EL TIEMPO DE LAS INTENSIDADES | Santiago Ribadeneira Aguirre
En la ‘exposición de motivos’ de la obra Isotrópico del Proyecto Agujero Negro, se exterioriza la preocupación por dos fines: el de conservar la vida (evitando la muerte); y el ‘aumentar la intensidad de la vida’ (Bataille). Las tres Moiras –una recreación de las figuras mitológicas griegas como personificación del destino– trenzan la ansiada intensidad que busca regular la existencia de los seres humanos traducida en el ‘deseo de perdurar’.
En la mitología griega, las tres figuras personificaban el fatum, el plan preconcebido que hilaban con desmesura y prolijidad, hasta que llegaba el momento de cortar la continuidad y acabar con la existencia del individuo. Esa es la noción de intensidad que se baila para satisfacer una necesidad, reductible a la duración del tiempo vital. Un gran cubo ‘isotrópico’ desciende desde lo alto y se instala en el espacio de la representación para impulsar los momentos de fuerza y constituir la paradoja de la vida, incluso predisponiéndonos a momentos de sobresalto inimaginables. Los tres personajes vestidos con ropones neutros y usando máscaras, abominan de los entresijos de los vínculos sociales, cuando no están plenamente constituidos. No para desestimarlos, más bien con el propósito de que los seres humanos pudieran entender que la vida es finita.
El deseo de perdurar tiene sus consecuencias. “No se nos permite revelar el futuro”, dicen Ellas. Y se dirigen al público con la voz deformada y estridente, para increparle: “están con las miradas perdidas. A algunos parece que les apesta la vida”. Es la festividad de la inversión de sentido, de la embriaguez, del rito angustioso que anuncia el advenimiento de lo inesperado. Son las formas excesivas del valor natural que se ubican más allá del bien y del mal. El cubo se transfigura, gira, legitima lo inexorable cobijado por una tela roja y se vuelve a cuestionar el deseo malsano de la perdurabilidad y por ende, de la inmortalidad.
Se danza con la excitación del movimiento y la intensidad que insiste en subrayar la intromisión del tiempo como evocación perturbadora. Las tres figuras hieráticas, unas veces enmascaradas y otras sueltas, vuelan por los aires, se sujetan del viento, proclaman el imperio de la seducción y del oprobio. Es la paradoja de la mediación que participa de la circunstancialidad de la vida humana y de la relación del sujeto con la muerte que por la vía de una mayéutica urgente, se pregunta en solitario sobre las acciones justas para tratar de entenderse a sí mismo.
“Tenemos que hablar” han proclamado por enésima vez las Moiras. Decenas de globos sobresalen, se elevan y caen fraguando alguna conspiración. Otra vez la intensidad y el desfallecimiento. La ‘destrucción cerrada’ solo sirve para medir las formas excesivas del valor de uso y del valor de cambio, el punto extremo más allá del cual el ser humano ya no puede seguir avanzando y sin embargo, no hay festejos ni espacio para los reconocimientos.
Lo que sigue es la trayectoria indestructible de la muerte, la imagen de la muerte infamante de quienes jamás van abdicar al derecho de aumentar la intensidad deseada de la vida, la flaqueza o la resistencia que se valoran por la utilidad, que podría haber tenido la peculiaridad de haber inventado la inmortalidad, sin la contingencia de cometer algún desliz que no sea el hecho de evitar o alargar el final de la existencia humana. Y todo esto con la potencia magnífica y el convencimiento de tres bailarines, una iluminación y escenografía instigadoras y el respaldo técnico de un grupo de apoyo con vastos impulsos creativos.
Ficha técnica
En escena: Edison Galván; Juan Francisco Chávez; Luis Cifuentes
Iluminación: Fernando Cruz
Asistencias: Alejandra Núñez; Ana Medina
Lugar: Teatro Variedades – 21 de julio 2023