Grecia Albán: tradiciones y confluencias / Juan Manuel Granja
La música de Grecia Albán es una amalgama bien trabajada y pulida que, sin embargo, se aleja de la blandura y la facilidad de aquellas propuestas que han hecho de la denominación world musicpoco menos que un insulto (con el añadido de la corrección política que en estos días vierte sospechas y censuras sobre términos tan engañosos como la “apropiación cultural”). Su proyecto titulado Mamahuacose escucha como una conjugación de sonidos que no hace uso de la idea de raíz –tan recurrida por los músicos contemporáneos de Ecuador– como una forma cerrada sino más bien como un medio para actualizar la tradición a través de la transformación de la misma; quizá la forma más potente de negociar con la tradición.
Si bien, Albán sube al escenario con un atuendo que trae a la mente una serie de connotaciones culturales asociadas a ciertas poblaciones indígenas del país, su traje no simula una pertenencia fija a uno u otro grupo. Podría decirse que, tal como su forma de arrastrar las erres en algunas canciones (algo que no hace cuando le habla al público) o las evocaciones míticas, incaicas y protofeministas del título de su álbum, se trata de evidenciar ciertas marcas de autenticidad. Es como una suma de recursos teatrales que aunque puede llegar a rozar el estereotipo, le sirve para canalizar un interés verdadero por la tradición musical. La cantante y compositora, que a veces se planta frente a una conga para cantar, da unos cuantos pasos más allá del sonido familiar-navideño de Margarita Laso pero se detiene antes de pisar el bar de Domingo Cantinas. En efecto, en la música de Grecia Albán no hay irreverencia ni ironía pero tampoco hay la pretensión de recuperar la música ecuatoriana o el folclor latinoamericano en términos puristas pues en sus canciones dialoga la música ecuatoriana, el folclor latinoamericano, el despliegue jazzístico e incluso el reggae.
Este sonido tan consolidado no solo es fruto de la claridad y seguridad de su voz, su uso discreto del vibrato (muleta cansona de muchos otros vocalistas), o la brillante ejecución de su banda (con especial protagonismo del acordeón, los teclados y la percusión), sino también la estructuración de sus temas y el encanto de unas melodías que, a veces, en lugar de alargarse se cortan y sorprenden. Ciertas vocalizaciones percusivas de Albán pueden recordar momentos de Yma Súmac y la cualidad acústica de la interpretación en vivo, sin sobrecarga de loopso samples, permite percibir con intensidad los momentos de tensión así como los momentos de alivio. Historias de amor y separaciones, denuncia social y fiesta, sonidos andinos y amazónicos, ritmos afro y efectos producidos en vivo que recrean, por ejemplo, un amanecer selvático.
La música de Grecia Albán es además una buena muestra de los nuevos talentos en la composición ecuatoriana. En estas canciones, las creaciones y arreglos de la propia Albán así como de Daniel Bitrán, Esteban Portugal y Matías Alvear, entre otros, producen una confluencia de tradiciones retrabajadas y sonidos que logran envolver al escucha. Grecia Albán y su banda hacen que la música nacional nos suene a la vez como algo conocido y nuevo, como una serie de ritmos diversos y bien trabajados, una sensación difícil de lograr más allá de las fórmulas o la edulcoración.