El Apuntador

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Gracia Morales: La vocación interrogadora del teatro / Santiago Rivadeneira

Gracia Morales es dramaturga por convicción y doctrina. Nació en Motril, provincia de Granada, una ciudad costera ‘donde pasa su infancia y adolescencia’. Tiene un Doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada (Premio Extraordinario de Doctorado). Es profesora titular en el Departamento de Filología Española de la Facultad de Filosofía y Letras en dicha universidad, donde imparte clases de Literatura Hispanoamericana y Teatro. 

“Desde que empecé a escribir teatro -confiesa- reconozco una intención fundamental: inquietar al público, hacerle que se interrogue por algún aspecto de nuestra sociedad, agrietando ese supuesto ‘bienestar’ en el que vivimos”. Las primeras aproximaciones de Gracia Morales al teatro –dice su hoja de vida- surgen desde el ámbito académico de sus estudios de Filología Hispánica, es decir, un acercamiento eminentemente teórico. Así, sus obras están sólidamente construidas y sustentadas en el profundo conocimiento de la teoría dramática que como filóloga y estudiosa del hecho teatral posee. Gracia es parte del colectivo Remiendo Teatro de Granada fundado en abril de 2000. (https://www.remiendoteatro.com/remiendo/ )

La dramaturga y actriz granadina, participa en la Cuarta Tertulia virtual Recetas Escénicas, La Resignificación de la dramaturgia y el espacio del dramaturgo, organizada por Vozquejo Teatro, junto a dramaturgos ecuatorianos como Hugo Avilés, Roberto Sánchez, Gabriela Ponce; Carlos “Cacho” Gallegos, Lorena Toro; además, jóvenes autores dramáticos: María Lourdes Falconí, Mario Suárez y Miguel Palacios. El evento se realizará el viernes 11 de septiembre las 15h30 (hora Ecuador) por la Plataforma Zoom. Los interesados pueden escribir al correo pin.delapin.delia3@gmail.com.

El Apuntador quiso acercarse al pensamiento de Gracia Morales y a su trabajo. Esto fue lo que nos dijo:

El Apuntador: Hay una ‘idea’ de Latinoamérica, construida por los permanentes acercamientos que han tenido lugar, a lo largo del tiempo. Siempre auspiciados esos acercamientos, por el arte y la cultura. Mencionaré algo que José Monleón, dijo allá por 1982: ‘No siempre hubo interés por el mundo latinoamericano’. ¿Tal vez porque prevaleció una visión ‘europea’ del continente? Y Entonces, te pregunto, como estudiosa de la cultura latinoamericana: ¿Cuánto ha cambiado esa percepción?

Gracia Morales: Creo que, desde España, se da desde hace un tiempo un interés real por las producciones artísticas y literarias de Latinoamérica: el cine y la novela, sobre todo. Pero las dificultades de conexión siguen existiendo: nos llega lo que es impulsado por las grandes editoriales o lo más comercial, en cine. Y no llega por igual de todos los países: sin duda Argentina y México son los dos países cuyas producciones resultan más fácilmente asequibles, seguidos de Chile, Uruguay, Perú... Pero hay una parte de Latinoamérica que sigue siendo bastante desconocida. Ecuador, por ejemplo, o Guatemala, o El Salvador, siguen siendo naciones cuya producción difícilmente llega a Europa. No sé si se tiene una percepción global y unitaria del continente. Intuyo que no, que hay más bien algunos estereotipos, y luego depende mucho de cada país o región cultural: se entiende de forma distinta al Rio de Plata que a la zona andina o al Caribe, por ejemplo. 

EA: Para seguir con esto de la visión europea o española, que se tiene sobre la cultura latinoamericana. ¿Prevaleció o se mantuvo el obligado punto de vista ‘sobre lo que ha de ser’ el teatro (siguen siendo palabras de Monleón); y aquello que no se ajustaba al canon español, solo era visto como una ‘rareza’ condescendiente?

GM: Creo que la propia noción de “teatro” en España se ha visto muy problematizada en este nuevo siglo y se ha ido abriendo a experiencias más renovadoras. Algunas de ellas han sido, de hecho, influenciadas, por ejemplo, por el modelo argentino (Veronese, Daulte, etc...). Ahora bien, puede haber experiencias muy propiamente latinoamericanas (como el teatro foro, el teatro popular o la creación colectiva) que aquí siguen siendo menos habituales, aunque no considero que se las trate irrespetuosamente. 

