Estación Polar: una versión de Mamá Vudú / Juan Manuel Granja
¿Cuál es la historia de una banda? ¿La vida de sus integrantes más la enumeración detallada de sus hitos discográficos? O también: ¿Las mil y una anécdotas de sus seguidores dentro del contexto sociopolítico de su área de acción? Con frecuencia, la historización visual de los grupos que adquieren algún grado de importanciao el estatus de ícono de cierta fracción de la cultura (por no hablar del heroísmo que suele atribuírseles), prefiere centrarse en la historia de esa importancia, en la cronología posiblemente objetiva de sus avances en el campo cultural.
Demasiadas veces la vida de estas bandas se traduce a un montaje cronológico de imágenes de archivo y a la aparición de talking heads(personalidades autorizadas del mundo de la música, ya sea por cercanía o por su propia relevancia) encargados de dilucidar las minucias de esa importancia. Es decir, el formato de cierto tipo de documentalismo televisivo, muy usado para exponer la historia de los músicos de un modo serializado e incluso pedagógico, ha sido capaz de condicionar e incluso de formatear no solo la comprensión acerca de la incidencia de la música en la cultura de masas sino además su consumo.
¿Puede ser la historia de un grupo latinoamericano de rock, en los albores de la era de la digitalización, algo aparte de la reinterpretación de subgéneros anglo en una geografía más o menos periférica? ¿Cómo balancear la singularidad de la vida personal versus el peso e influencia del recorrido global de los estilos generacionales?
Estación Polar, documental sobre la banda Mamá Vudú de David Holguín Wagner estrenado en el festival EDOC (espacio alternativo pero a la vez de consumo y promoción), es un intento por responder algunas de estas preguntas; aunque mucho mejor sería replantearlas, incluso si se trata del primer largometraje dedicado a una banda nacional. Este largometraje se ocupa de reafirmar, muy pegado a un formato comúnmente asociado a la “verdad” audiovisual: narración cronológica, entrevistas y recurrencia a archivos fotográficos, fílmicos y de prensa, el consenso que ya existe desde hace años sobre el trabajo y el significado de una banda como Mamá Vudú para la escena alternativa de la música en Ecuador.
En ese sentido, se echa de menos un mayor riesgo de la propuesta audiovisual: por momentos el director parece limitarse a rol de agente audiovisual o relacionista público de la banda o, más bien, de su legado. No hay una apertura de los significantes, como si lo hay en la música y en las letras de Mamá Vudú. Al parecer, no hay disputas sobre lo que implicó la aparición y la evolución de este grupo: se trata, los entrevistados en el largometraje lo aseguran como un coro, del motor cool yunderde una serie de búsquedas estéticas y musicales en un momento en el cual las condiciones no eran las mejores para estos empeños. En definitiva, Mamá Vudú no puede ser sino una banda fundacional y como tal, sin fisuras en su comprensión desde la actualidad, la trata el documental.
Si bien el consenso respecto a la relevancia cultural de la agrupación es lo que probablemente esperan sus seguidores, y el inicio del documental a partir de vivencias en primera persona resulta muy bien logrado, pues transmite la emoción de un joven de los años 90’ que llega a conocer y hacerse amigo de la banda admirada, no llegamos a acercarnos a los vudú tanto como al relato hablado de su intervención en la escena local. Y si bien esa es justamente la intención de Estación Polar, quizá haga falta una mayor atención a las personalidades detrás de la banda, así como a sus procesos creativos e ideas sobre la música.
Nos queda clara la cronología del grupo, pero no llegamos a acercarnos a sus integrantes. Los Mamá Vudú aparecen como entrevistados y no tanto como individuos: de cada uno de ellos obtenemos tomas fijas en lugares cerrados donde se encargan de repasar el camino de la agrupación. No los vemos recorrer espacios, no percibimos su cotidianeidad ni les es dado dialogar juntos más que en imágenes de archivo que si bien capturan su química interna, operan más como medios para ilustrar las entrevistas hechas en la actualidad. Muchos planos están dedicados a mostrar notas de prensa, sobre todo de diario El Comercio, lo cual resulta un tanto repetitivo y estático.
Por otro lado, entre los aciertos de Estación Polar, además de que consigue comunicar las frustraciones y el esfuerzo que implica la creación artística en un ámbito volcado a la comercialización pop, está el hecho de dejar que la banda suene: buena parte del largometraje está pensado para que podamos escuchar a Mamá Vudú. Hay momentos en los cuales el filme se ubica peligrosamente al borde de una nostalgia generacional. Así, la propia película quiere medir su eficacia en el deseo de ser un documento necesario(“una banda, una ciudad, una generación o la historia de Mamá Vudú” reza el subtítulo del documental), una postura que quizá no le venga tan bien a una banda que en principio operaba desde otro tipo de estrategias culturales.
Un aspecto muy sugestivo de Estación Polar, y que afortunadamente escapa del control sobre el significado de la banda que despliega el resto del filme, es el punto final que intenta ponerle a una historia que, al parecer, no tiene aún un punto final. Hacia el cierre del documental, cuando los entrevistados se ponen a pensar por qué han dejado de hacer nueva música juntos, no deja de resonar la experiencia repetida de muchas bandas nacionales: su fin parece darse a causa de algo difícil de ubicar o de decir, algo tan innombrable como contundente: ¿Agotamiento?, ¿Otras prioridades?, ¿Impaciencia ante el hecho de que lo que sigue sucediendo es lo que ya sucedió en etapas anteriores de su propia trayectoria? No hay conclusión, y ese es quizá el mejor momento del documental.