El Apuntador

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Elegía al amor accidental/Santiago Ribadeneira Aguirre

El amor como el tiempo siempre es el otro. Es una forma de entender las temporalidades que surgen en medio de las vivencias y que desaparecen antes de convertirse en experiencia. Y si cabe alguna intermisión en esta afirmación, habría que señalar la novedad como el elemento indispensable para anunciar el futuro. Es el otro, sin embargo, quien rompe la continuidad que pervierte el tiempo por eso el otro es quien interrumpe bruscamente cualquier posible anticipación. En el amor y en el tiempo no caben las anticipaciones: ergo, el amor es necesitar al otro en el fracaso o la renuncia que reclama el derecho a la felicidad.

Estas variaciones están plenamente planteadas en la inquietante obra Sempiterno del grupo Átomo danza teatro, dirigida por César Vera Santos. A través de cinco personajes y diversas situaciones, sin la plenitud de alguna indefinición ontológica, va surgiendo la idea del amor como vivencia, metabolizado en la vida propia de cada uno. No sabemos si es dable hablar de una ‘naturaleza del amor’, y así dilucidar solo el sentido de aquellas vivencias. ¿Qué es lo importante? ¿Una mística amorosa? ¿Las reacciones instintivas a cada acción afectiva? Por eso las ‘interrupciones’ que marcan la premisa fundamental: el amor avanza destruyendo.

Lo nuevo del amor es la reedición de lo de siempre. La idea que cada amante se hace de sí mismo y del otro es la verdadera novedad, que hace aparecer lo que está pendiente como espera. Lo inconcluso. Se baila, se recorre y se rastrea. O se explora lo ‘sempiterno’, más allá de la oralidad y la inmediatez del amor. Existe una conciencia de la finitud del amor y además una escenificación para que no sea del todo visible. En esa predisposición a ocultar el amor también se basa la exploración de Sempiterno que deja de invocar la inmortalidad mientras los individuos finalmente prefieren la “apocatástasis” o la restauración. O lo inexpresable.

Sempiterno /Átomo danza teatro. César Alvarado, César Vera. Foto Gonzalo Guaña

En varios momentos de la obra, hay un juego perentorio y concluyente: el sentimiento de la proximidad no mide géneros. Su oralidad es manifiesta y accidental. Las insinuaciones son parte del gusto y de lo palpable que se extiende hasta lo fantástico tejido con sueños y pesadillas. Otra vez el movimiento, el gesto que lo constituye, sensiblemente considerado por la forma que los cuerpos exaltan a través del contraste entre el objeto y el sentimiento que despierta aquella oralidad degustativa. El desnudo de ellas y ellos es la ‘inocencia culpable’ como en la tragedia, que causa el advenimiento de lo estético. Se prevé el paso de la ética a la estérica: el olvido es parte de la existencia para superar el tiempo y olvidar al ser amado. Eso es lo accidental para entender que el amor (así lo expresaría Rilke) ‘lo único que produce es que el horizonte se oscurezca’.

La lluvia es el elemento natural para recuperar (o limpiar) la propia naturaleza del amor: superar y olvidar. El individuo accidental debe ser superado por otras aproximaciones, nuevas, distintas (la exploración) que termine imponiendo las consideraciones del ser respecto del mundo de la vida. Suena demasiado existencialista, es verdad. La mentada exploración del amor es la danza de las formas, de la iluminación (magnífica), del gesto, el abandono y el extrañamiento del mundo terrenal. La lluvia, copiosa  lúbrica, lasciva pone las cosas en su sitio: la posibilidad de ser.

 Los cinco personajes dejan sus respectivas singularidades y renuncian a sus existencias individuales. En el centro del suceso, bajo la lluvia, se liberan para ser un solo cuerpo y existir en la repetición natural: “la flor que cada año es nueva y es la misma a un tiempo”. (H. Arendt).

Igual que en el canto de Rilke, importa el ahora del único amante:

                                               ¿Nos es tiempo de que amando

            nos libremos del ser amado y resistamos esto estremecidos:

            como la flecha resiste la cuerda para, concentrada en el salto

            ser más que ella misma?

            (Raine María Rilke, Elegía de Duino, Elegía II)

Ficha técnica 

Elenco: Nathaly Olivares, César Alvarado, Wendy Urdaneta, César Vera y Karla Taboada.

Dirección: César Vera Santos

Fotografía Gonzalo Guaña

Diseño de vestuario Átomo Danza-Teatro

Diseño de iluminación César Eduardo Alvarado

Asistencia Técnica Adrián Vivanco

Lugar: Teatro Variedades,  temporada mayo / 2023