El Apuntador

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LA CONDICIÓN HUMANA EN ÁNGEL Y SALVADOR / Santiago Ribadeneira Aguirre  

En la obra de teatro La misma sangre vuelven a estar Ángel (Carlos valencia) y Salvador (Marco Bustos), personajes emblemáticos de la película Ratas, rateros, ratones estrenada hace 25 años y dirigida por Sebastián Cordero, como lenguaje, prevención, reconciliación y desconfianza. Ambos son los héroes marginales o monstruosos, anclados en los misterios del lenguaje cotidiano: resaltan a un tiempo la mundanidad fallida y la subjetividad actuando sobre sí mismos. Entre esa ‘realidad extrapersonal’ y el aislamiento del ser humano están, a manera de recurso medular, los giros coloquiales como parte de una atmósfera metafísica que tiene una identidad física: la cárcel en la que ahora está recluido Ángel a quien visita regularmente su primo Salvador.

Señalemos que el dramaturgo de la obra de teatro La misma sangre y el guionista de la película Ratas, rateros, ratones es el mismo autor: Sebastián Cordero, quien apela a una apasionada ‘transcripción de la realidad’ (copiar y transcribir son dos cosas distintas) y ahonda en los trasfondos de la apariencia formal. Lo que se entiende por realidad, en una definición esencial, es una imitación cautelosa porque lo que verdaderamente cuenta es lo que está escondido en ella, aquellos aspectos que de cierta manera son ‘otra realidad’. (“Una buena narración puede revelar los presupuestos ocultos en argumentos aparentemente neutrales y desafiarlos” H. Arendt). La verdadera realidad, decía José Edmundo Clemente, no está en las formas, está en su vibración sentimental. Y Ray Bradbury expresaría: (también se puede) morir de realidad.

La misma sangre. Marco Bustos, Carlos Valencia.

Es decir que en la aparente e imaginaria mundanidad (en la ‘inspiración depurada de acontecimientos mundanos’) y en la intimidad/interioridad de los personajes, hay un constante y permanente avivamiento espiritual, aunque hayan pasado 25 años, desde el estreno de la película. Hay que seguir con meticulosidad los diálogos de Ángel y Salvador en donde desaparece la intriga porque no hay un relato que pueda ser identificado plenamente. No se rememora un suceso cualquiera que pueda ser poco conocido o habitual. Los espectadores del presente enfrentaron a una serie de hechos o sucesos evocados por Ángel y Salvador, en la obra de teatro y 25 años después (Ángel salió ilegalmente del país como migrante a los EE. UU., y pudo trabajar ‘formalmente’ como guardia de seguridad, que no es un dato menor) que despiertan una cautelosa perplejidad porque cuestionan cualquier atisbo de una suerte de ‘atracción pasiva’ del espectador, tal vez debido a que la principal preocupación ya no era ‘contar’ (una historia, un hecho, un suceso) sino juzgar y juzgarse. No se hace un retrato de los acontecimientos, sino que se descubre y se muestra –desde el punto de vista de las leyes del movimiento– la degradación de los valores en la sociedad.

La misma sangre. Marco Bustos

Están a la vista en la obra de teatro (y antes en la película) la irreflexión o la inconsciencia de la sociedad que refuerzan el ‘automatismo de las costumbres’, los clisés en definitiva. El sentido del mundo y de la vida ya no estaría en los valores, puede ser una premisa, sino en la manera despiadada como el sistema ha privilegiado y formalizado la violencia. El mundo común o esa atmósfera metafísica que construyen Ángel y Salvador, –el valor del Ser Humano– es el espacio que hay entre ellos, con sucesos irresueltos, baldaduras de cuentas pendientes y reclamos familiares por el cuidado de la abuela. Lo que les une a Ángel y Salvador, en el sentido de las relaciones y referencias compartidas, es la mundanidad fallida que surge de manera natural en ambos personajes redivivos, a partir de dos giros coloquiales fundamentales: “el tiempo lo dirá” y “yo ya te lo dije”, que están recogidos en ese maravilloso poema de Wystan H. Auden llamado Si pudiera decirte:  

            El tiempo dirá tan solo: “ya te lo dije”.