EA: Descifremos entonces ese ‘modo distinto’ de entender nuestras relaciones, que ha sido exclusivamente solo de ida, porque muy pocos espectáculos españoles han viajado a Latinoamérica y sobre todo al Ecuador, si hablamos de intercambios.

GM: Es cierto que la movilidad de espectáculos entre un lado y otro del atlántico no es habitual (más allá de algunos festivales específicos), entre otras cosas por la precariedad que acompaña siempre la labor teatral y lo costoso de un traslado transoceánico. No obstante, creo que la movilidad de textos sí que se produce, ya que existen cada vez más interacciones y complicidades entre los autores hispánicos (y aquí estoy tratando de abrir el abanico a los dos continentes). Me parece muy meritoria, en este sentido, la labor del CELCIT y, en concreto, su imprescindible y enriquecedora tarea de publicación de textos en lengua española. También los talleres que se dan desde este organismo, a distancia, en los que yo he participado, permiten establecer redes transfronterizas. Entonces no todo es ceguera o sordera o desconocimiento entre un lado y otro. Siempre me estoy refiriendo al ámbito de una cierta “intelectualidad” o de gente de verdad interesada en teatro; por supuesto, quien no tenga interés por este medio artístico tampoco conocerá a los propios creadores españoles. 

EA: Quiero citarte, textualmente, aquellas palabras de José Monleón (que no pierden vigencia) que las dijo cuando hacía la evaluación de la III Muestra de América Latina en España, para tratar de entender lo que se esconde detrás; tal vez como un ‘subconsciente despectivo’, que seguramente no ha cambiado mucho: “América Latina es para muchos españoles una curiosidad, como los toros para los ingleses. Además aquí se habla de América Latina a partir de unos esquemas estudiados en los libros de texto. Queramos o no, tenemos un subconsciente colectivo profundamente imperialista respecto de América Latina, puesto que de niños la imagen que nos han inculcado es la de una tierra de indios a los que nosotros supimos civilizar”.

GM: Habría que matizar las palabras de Monleón, porque ese “para muchos españoles” que él utiliza es demasiado abstracto. España es un país muy plural, hay muchas sensibilidades distintas. No dudo de que en algunos sectores de nuestra sociedad siga habiendo ese inconsciente imperialista, pero en otros ámbitos se ha superado, sin duda. En el ámbito universitario, al que yo pertenezco, en la gran mayoría de los casos hay una actitud de respeto e interés por las producciones culturales latinoamericanas. De hecho, es significativo que, en el ámbito de la literatura hispánica, cada vez hay más doctorandos que deciden realizar sus tesis sobre algún autor o autora de vuestro continente. Y tenemos un máster en Estudios Latinoamericanos con una gran aceptación, donde siempre se cubren todas las vacantes.

EA: La visión paternalista o paternal de Latinoamérica, ¿se confirma todavía?

GM: A pesar de lo que he dicho anteriormente, del interés que, al menos en mi ámbito, despiertan los territorios de creación latinoamericanos, considero que nuestra mirada, sobre todo al comienzo, sí que puede estar sesgada y conllevar, sino un claro paternalismo, al menos sí un latente eurocentrismo que hay que ir quitándose poco a poco. Es algo que noto en mis clases de Literatura hispanoamericana: la tentación de estudiar las producciones de allá desde premisas teóricas creadas en Europa o Estados Unidos. Es un peligro sobre el que hay que seguir muy atentos. La manera de combatir estos prejuicios o esa visión paternal es viajar allí y conocer aquella “realidad desmesurada”, como la definió García Márquez. Pero, de nuevo, eso no siempre es fácil, por la disponibilidad económica y temporal que requiere.

EA: Lo otro: habiendo muchas cosas positivas en las relaciones con España, todavía no nos ponemos de acuerdo como debemos nombrarnos. Decíamos ‘la madre patria’ cuando hablábamos de España. Y en cuanto a la región, se la nombra indistintamente, como Hispanoamérica, Latinoamérica, América Latina, etc. Y aparece aquella ‘fórmula conciliadora’, que habla de Iberoamérica.

GM: Sí, los nombres importan, porque siguen evidenciando lo complejo de la historia y del presente de las relaciones entre España e Hispanoamérica. Yo suelo usar el adjetivo “hispanoamericano” cuando me refiero a los países de habla hispánica y “latinoamericano” si integro también a otros países, como Brasil, bajo este membrete. Lo de “la madre patria” es una metáfora que a mí, personalmente, me resulta algo desfasada, pues sigue remitiendo a la etapa colonial: es cierto que este periodo va a definir y configurar el futuro de todo el continente, pero me parece que la realidad hoy en día es ya otra. 

