El Apuntador

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Fragmentos de Junio, en octubre   Mareo Maquilón

Esta fue una edición atípica del Festival de Danza Fragmentos de Junio (organizado por la Corporación Zona Escena); un festival particular enmarcado en un contexto extraordinario: un mundo estigmatizado por la pandemia del coronavirus y por las dinámicas de aislamiento y distanciamiento social que se impusieron para frenar su propagación.

Bajo estas condiciones, las artes escénicas se vieron profundamente afectadas por la reclusión obligatoria de su público y el cierre de espacios comunitarios y de concentración masiva. El cuerpo es ahora percibido como una fuente infecciosa, como un posible portador de un patógeno que ha puesto a la humanidad entera de rodillas. Y lo aterrador radica en que esta amenaza acecha en el contacto, en el roce, en el encuentro de los cuerpos.

La consagración de la primavera. Vilmedis Cobas,Compañia Nacional de Danza. Foto Jeff Castro

Lo dionisiaco ha sido censurado en pos de salvaguardar las vidas humanas y la salud pública, lo que naturalmente exige ciertos sacrificios y renuncias. Sin embargo, cabe preguntarse el rol que juega la danza en este escenario en el que las artes han sido consideradas como “no esenciales”, en demérito de facetas más primarias como la salud y la educación.

En este contexto de supervivencia y tragedia en el que se encuentra el planeta, y obviamente Ecuador, está todavía fresco el horror de los primeros meses del encierro, en el que el espacio público se convirtió en una dimensión funesta y aterradora. Y es precisamente allí, en lo comunitario y colectivo, es donde la danza encuentra su máximo fulgor.

Por tanto, la realización de un festival digital de danza, aunque pueda parecer contradictorio (a la naturaleza escénica de esta disciplina) se erige también como un testimonio de la epistemología del cuerpo bajo el filtro de la pandemia, en el que los flujos, movimientos y desplazamientos humanes han sido abruptamente interrumpidos.

El encierro de los cuerpos no se limita a las paredes de un espacio físico, sino también a los bordes de una pantalla, de la virtualidad en la que no existe la profundidad ni la mezcla de las pieles. El mundo digital responde a sus propias leyes y el cuerpo se transfigura en un espejismo, en un holograma impalpable. Lejano se siente el retumbar de las tablas y el eco de las voces inundando el escenario.

Si bien una pantalla no es el ambiente natural de la danza, la realización de una edición digital del festival Fragmentos de Junio no solo es necesaria, sino indispensable, en tanto invita a repensar y a re-sentir el cuerpo desde el confinamiento y la distancia, y desde la virtualidad y representación bidimensional del movimiento.

El encierro obligatorio no es excusa para que el cuerpo deje de bailar, y para que la creación y la producción dancística continúe explorando precisamente esos límites que les han sido impuestos. Después de todo, las restricciones son el germen de los descubrimientos. Y a esto es a lo que invita el festival: a descubrir la corporeidad desde el confinamiento y la perenne transformación de la danza que encuentra la forma de manifestarse a través de distintas máscaras.

Criaturas del Olvido, Sandra Gómez. Navas Foto Silvia Echevarria Archivo Apuntador

Una de estas facetas es la videodanza, en la que el movimiento del cuerpo se transfigura a través del lenguaje fílmico y audiovisual (Homes), permitiendo así miradas únicas que no pueden alcanzarse en la organicidad de un escenario físico. En los teatros y espacios más tradicionales, el público está “confinado” al plano cartesiano de su butaca, por lo que hay propuestas que buscan experimentar con la ubicación del espectadxr. En este sentido, la videodanza redescubre el movimiento desde una mirada infinita propulsada por la manipulación de la imagen y el sonido.

De esta forma, la danza es observada desde una perspectiva imposible para la biología humana: aceleraciones y ralentizaciones del tiempo, distorsiones cromáticas y de forma, y el explosivo contraste entre la intimidad de los primerísimos planos y la vastedad de las tomas amplias. Todos estos artificios se constituyen como un flujo independiente (La gran fuga), pero que baila también con el cuerpo danzante que retrata, como un sistema de estrellas binarias.

Los Brazos. Foto Silvia Echevarria Archivo Apuntador

El formato audiovisual (en su versión digital en particular) se presta para construir propuestas que giren en torno a las posibilidades expresivas del medio (Los brazos), de modo que la concepción de la coreografía y la puesta en escena se edifican con el lenguaje cinematográfico como cimientos (Cénit y Nadir). A su vez, esto permite la gestación de obras híbridas, inmersivas y multisensoriales (Cuadrossinf1n).

Otra simple historia de dos. Foto Jeff Castro

Con todos estos recursos, se recogen las narrativas que moldean al cuerpo y que le imponen estructuras de desplazamiento (Escena del Crimen, Otra simple historia de dos, Lala, Trebejos) y aquellas que ocurren en espacios personales y en la reclusividad paradójica de un hogar (El Latch). Precisamente, la videodanza (y la virtualidad) permite explorar los ritmos del cuerpo en esos espacios íntimos a los que el público tradicionalmente no tiene acceso, al tiempo que permite replantear las nociones de escenario (Erodita) y espectadxr.

