El Apuntador

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Estética y política en el teatro de Isidro Luna/Cecilia Suárez Moreno, Docente-investigadora Facultad de Artes, Universidad de Cuenca, Ecuador.

El volumen de textos de Isidro Luna, reunidos con el sugestivo título de “Teatro político”, está conformado por cuatro piezas tituladas “El gran animal”, “La silla vacía”, “El último presidente” y “Un pueblo llamado desesperación”, trabajos que evidencian su voluntad estética por construir deliberadamente una forma dramática en el teatro contemporáneo.

Esta decisión del autor supone un inmenso trabajo en la estructuración de las escenas, la construcción de los personajes, los diálogos, las articulaciones de espacios y tiempos, los actos, las acotaciones, etc. para que generen en el espectador un determinado efecto estético, por ejemplo, que las obras lleguen a los espectadores con la máxima claridad y calidad; que se creen atmósferas; que se produzcan empatías con ciertos personajes o un rechazo hacia otros.  Todo ello implica una voluntad de dar forma a una materia informe: atravesar el caos, aunque fuese por breves instantes, y ordenarlo.

 Precisamente de esto se trata el trabajo artístico: dar forma artística a las sensaciones y percepciones que se forman en nuestra conciencia sobre la vida y el mundo y trans-formarlas en arte, en nuevas sensaciones que, a su vez, enciendan emociones que, por su parte, también, provoquen reacciones, reflexiones, relaciones, etc. entre los seres y con el mundo. 

Los personajes del teatro político de Isidro Luna presentan y representan géneros: hombres/mujeres; clases sociales: burócratas/ profesores universitarios/ lustrabotas/ vendedoras informales/ profesionales/; grupos de poder:  ministros de Gobierno, Seguridad, del Clima, de la Paz. Sus dramas se desarrollan en escenarios simples, con recursos mínimos; en cuanto al vestuario y la escenografía, no existe ningún alarde ni parafernalia; por el contrario, la voluntad estética del dramaturgo es que estas sean minimalistas, más bien, sugestivas, sugerentes, jamás grandilocuentes.

De entre todos los personajes construidos en este volumen de Teatro Político,destaca la Multitud, como el mismo dramaturgo lo ha dicho, lo que se repite varias veces en diferentes partes de las obras contenidas en el volumen mencionado. 

A nuestro juicio, los textos dramáticos del “Teatro político” de Luna constituyen alegorías de un presente dramático, cuando todo se descompone hasta la desesperación y de un futuro incierto que ni siquiera sabemos si existirá, menos cómo será, pero del que aún atesoramos una cierta esperanza, antes de morir.

Desde el Romanticismo que provocó un socavamiento de las viejas formas estéticas y propuso nuevas formas de sentir, pensar y crear, pasando por las Vanguardias que combatieron contra todas las formas estables y convencionales del arte y la cultura, hasta la postmodernidad que las desconfiguró por completo, hemos vivido una larga etapa de relajamiento de las formas en todas las áreas del saber, como ha afirmado Jean François Lyotard en “La posmodernidad, explicada a los niños” (1999). 

Las obras dramáticas no están fuera de estas consideraciones, por el contrario, también requieren de una forma, de una estructura estructurante, para que lleguen al público y lo con-muevan.  En la estética de Luna, encontramos una forma artística que además es política, en tanto ingresa en el campo de batalla del reparto de lo sensible (Rancière, 2010), para competir por la participación del espectador y, más aún, provocar un anhelo de emancipación. 

En las obras que ahora nos ocupan, si no existiese un drama debidamente estructurado, no habría la posibilidad de alcanzar la atención del espectador menos de seducirle con el disfrute de lo sensible y su contemplación, llevándolo hasta su implicación en la resistencia política, gracias a una deliberada voluntad de interrumpir, aunque fuese por un tiempo limitado, el continuum de la lógica del capital y convertir esta experiencia estética en un “exceso de vida”.

