile, como ocurre, por citar un ejemplo, en su obra “Angelote, amor mío,” una adaptación del cuento de Xavier Vásconez, fruto de su taller permanente de experimentación escénica.
Hoy, Klever necesita nuestra ayuda. No solo de quienes lo hemos visto bailar y hemos compartido momentos, sobre todo felices. Hoy necesita la solidaridad de todos. Es la historia del arte en el Ecuador, más aún en tiempos neoliberales. Ayer fue el actor y director Jaime Bonelli y hoy es el artista visual Enrique Vásconez y el Kléver. No queda otra, hay que acudir a la solidaridad, ante la indiferencia de un Estado que se jacta de gastar millones en armas, y recortar presupuestos para la educación y la cultura.
Es el retrato de una ceguera estatal, no solo indiferente sino indolente. Un Ministerio de cultura, totalmente ajeno a la realidad de nuestros artistas. Unas instituciones culturales silenciosas. Una Casa de la Cultura que ha perdido toda su capacidad para que se escuche una voz desde la cultura y que, lamentablemente, está en agonía y también necesita ayuda.
Kléver, en su soledad, sabe que la redención será el niño que sigue siendo. El niño tierno que habita en ese cuerpo que, a pesar de todo, seguirá bailando.
Pablo Salgado: Escritor, radiodifusor. Dirige y conduce el programa La Noche boca arriba, en radio de la Casa de la Cultura.