El show del amor instrumental / Juan Manuel Granja
Arranca el espectáculo. Oscuridad total, enseguida un maestro de ceremonias rompe las tinieblas mientras reflexiona sobre la oscuridad, el miedo que provoca y las narraciones que intentan conjurarlo, manipula una linterna como si quisiera causar terror por la deformación y el claroscuro de su rostro: no sabemos todavía quién es, no sospechamos que Hans Vursegovic (Cristian Sartori) es tanto un carismático agente del mal como un personaje-artificio para que la obra inicie y se mantenga en tensión pues, para ese instante, solo el título de la obra late en el pensamiento: Freakshow. “Debe tratarse de algo circense, de algo cruel” nos decimos, la pregunta es hasta dónde o de qué manera será tratada esa crueldad, la pregunta es si es que esta será una obra que haga del freakalgo literal o si será capaz de decir algo sugerente o agudo sobre el espectáculo contemporáneo que nos hace a todos espectadores-protagonistas de nuestro propio absurdo: ¿es posible hoy por hoy cuestionar el espectáculo sin dejar a la vez de hacer espectáculo?
Y sí: es el amor espectacularizado, e incluso la intimidad o la privacidad exhibidas, lo que este circo de fenómenos quiere explotar. El maestro de ceremonias ha esclavizado a una pareja (Cecilio, un entomólogo torpe e ingenuo, acosado por una maldición familiar que le impide amar y Josefina, una caprichosa mujer volcada hacia la aprobación masculina) por medio de la hipnosis. Vursegovic se dispone a hacer de su historia de amor un relato cruel al antojo del sadismo y la curiosidad de un público que se figura tan insaciable y despiadado como ávido de consumir al otro por la vía de su exhibición. ¿No suena esto a transmisión digital de la cotidianeidad? ¿No es hoy el consumo de la violencia, aliada a la vigilancia, el súmmum del entretenimiento?
No obstante, Freakshow no articula estos asuntos desde el eje de las tecnologías actuales. White Bear, uno de los episodios de la serie Black Mirror, resuena a la hora de pensar en el público como auspiciante de la tortura vuelta espectáculo. Y, sin embargo, mientras en la serie se justifica la tortura como una forma de hacer justicia a partir de la humillación pública, este trabajo escénico de tono farsesco apela más bien a la analogía: el maestro de ceremonias aprovecha la ridiculez y a la vez el dolor de una historia de amor (es más, ayuda a producir esa ridiculez y ese drama, moldea sus sucesos) como un espectáculo apto para su promoción en un circo de fenómenos.
“¡Lo que quiere el público es sangre!”, repite este personaje que, si bien pasa a un segundo lugar cuando la pareja (Juan Lautaro Veneziale y Tamiana Naranjo) y su excelente trabajo actoral se vuelven el foco de la obra, no deja nunca de ser el nudo ideológico de Freakshow. En efecto, es este presentador de circo que usa zapatos de payaso y lleva siempre un bastón quien da pie a leer el presente trabajo escénico como una puesta en escena de la puesta en escena. No solo que bajo la convención de la hipnosis es capaz de pausar la obra y manejar a su antojo (que se asume también como el del público) a los posibles enamorados –además de contar chistes y lanzar maní al público como forma de “comprárselo”–, sino que los fuerza a la repetición de gestos y escenas en una especie de looppsicótico: la repetición compulsiva tiñe la experiencia de lo tanático.
Ficha técnica
Texto: Martin Giner
Actúan: Juan Lautaro Veneziale (Cecilio)
Cristian Sartori (Hans Vursegovick)
Tamiana Naranjo (Josefina)
Codirección: Carlos Gallegos (Teatro de la Vuelta)/Tamiana Naranjo (Lukoreta Teatro)
Iluminación: Jorge Gutiérrez Durán
Gráfica: Hernán Pirato Mazza
Lugar: Asociación Humboldt