El Apuntador

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Ernesto Ortiz, entre el placer y la obligación / Genoveva Mora Toral

“No tengo porqué mostrarle mis devaneos teórico -filosófico- existenciales a nadie, puedo estar asentado en ellos por años, mi obligación es construir obra. Mi lugar de conocimiento está en la práctica del cuerpo de la danza, todo lo demás es una elucubración y nada más”

 Dueño de temple y decisión, de exigencia, sobre todo consigo mismo, Ortiz ha ido construyendo su carrera, pero también diría que su personaje, porque además de su obra, conocemos (algo) de su modo de estar en el mundo: sin disimulos para la mediocridad, directo en sus apreciaciones y, por supuesto, políticamente incorrecto.

 Un niño que a los tres o cuatro años se interesa en el ballet, porque a su casa llegaban una serie de revistas y videos del ballet ruso y esas imágenes le parecían fascinantes. Todo ese registro queda como guardado hasta que un día se vuelve a contactar con la danza en su época de colegio, más no se acerca lo suficiente. Ya en la universidad, donde no había precisamente danza, mientras estudiaba Comunicación Social, se daba sus escapadas a clases de actuación, que tampoco lo cautivaron.

Voraz Silencio. Ernesto Ortíz. Foto Silvia Echevarría El Apuntador

Hasta que llega el momento, en los noventa, cuando las opciones para estudiar danza estaban en Humanizarte y La Casa de la Danza (que empezó siendo una escuela con 4 años de formación), espacios por los que Ernesto transitó; así como por la Compañía Nacional de Danza, donde permaneció un año; tomó clases con Pepe Molina y “quedé totalmente traumatizado”, pero tuvo también la oportunidad de recibirlas con Mai Scremin, la bailarina y maestra que le contagia y le introduce en ese mundo de la danza que él buscaba.

El Frente de Danza Independiente determina la carrera de Ernesto Ortiz, quien con mucha honestidad reconoce sus referentes “Yo no niego al maestro, porque maestro es aquel que comparte contigo, aunque sea inconscientemente, una forma de hacer las cosas, recuerdo al Kléver y al Terry para quien bailé años, bailé todas sus obras, aunque lo de él era a un nivel intuitivo fue maravilloso. Eran los finales de los años noventa (98), cuando el Frente se rearma en el espacio de la CCE. En esa época tenías claro qué linajes te atraían, qué lenguajes, pensabas qué tiene el otro. Creo que lo hacía de manera inconsciente, porque no pensábamos la danza, sino que la hacíamos, y eso para mí fue un conocimiento fundamental, porque no estaba aquel que decía, si no hace esto no resulta tal o cual cosa, era una búsqueda y dentro de esa práctica, no todos, asumíamos ir convirtiéndonos en coreógrafos, yo recuerdo que ya había hecho algo antes del Frente, porque siempre tuve el impulso natural de crear”.

Voraz Silencio. Ernesto Ortíz y Viviana Sánchez. Foto. Silvia Echevarría El Apuntador

Si bien su interés estuvo fuera de la línea clásica, creía, como muchos en ese momento, que si no se entrenaban en lo clásico, tenían algo menos, “idea vagabunda, errada; solíamos contratar alguna profesora para que nos diera clase…” sin embargo, esas supuestas carencias se llenaban en la práctica diaria de recibir clases con diferentes maestros, y aunque no existía (en el FDI) una metodología, o quizá lo era sin saberlo, aquello de tomar clases y bailar para diferentes coreógrafos; porque si algo se vivía en ese espacio era el respeto por la individualidad, cada quien echaba mano de herramientas distintas. 

“Yo pensaba que tenía como una incapacidad de crear movimientos porque no había tenido suficiente experiencia como coreógrafo y bailarín, entonces, proponía situaciones más teatrales y acciones para empezar a construir, porque no sabía otra forma, o no podía hacer una frase y enseñarle a alguien; luego voy avanzando y empiezo a hacer ambas cosas y, finalmente, se hace solamente lo que marco y digo. Creo que lo que buscaba era construir sobre la ‘falta de formación’ y eso fue muy rico, así lo veo hoy en perspectiva. Funcionaba, sacaba obra”.

Hora Nona. Foto. A. Montalvo

A contrapartida de lo que sucedía en otros escenarios, donde la danza en esos años era preponderantemente técnica, la danza en Ecuador tenía un derrotero distinto, carecíamos de ‘escuelas’ formales, cuestión que puede ser vista como una oportunidad y al tiempo una desventaja, porque si bien acá se construía desde la diversidad, también es cierto que existía un desconocimiento en relación a los avances técnicos, cuya incidencia estaba en abordarla corporalmente con una mirada quizás más respetuosa, y también en lo conceptual, como señala Ernesto, “El cuerpo siempre está lleno, no existe el cuerpo vacío. 

Nos corresponde a nosotros, como profesionales del área, estudiando, entrenándonos, leyendo, aprendiendo saliendo al mundo y viendo que hay conocimiento ya desarrollado sobre la forma de entrenamiento del cuerpo, ser responsables con eso”.

Tres veces no. Foto. Rosie Kuhn

Ortiz ha sido consecuente con sus planteamientos, su fórmula “trabajo diario genera conocimiento”es una ecuación infalible. Así lo ha asumido, su danza pasa primero por el cuerpo, por su propio cuerpo. Esta mirada que implica responsabilidad la ha contagiado a sus pupilos, por ello cuando apreciamos su trabajo, vemos, además de estética, una apropiación del discurso, una percepción de estar en escena más allá de lo formal. Las propuestas de Ortiz dan cuenta de un continuum, de una suma de conocimientos que han ido instalándose en el cuerpo, porque como él lo afirma, “la práctica de la danza no es estática, tiene que ver con el espacio y para cada espacio hay que crear, ahí radica la vivencia; y aunque tenga un conocimiento previo que sirvió antes, no hay que verlo como herramienta segura, hay que huir de las fórmulas”.  

