El Apuntador

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EL ÁNGEL Y EL TIEMPO, LA MIRADA DEL ÁNGEL / Genoveva Mora Toral

La obra de arte se traduce, según Walter Benjamin, además de ente creado para ser admirado, en objeto que cumple una función política-histórica, que se constituye también en un objeto de control, en sentido metafísico.

En esta obra de arte que es la creación dancística, original en cada subida a la escena y al tiempo finita, efímera, deviene en testimonio artístico e histórico. Y siguiendo a Benjamin, en su otro famoso ensayo sobre “la reproductividad de la obra de arte”, la autenticidad, el aura de la que habla el filósofo se hace presente en cada ritual escénico-danza- y se erige como valor cultural. Es el aura, la que genera ese, a veces intangible, que nos hace buscar el sentido e interpretar aquello que está interpretado: la representación.

María Luisa González y Leonardo Ramos, inspirados en las reflexiones que Walter Benjamin hiciera a partir del cuadro de Klee, Angel Novus; obra de arte que ha dado lugar a varias lecturas a nivel filosófico. Este ángelus que, con el pasar del tiempo,  se ha transformado en dispositivo crítico, en símbolo de una mirada histórica, motiva una vez más, reflexión; y en esta ocasión, una lectura urdida desde el cuerpo.

Maria Luisa González. Foto El Apuntador

Ella bailarina moderna, dueña de un lenguaje, además del placer de bailar, realiza un acercamiento crítico al retomar la danza, añadirá, asumo, más de una pregunta a su discurso. Si bien es cierto que muchos años atrás -en Mudanzas- apeló al mimo (con José Vacas), hoy junto a Ramos, abordan el mundo de la danza- teatro, como herramienta para cuestionarse a nivel dancístico y filosófico.

Ellos viajeros del tiempo ataviados de gruesos abrigos, con paso inseguro, torpe, parecen renacer en un espacio que los incumbe; cargados de equipaje repleto de memoria “toman un café con el tiempo”, se encuentran “en una noche que puede repetirse, oscura de clara luz de luna, donde el pasado no pasó”; mas instintivamente presienten que puede volver.

Así lo sentimos, así vivimos; así espío yo la escena, repetidamente, desde mi precario registro, como queriendo ver más allá de ese gesto, tratando de palpar esa memoria que ellxs colocaron ante el espectadxr, un recuerdo que es ficción y que de manera porfiada hurga en el pasado ¿real?

María Luisa González y Leonardo Ramos. Foto El Apuntador 

La obra es un diálogo de dos personajes y es al mismo tiempo un contrapunto entre los dos. Él hombre toca tierra, necesita lo tangible, los objetos de la razón puesta en palabras, Kronos el tiempo implacable empuja al futuro, a la ruina. Ella, mujer/ángel quisiera volar, recuperar su liviandad, no obstante, en un momento dado necesita sentirse anclada también al mundo, por ello y siempre por eso, como todo humano peleará por su parcela de poder, negociará por encontrar un lugar, cederá al poder a la amnesia que “triunfa como flor que se abre al viento… Entonces ellos en su recorrido se juntan, y al ritmo de Yumeji’s theme bailan, se reencuentran y juegan, se ríen de ellos mismos, de su descomposición, de sus pérdidas. Y es en este momento cuando regresamos a ‘la mirada del ángel’, y tentamos hacer un paralelo con la propia danza, con el gesto teatral, que con el pasar del tiempo va cambiando, agotándose; constatamos una vez más su condición efímera, ese valor dado por el tiempo, cuya imposibilidad es volver a ser el mismo. Incapacidad que no le resta valor, al contrario, desafía a encontrar otros modos, que no pretenden desplazar al lenguaje ya adquirido, se aprecia entonces la profundidad, esa especie de repliegue, de continencia que permite hablar pausadamente, con el cuerpo.

Los intérpretes alcanzan a sostener, corporalmente, su contrapunto. Despliegan un recatado juego de lenguajes donde él es el fuerte, el de la voz cantante, el viento implacable que amenaza y por momentos amaina, tal como en la vida sucede; ellos son la memoria que va y viene entre el recuerdo y la necesidad de re-crearlo, es decir; construirlo.

Leonardo Ramos. Foto El Apuntador 

La mirada del ángel es, precisamente una construcción dramática donde todos los códigos teatrales adquieren mucho peso, es en ese sentido un trabajo que consigue equilibrar sus elementos y más que eso, erigen un espacio potenciado por una iluminación muy poderosa, que cumple con esa condición dramática, porque justamente en una obra donde el diálogo se compone de palabras y muchos silencios, tanto a nivel oral como corporal, tiene que ser la iluminación ese otro personaje que exhorte la atención y sugiera todo el tiempo al espectador. Igualmente hay acierto en cuanto a la música, que de igual modo, cambia la atmósfera y se hace presente en las instancias necesarias.

Siempre he creído y lo repito, que la figura del director es determinante para el fracaso o el acierto de una obra. En esta ocasión celebro el pulso, la sensibilidad de Gerson Guerra  para reforzar la posibilidades de dos artistas que llegan cada quien con su bagaje, vemos  a un actor –Leonardo- sereno, medido en su gesto, preciso en su palabra, y constatamos la decisión de María Luisa de regresar a escena con la madurez que el tiempo exige, evidenciando en ello la delicadeza de su oficio.