El Apuntador

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LIBROS DE TEATRO : LOS ENGRANAJES DE LA DESTRUCCIÓN | Santiago Ribadeneira Aguirre

Es la existencia táctil y es lo sensorial (sensual) como parte de los recursos narrativos que prevalecen en las tres obras dramatúrgicas contenidas en el libro Solo hay un jardín: en el fondo de todo hay un jardín de Gabriela Ponce Padilla, como expresión de lo patético y lo inocente que teatraliza cualquier signo de apariencia. No son en rigor, personajes los que aparecen en medio de las situaciones narradas, sino nomenclaturas sin distancias, que ya no hablan sino que resuenan en continuaciones intemporales porque el tiempo de las palabras no cuenta.

La noción de lugar que les precede, se desplaza para mostrar la consigna que ha permanecido latente en las historias: hacer sitio.  Hacer sitio al no lugar de la destrucción: ‘lo que para mí no es una grada, sino un lugar en medio de otro lugar. Como los jardines’. (Caída Hemisferio Cero). O las voces que emanan de la fugacidad en Corro, acelero el paso hacia el flanco fantasma del arupo y aparece nuestra casa. La casa familiar es el ámbito de la ponderación, y es además la fragilidad de quienes se propusieron el juego perverso del pensar más próximo al acto de contrición.

Es la contraseña de la destrucción, de la ruina, de la pérdida, del derrumbe en las obras Corro, acelero el paso hacia el flanco fantasma del arupo y aparece nuestra casa; en Lugar y en Caída. Casi como si fueran los tres momentos iguales o las estrategias del encubrimiento que mira los atajos que se entrecruzan o se ‘bifurcan’, para arribar al jardín soñado por fragmentos. Esa es la textura de la narración que es la textura contemporánea del pensar (F. Castro López) que le hace sitio al vacío, al “hueco infinito, el innombrable hueco de la realidad”. A manera de tentativa para ‘contar la historia en números’, porque ‘así todo será más fácil. Cuando numero no me pierdo’. [Caída (Hemisferio Cero)]

Son los engranajes de la destrucción que aparecen entre los agujeros del cuerpo, las citas intertextuales, el mar, las ventanas, el jardín, la casa familiar, la escritura con rencillas semánticas y borrones, la muerte, el padre y la madre, el hermano fallecido, las expresiones rabaneras que se sitúan en los escenarios de la infancia y la adolescencia de los personajes (la consonancia y la apariencia), que solo quieren anticiparse a las posibles pesadillas del presente, fagocitadas por la vida singular. Adorno aseguraba, en su Mínima Moralia, que lo único que cuenta es preservar una dialéctica del tacto muy ‘jerarquizadas por las formas’ y las conveniencias.

Así decía Adorno en medio de un atolondramiento de obstinada resistencia:

«Qué significado tienen para el sujeto que no existan ya ventanas de hoja que puedan ser abiertas, si no tan solo burdos cristales corredizos, que no existan ya silenciosos picaportes sino tan solo grandes botones giratorios, que no existan ya antiguos vestíbulos ni los umbrales que daban a la calle ni muros en torno al jardín».

De otro lado están los instintos o lo instintivo que crean inesperados cortocircuitos con la realidad a puros golpazos de palabras. Como si hubiera habido un (nuevo) orden establecido, el lugar vacío de las conciencias, cuya pugna con lo ‘no pensado’ pretende marcar los linderos de las nuevas formas de convivencia, siempre distintos. Nada dura y nada persiste. Aunque las menciones al pasado son constantes en el intento de que solo persista la memoria, la reiteración, la repetición de los hechos o los mitos, que se ven detrás de la ventana, con las miradas agrietadas y la respiración que empaña y vela los vidrios. En lo velado está la experiencia y la añoranza para reconocer lo lejano y lo próximo. La fuerza que desata el miedo y la que lleva a la felicidad son lo mismo, insiste Adorno en su Mínima moralia.

Y rechina la aparente conclusión de Solo hay un jardín: en el fondo de todo hay un jardín:

“Recuérdese, todos los cuerpos caen al vacío con la misma aceleración.

(El problema no es mi disgrafía. Ni mi discalculia. Ni mi afasia. Ni siquiera estar lejos de mi jardín. El problema son las palabras. Las palabras intentando ocultar el hueco. Intentando contar cualquier historia.)” [Caída (Hemisferio Cero)]

Gabriela ponce Padilla 

(Quito Ecuador) Escritora y directora de teatro. Se desempeña como docente de artes escénicas en la Universidad San Francisco de Quito. Becaria Fulbright, obtuvo su MFA en dirección de teatro en la Universidad de Illinois, Carbondale. Es parte de colectivo Mitómana / Artes Escénicas y cofundadora de casa Mitómana, invernadero cultural. En 2019 publicó su primera novela Sanguínea (Severo Editorial) publicada también en España por ediciones Candaya. Su obra de teatro Lugar (Editorial Turbina, 2017) ganó el Premio Municipal Joaquín Gallegos Lara (2018). Como escritora, directora y productora de teatro ha escenificado: Tazas Rosas de té (2016) premio dramaturgia inédita Fundación Teatro Nacional Sucre y premio francisco tobar García a mejor producción escénica (2017); Esas putas asesinas, adaptación para la escena del cuento de Roberto Bolaño (2015); Caída (Hemisferio Cero) (2014) publicada en Antología ecuatoriana de teatro (Casa de las Américas, Cuba-Casa de la Cultura Ecuatoriana) y publicada también por editorial uruguaya Salvador Editorial (2018). Su obra Entrada en pérdida ganó el concurso internacional La escritura de la diferencia y se estrenó en Cuba en el año 2013. Es parte del Consejo editorial de la revista digital Sycorax. (Tomado del libro Solo hay un jardín…)

SOLO HAY UN JARDÍN: EN EL FONDO DE TODO SOLO HAY UN JARDÍN

DE GABRIELA PONCE / QUITO

LA CAÍDA EDITORIAL

Buenos aires, Argentina, Cuenca, Quito

11 / 11 / 2020

Solo hay un jardín… Se terminó de imprimir en el mes de septiembre en Imprenta Iberia, Quito Ecuador