 Estas indagaciones también enfrentan al cuerpo con el espacio en que se enmarca, y le dan voz al territorio y a las edificaciones a través de las cuales se desplazan las personas, de forma que la trayectoria se diseña en función del diálogo constante entre movimiento y lugar (Facade). Estas características del formato la emparejan con el contexto de reclusión forzosa originado por la pandemia, en el que el encierro genera tensión y conflicto; y bueno, en donde hay tensión y conflicto está el génesis (al menos el más fecundo) del proceso creativo y expresivo (Criaturas del Olvido). Así, emergen en el cuerpo los relatos subyacentes del claustro, que escapan a la imagen, al sonido y a la palabra, y que solo pueden ser contados mediante el movimiento corporal, que es en sí mismo su propio códice.

Por otro lado, la programación del Festival Fragmentos de Junio no olvida su naturaleza escénica e incluye también obras que buscan recrear la experiencia presencial de la danza (como la clásica La consagración de la primavera), pero con el dinamismo exploratorio que permite una cámara. En este sentido, estos trabajos invitan a adoptar un enfoque lúdico en la mirada, que posteriormente puede trasladarse también a la observación de una obra presencial. Es decir, los juegos de cámara pueden transformar la manera en que una persona contempla un cuerpo en flujo.

El Umbral. Foto Jeff Castro

La tradición escénica de la danza se manifiesta también a través de obras que incluyen música en vivo (Lala, El umbral), y que tienen lugar en espacios similares a los teatros y galerías que se encuentran cerrados ahora por el distanciamiento social. Así también, la programación incluye propuestas que buscan recrear la mística de la presencia corporal en su dimensión más ritual (Rojo de los Andes).  

Ballet Folk Comtemporáneo del Litoral Spondylus. Foto Jeff Castro

Como contrapunto a esta exploración técnica y estética, el Festival Fragmentos de Junio emprende también otra búsqueda igual de vital e indispensable: la inmersión en las esferas culturales e históricas del movimiento y del cuerpo, que se manifiestan mediante las danzas ancestrales y autóctonas de los diversos pueblos y nacionalidades que habitan en Ecuador.

Polka Puerca Raspada y Zapateo Montubio. Foto Jeff Castro

En consideración de lo anterior, la danza se convierte en el catalizador de la herencia discursiva de los grupos humanes que se corporiza en las danzas ancestrales y bailes típicos de las distintas regiones del Ecuador (Polka puerca raspada y zapateo montubio). Respecto a estas obras se debe abandonar la mirada que parte del exotismo y que las considera como algo remoto y lejano, cuando en realidad son testimonio de una historia común (Aguita de Pelican Bay), y de una de las formas de expresión más primarias del ser humano, además de que recoge procesos coloniales y de resistencia cultural, procesos de los que todxs formamos parte, ya sea por acción u omisión.

La inclusión de estas danzas ancestrales (Del otro lado Real Amazonía) y bailes típicos (Danzas Baba, Las Dulceras, Mi Cafetal, El Camarón Melero) propone al cuerpo como portador de las formas de expresión humanas más primigenias, como son la voz y el movimiento que preceden a la palabra escrita. De ahí también que muchas de estas obras incluyan instrumentos percutivos (Las tres Marías y Congo B) como protagonistas, los que nacen de la agitación de brazos y piernas: golpear en entorno y los objetos con el cuerpo, ya sea con las manos, o pies, o cabeza, puede considerarse como un primer acercamiento a la musicalidad, tanto en los bebés, como en la humanidad como especie. Bajo esta perspectiva, la danza forma parte de un conglomerado expresivo, de una quimera integrada por la música, el canto y la superdiversidad de vestuarios (Los danzantes, Balllet Folk Contemporáneo del Litoral Spondylus).

Trixie, Beatrice Cordúa.Foto Silvia Echevarria Archivo Apuntador

La proyección de estas obras que recogen un pasado colectivo arroja luces sobre la realidad alquímica que viven las poblaciones de la Amazonía ecuatoriana, en tanto la sola presencia de una cámara en sus comunidades refleja ya que la brecha entre lo que la consideramos como la selva profunda y aquello que llamamos Occidente se reduce a progresivamente, a pesar de que siguen separadas por un abismo ontológico que por momentos parece insondable.

Sin embargo, los puentes se siguen tendiendo. En este sentido, merece especial mención la comunidad de Kotochocha, en la provincia de Pastaza, quienes abrieron sus puertas al equipo de Zona Escena para la realización de un trabajo colaborativo que fusiona danza contemporánea y ancestral (Del otro lado de la Amazonía, Wituk) justamente las corrientes principales del festival: una que se embarca en la danza en lo cotidiano, mientras que la otra lo hace hacia lo cotidiano en la danza.

 Otra mención especial es necesaria para el documental suizo Trixie, que recoge la obra y vida de Beatrice Cordúa (que comparte apodo con el título del filme), y cuya proyección representó el estreno latinoamericano de la obra, tan solo un día después del estreno europeo. A través de esto se solidifica la integración del Festival Fragmentos de Junio a la red mundial de plataformas de producción y difusión de la danza.

Si bien el punto de partida de la edición 2020 del festival fue el aprisionamiento y aislamiento del cuerpo, esto llevo paradójicamente a la expansión y difusión del encuentro, que gracias a la modalidad virtual aumentó su alcance fuera de las fronteras ecuatorianas, de modo que pudo ser disfrutado a escala internacional. De esta forma, el equipo organizador de Zona Escena, y todxs lxs danzantes que participaron en el festival, edificaron una red de movimiento virtual para mantener en circulación los discursos corpóreos y para plantarle cara (o más bien el cuerpo) a la inercia mundial.