Negra boca del Sueño, Joan Baez.

Ernesto Ortiz es de los coreógrafos lúcidos en cuanto al límite entre la intuición que tiene el cuerpo y la necesidad de nutrirse con otros saberes.  “El consumo de obra artística, fuera de la danza, me da mucho suelo, elementos fílmicos, plásticos, literarios me han sostenido enormemente. La estética siempre la tuve clara”. De hecho, en sus obras subyacen aromas del cine de Wong Kar-Wai, por ejemplo; la palabra es, asimismo, un ingrediente casi indispensable en su creación, porque además de su escritura académica, teórica, este coreógrafo tiene muy fuertemente marcada una línea poética que subyace en su discurso y es, por supuesto, un componente de esa estética que lo caracteriza.

Últimos saldos de espera. Fabián Barba y Lucía Cisneros

“Las personas que construyen real conocimiento sobre las artes escénicas son aquellas que lo hacen con el cuerpo, en el teatro y en la danza. Aquellas que se equivocan, aciertan y se entrenan todos los días; quienes no tienen práctica están haciendo un trabajo solo con el pensamiento y el pensamiento es una parte y es engañoso. Ser totalmente cartesiano y estacionarse en ese lugar es estar mintiendo.  Y no me refiero al crítico, ni al historiador, sino a los maestrxs coreógrafxs, ¡si no les pasa en el cuerpo, no sucede nada!, den una cátedra de lo que sea, de historia o crítica, pero no de creación ni de investigación, porque primero tiene que pasar por el cuerpo, de lo contrario, ¿de qué estamos hablando?”

Podría decir que en la vida artística de Ernesto se imprimen dos momentos, el primero al que hemos aludido, la última década del siglo pasado y, el segundo la primera del XXI. En su etapa inaugural produce al menos una veintena de obras: Mismaras, Hora Nona, Marea Baja (junto a Rebecca Nettl- Fiol, Laura Chiaramonte y Esteban Donoso),Still, Suaves pedazos de humo, Por la cara, Murmullos en el sótano,Voraz Silencio, entre algunas. En el 2010 comienza su producción en Cuenca, ciudad en la que ha vivido los últimos 10 años, donde su primera incursión la hace por invitación de la Facultad de Artes, con Mujeres al borde del río

El corazón es un órgano de fuego. Samantha Villota. Foto. Mateo García

Como catedrático en la Universidad de Cuenca, en la Escuela de Artes Escénicas, si bien mantiene su estética, me parece que aguza esa mirada contemporánea. Probablemente porque ahonda su atención en lo teórico, como él lo verbaliza,  “Cuenca me ha permitido pensar todo eso que había aprendido intuitivamente en años de creación. Cuando empecé a dar clase me pasaba fines de semana enteros dedicado a metodologizar todo esto para poder transmitirlo, leía mucho; fueron largas horas de escritura, otras tantas revisando lo que había hecho, me apasionaba construir esto.  Y creo que, sobre todo por esto, venir acá fue una oportunidad, porque, probablemente, si me quedaba en Quito con eso otro ritmo de creación, donde no tenía la obligación de transmitir el conocimiento a alguien más, no me dedicaba a profundizar. Cuando entendí lo que Cuenca, la Universidad me ha dado, agradezco a la vida  y lo que he producido de pensamiento, lo he hecho en estos diez años”.

A diferencia de sus tiempos de coreógrafo independiente cuando trabajaba solamente con  profesionales, ahora como profesor, sus propuestas escénicas están destinadas a tener a sus alumnxs como bailarinxs, cuestión que representa un esfuerzo y riesgo adicional; el camino ha sido dilatar los procesos, como una forma de provocar y estimular a esos cuerpos a adquirir la experticia necesaria para la obra, de modo que puedan entrar en diálogo con las propuesta coreográfica, su concepto, al igual que con la música, que en casi todos estos trabajos ha sido en vivo. Esto ha significado uno de sus logros, primordialmente porque Ortiz tiene bastante claro su método de trabajo, sabe que ningún libro teórico impuesto por un syllabus resuelve la instancia escénica. “Mi práctica es la docencia, yo encuentro este como el espacio del laboratorio para probar y empiezo a diversificar las herramientas de creación con respecto a las que tenía antes, no me deshago de ellas, esa matriz me permite trabajar otras cosas”.  



A pesar de que en sus inicios el método y modos de crear eran distintos, siempre estuvo convencido de que había que terminar bien una obra, llevarla a escena y luego regresar a mirarla con detenimiento, reflexionar sobre ella. “El pensamiento tiene que venir después de la práctica. Eso no quiere decir que puedo mostrar cualquier cosa, odio ver las elucubraciones mentales de alguien, yo quiero mostrar lo más terminado posible, esa es mi responsabilidad. La tendencia de enfocarse solo en procesos y dispositivos es incompleta, eso es un momento, pero no es la obra”.

Prueba de esta afirmación se plasma en trabajo:La señorita Wang soy yo, Invierno-10 formas de sentir frío, El corazón es un órgano de fuego, entre otras; así también la publicación de sus últimos libros: Ernesto Ortiz : 2014 "La creación en danza: un acercamiento desde la intertextualidad y la composición en tiempo real" y varios ensayos.