            Solo el tiempo conoce el precio que hemos de pagar;

            Si yo pudiera decírtelo, te lo haría saber 

            Si debiéramos sollozar cuando los payasos hacen su número,

            Si debiéramos tropezar cuando tocan los músicos,

            El Tiempo dirá tan solo: “ya te lo dije”.

 Aludiendo a la famosa teoría de las acciones hay que entender los encuentros y las semejanzas entre el fenómeno estético y el político, contenidos en el diálogo y la esporádica convivencia de Ángel y Salvador en el espacio metafísico de la cárcel. Y, sin embargo, no cualquier forma de convivencia humana tiene mundo. Está la dimensión artificial que se deriva del quehacer humano, las formas del disfrute, las disensiones y la reivindicación del tiempo libre. Frente al ciclo de labor-consumo los seres humanos transforman la naturaleza. Se edifica un mundo artificial que provee un espacio para vivir. (Ángel cuenta que su ‘primer trabajo’ siendo adolescente, fue robar una bicicleta. Y convierte al objeto bicicleta en un objeto de uso y no de cambio).

La misma sangre. Carlos Valencia.

En esa trama de la relaciones humanas, ambos tienen las de perder. No obstante, están contra la homogeneidad (‘no todos somos iguales, familia’) salvo cuando se trata de los asuntos propios de su disminuido parentesco. El pasado parece que ha perdido autoridad para ayudarles a entender el presente. “Así mismo es”, dicen ambos. Es el aforismo que está en el lenguaje y en el comportamiento de los personajes de Cordero. ¿Quién decide lo que se registra y lo que se preserva?

Ángel y Salvador expresan esas dicotomías y reparos que, sin embargo, no son transgresoras de nada. ¿Miran hacia atrás con nostalgia? Ellos no entienden la nostalgia como una certificación de la memoria. Expresan la pérdida de algo que nunca tuvieron: libertad, solidaridad y paz, aunque prevalezca la evocación más por su irreversibilidad que por su constatación. “La luz que ilumina los procesos de la acción, y por lo tanto los procesos históricos, solo aparece en su final” (H. Arendt. La condición humana, cit., p. 125 citado por Fina Firulés y Ángela Lorena Fuster / Hannah Arendt Más allá de la filosofía / escritos sobre cultura, arte y literatura, p. 21).

La misma sangre. Marco Bustos, Carlos Valencia.

Ángel y Salvador, los seres perecederos, transitorios, o los antihéroes sublimados por las contingencias y el destino, colocados fuera de la historia por las circunstancias y la sociedad, deberán sucumbir inexorablemente por la intermediación de la violencia que habita las cárceles del Ecuador desde hace algunos años, que permea la institucionalidad del país bajo la instrumentalización del poder político-económico y el narcotráfico.

Los espectadores, evasivos y discretos, solo se concentraron en las generalidades y las externalidades de los personajes, en los planos abiertos, sin ‘profundidad de campo’ para entrar en los detalles de la trama, en los primeros planos del conflicto que les permitiera entender las dimensiones de la condición humana de Ángel y Salvador, su tragedia inexorable, porque lo único que importaba era ‘divertirse’ y ‘disfrutar’ del espectáculo sin discernir otras añadiduras del ‘entre mundo’ de la obra. Y reír a destajo, sin pensamiento, puede ser ajeno a la singularización y a la producción de objetos artísticos (obras de arte, de teatro, música, literatura, etc.) puramente mundanos, que amplían la pluralidad, el pensamiento y los signos intercambiables de los creadores para ‘desafiar el tiempo’ y cuestionar el poder.  

 FICHA TÉCNICA

Obra: La misma sangre

Dirección y dramaturgia: Sebastián Cordero

Ángel: Carlos Valencia

Salvador: Marco Bustos