EA: Y ahora te pregunto, considerando los análisis ideológicos correspondientes: ¿España también es un término en crisis? O, para decirlo de otra manera (y porque también importan las denominaciones) ¿se necesita en esos casos, construir un  nuevo concepto progresista para poder nombrarnos? ¿Se tiende a eludir las palabras o a combatir sus contenidos?

GM: Todos los países tienen una relación compleja con su pasado, por las luces y las sombras de su constitución como identidades. En España tenemos ciertamente un pasado todavía reciente oscuro y muy doloroso: me refiero a la larguísima posguerra que se vivió bajo el mandato dictatorial de Franco. Nuestra bandera nacional, nuestro himno (sin letra), nuestro sistema monárquico... son elocuentes de una historia que sigue siendo cuestionada, entre otras cosas porque no ha habido un verdadero ejercicio de memoria y reparación a las víctimas de esa guerra y posterior dictadura. En ese sentido lo que está en crisis para algunas personas es la visión de las raíces de nuestro presente; para otros lo que está en crisis es la propia idea de unidad nacional. Y a todo esto se le une la salida de unas crisis económicas y políticas profundas y la irrupción ahora de un nuevo actor en escena: la Covid 19. Vivimos tiempos muy convulsos, que afectan a conceptos abstractos, como el de la propia España. 

EA: En el mismo terreno de lo político, y pensando en que nuestras luchas por las reivindicaciones sociales han sido parecidas, en los conceptos de España o Latinoamérica han surgido transformaciones y cambios, para salir de sus respectivas significaciones reaccionarias. ¿Se está cumpliendo con esto? Y estoy pensando en los grandes poetas españoles del 98 y el 27, que incorporaron al concepto una España de las autonomías.

GM: Como comentaba antes, vivimos un momento muy convulso, y uno de los peligros es que se pierdan los necesarios avances sociales que en España se consiguieron en los años 80 de este sigo, al salir de la dictadura, y que entroncaban, sí, con algunos de los ideales de la etapa republicana que dio base a la generación del 27. Se está viviendo un cierto retroceso de esos valores, pero también avances en otros sentidos. Creo que estamos en un momento de transición, de cambio, pero no me atrevo a decir hacia dónde nos llevará definitivamente este enfrentamiento entre ideologías tan distintas: el crecimiento de la extrema derecha, por ejemplo, frente al potente movimiento feminista que se está viviendo...

EA: El arte y el teatro, la cultura en general ¿contribuyen a quitarnos los clisés para entender de otra manera nuestras propias realidades? ¿Profundizar en nuestras identidades?

GM: Por supuesto que sí. Una parte del teatro y la cultura contienen una vocación interrogadora, consiguen despertar una imaginación lúcida, posibilitan que veamos la realidad con una mayor hondura y complejidad. Es una labor imprescindible, que acentúa nuestra humanidad.

EA: En estos momentos hay un discurso de la realidad (que cada vez es más evidente) y un discurso ideológico muy ligado al poder. El teatro, allá y acá, siempre hacen referencia a las ‘historias posibles’. ¿Tú dramaturgia expresa esa necesidad?

GM: Sí, creo que buena parte de mi dramaturgia intenta cuestionar el discurso del poder, ya sea en el ámbito de lo público o de lo privado. Evidenciar esas realidades ficticias, en las que aparecen temas como la pasividad, el miedo, la esperanza o la culpa, que nos remiten a nuestras verdades íntimas y sociales.

EA: ¿El teatro puede tener alguna incidencia en los procesos de democratización que estamos viviendo? ¿De qué manera? Y sigo pensando en tu trabajo y tus prácticas artísticas.

GM: Creo que el teatro nos ayuda a ser más lúcidos, como decía antes. Nos acerca a trozos de vida de otros, pero que nos interpelan, que nos permiten ver con una cierta perspectiva crítica nuestra propia realidad. Hay mucho por mejorar en estas democracias nuestras, porque siguen latentes opresiones de mucho tipo: la violencia machista, la desigualdad social, la situación dramática de los migrantes económicos y los refugiados, los propios miedos, la paranoia y la ceguera de nuestra “sociedad del bienestar”... El teatro que escribo intenta proponer estos temas, no para dar soluciones cerradas, sino para mostrar la urgencia de ese lado incómodo de nuestra realidad, ese lado que otros medios intentan invisibilizar o convertir en puro dato estadístico, sin ahondar en su complejidad y en nuestra responsabilidad colectiva.