 Isidro Luna lo consigue al construir con denuedo formas claras, nítidas, “clásicas” –en el sentido hegeliano, es decir, al lograr que la forma se corresponda nítidamente con la idea; no hay expresión alguna ni predominio de una subjetividad egocéntrica o narcisista en las obras que analizamos; más bien, estas desaparecen por completo para dejar hablar o, aunque solo fueses soñar, a la Multitud.

La construcción de personajes, escenarios, diálogos, situaciones, conflictos, dramas, etc. recibe un tratamiento artístico y político a la vez que les dota de una forma cuya belleza radica en vernos representados a nosotros mismos, en esta época de incertidumbre cuando, por ejemplo, tenemos una “silla vacía” para ocuparla y, sin embargo, nadie se atreve a hacerlo, pese a que sobran las razones.

De modo que el espectador emancipado que busca crear la dramaturgia de Isidro Luna podría preguntarse: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no la usamos?  Este es uno de nuestros dramas más profundos, como cuando luchábamos por la libertad y cuando la conseguimos ya no sabíamos qué hacer con ella … o, lo que es peor, nos provocó miedo ejercerla.

 Isidro Luna recrea artísticamente esta tesis sobre el poder político de la Multitud en sus textos y hace de ella el personaje por excelencia, el sujeto de quien se debe y se puede esperar algo, si aún esperamos algo.

De suerte que, en este contexto, solo la Multitud, anónima, múltiple, diversa, de la que todos somos parte, puede convertirse, en determinados momentos especiales o acontecimientos deslumbrantes, en la única fuerza capaz de enfrentar al monstruo poderoso; ella -la Multitud- tan solo ella. 

 En esta dimensión, la obra de Luna, es ejemplarmente ética, porque transmite una actitud vivazmente esperanzadora ante el devenir. Ese día tiene que llegar, está llegando; no es posible que el ser humano desaparezca sin haberse liberado, parece decirnos el autor, entre líneas, en un auténtico gesto gnóstico.

¿En este escenario existe alguna forma de resistir (se)? ¿Hay alguna forma estética que podría enfrentar ese discurso global del espectáculo comercial, si aún queda alguna? ¿Qué posibilidad tienen hoy las artes de abrir una grieta –por mínima que fuese- no para derrotar al poder total, omnímodo, invisible, ubicuo -porque ello es imposible desde el arte- sino para confrontar a la condición humana consigo misma?   

Isidro Luna elige escribir su obra dramática desde una estética que potencia los “excesos de vida”, que se convierten en acontecimientos poderosos capaces de producir esas fisuras en las porosas mallas del poder.  Las obras de Luna colocan la vida humana frente a su propia imagen, cada vez más sórdida y absurda, y, por ello, increíble. 

¿Es posible oponer a la falacia, al engaño y al desengaño, ¿la verdad? ¿Existe alguna posibilidad emancipadora que quiebre la impostura, el desconcierto y el miedo? ¿Puede el drama tornarse en una suerte de espejo cóncavo que nos permita apreciar la hondura de nuestra estupidez, el abismo de la infinita banalidad a la que hemos descendido? ¿Qué forma estética puede ser esa? ¿Por qué el drama puede ofrecernos este momento estético y político a la vez?

Algunas respuestas a estas preguntas, las encontrará el lector en una atenta lectura de los textos de Luna, quien también las provoca con su Teatro Político.

[1]Intervención de la autora en la presentación del libro “Teatro Político” de Isidro Luna, Museo Municipal de Arte Moderno, Cuenca, 17 de octubre de 2018, en el II Encuentro Nacional de Artes Escénicas, organizado por la carrera de artes escénicas de la Facultad de Artes de la Universidad de Cuenca y la Fundación El Apuntador, Quito, Ecuador. Este texto es una versión abreviada del estudio introductorio publicado en el volumen mencionado.