El Apuntador

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La fiesta de la luna /Santiago Ribadeneira Aguirre

Lástima –le dijo a su acompañante, cuando dejaban las instalaciones del teatro. Él le contestó que estaba confundido, que todo había ido más allá de la imaginación que siempre exige muchas verdades.

– ¡No es así! Es el no de la afirmación.

Ella le expresaba sus reparos sobre la subjetividad. De manera sutil habló que cualquiera (es decir Él) puede entender el rol del espectador que como un fantasma interrumpe, con su perversidad, las lógicas de la imaginación. Eso lo dijo después, con la taza de café y la cuchara respectiva para remover el azúcar, que también entraban en la aquella lógica muy atravesada por las (im) presiones provocadas por el espectáculo La Fiesta de la Luna, creado como parte del Taller dirigido por Martín Peña Vásquez.  

– ¡Lástima! Volvió a decir Ella, aunque en esta ocasión, el acento de la voz derivó en una sonoridad prolongada, mucho más evangélica, más atropellada y sinuosa. Acostumbrada a leer el pensamiento, Ella le señaló que desechara los cumplidos y las anuencias. ¿Estaba haciendo alusión al poder grandioso del espectador, que se imagina, a sí mismo, como intérprete, capaz de inventar a Hamlet o al Quijote, para después morir asido a la destemplanza y el anonimato?

La fiesta de la luna

–Es decir, pensó Él, que además podían ser ellos, los personajes, una especie de víctimas de alguna desavenencia.

–Como la de aquél personaje etéreo y vaporoso –le replicó Ella enseguida. Con el rostro  ultrajado por la supuesta incertidumbre Y con ínfulas de ser un suicida en potencia. Lo que intento decirte es que, en algún momento, ese fue mi extraña predisposición a la conjetura y como buena espectadora, dejé que sea el pensamiento (del cuerpo) el que conduzca el análisis.

– ¿Qué ganaríamos como espectadores, atribuyéndole al personaje que se enamora y se casa con la Luna un desliz sentimental y poco creíble? Nada que no sea interrumpir la historia.

 –En ese momento –en el del suicidio– pensé en la madre del personaje. O pensé en lo que posiblemente estaría pensando el héroe. En estas situaciones (inverosímiles) lo que él quisiera –eso está claro– es dejar este mundo a causa del desprendimiento de una parte de su conciencia y también de ese otro momento que el narraba como si realmente hubiera ocurrido. Lástima, porque hasta pude oírle algún susurro (en la teoría del susurro no hay sonidos) inaudible para los demás invitados a su boda, que le obligaban a girar la cabeza, a quebrar el cuerpo como si estuviera dislocado o contuso (son las reglas de las posturas corporales) a ir de aquí para allá, seguido por la turba  que se reía en su cara y que así mismo giraba haciendo un canon repentino. Eso, definitivamente, no es verosímil.

–Qué es lo que importa, entonces –volvió a insistir Él, un poco más tranquilo. ¿El personaje o la idea que tenemos de él? Su figura desacompasada, interrumpida por la luz o el humo irredentos. A la boda con la Luna no pueden llegar tantos adeptos (aunque hayan sido talleristas, o por eso mismo) como unos cleptómanos girondinos, haciendo sonar las puertas y las ventanas o acusando al personaje de subirse a cada una de las estrellas del firmamento para especular sobre la inmortalidad y el tiempo.

La fiesta de la luna

Ella estaba eufórica y revolvía la taza de café. Su mirada hizo un paneo y en ese ejercicio le pareció divisar la figura del personaje, somnoliento, exhausto que se perfila en algún rincón del lugar. Puras visiones. Y dijo: Tal vez fueron las simples coincidencias las que me llevaron al teatro. O los buenos presagios. Si pudiéramos aceptar que había muchas dificultades previas, hasta materiales porque no sabemos dar un paso a la vez. Es la ‘metáfora inversa’ que leí en alguna parte.

–Lo ‘concreto’ es que las probabilidades de encontrarnos con el novio y la novia en la calle o en este café, son nulas. ¿Estás de acuerdo, cierto? Él no buscaba alguna respuesta apropiada, solo despejar la atmósfera de malos entendidos.

Ella en cambio pretendió cerrar la conversación de una manera abrupta.

– ¿Le estamos adjudicando el rol de héroe? Eso podría desembocar en una carrera precipitada contra el tiempo. Como si estuviéramos hablando de un sobreviviente. Aquellos que sueñan siempre son sobrevivientes de algo.

– ¿Un sobreviviente? ¿Por qué? ¿No es este un teatro vivo? –dijo Él.

– Es el conflicto entre experiencia y experimentación –insistió Ella. Ambos con sus respectivos apremios y consecuencias. Lo específicamente teatral y cito de memoria: “es decir todo aquello que no puede expresarse con palabras, o si se quiere todo aquello no cabe en el diálogo, y aun el diálogo como posibilidad de sonorización en escena, y las exigencias de esa sonorización” (escribo en cursiva esta palabra).

– ¿Hay que hacer referencia, en el caso de la experiencia, a prioridades artísticas? La experimentación se expresa de manera viva y fecunda en el terreno de lo imaginario. (Él hizo una pausa necesaria). Tenemos que regresar al comienzo de esta conversación. Podríamos quedarnos sin personaje. Y sin espectáculo…

– ¿Quieres que hagamos una cita con él? –dijo Ella, con un cierto sarcasmo.

– ¿Y qué le preguntaríamos? El hecho cierto es que para él nosotros no existiríamos. Apenas somos simples espectadores empeñados en sostener a toda costa el tiempo presente y desde allí interpretar el hecho escénico. 

Él se refugió en otra taza de café mientras Ella buscaba algo en su cartera de mano. Los dos rieron como si se hubieran puesto de acuerdo. Una risa acústica, vertida por ambos en canon sobre la mesa. Jaja, jajaja, ja, jajajaja, y otra vez ja.

–La conveniencia de las formas –reclamó Él. Habría que hablar de ‘pliegues’, como una experiencia que se replica desde la estética. ¿Eso es lo que vimos, no?

– ¿Te fijaste en el vestuario de los novios? El novio estaba de negro, parecía detective. El vestuario de la Novia-Luna, grandioso en su simplicidad. Los invitados se encargaban de construir la socialidad sarcástica de la vida humana. Esos son los pliegues como gestos destinados a los sentidos: “que hay una poesía de los sentidos como hay una poesía del lenguaje, y que ese lenguaje físico y concreto no es verdaderamente teatral sino en cuanto expresa pensamientos que escapan al dominio del lenguaje hablado”. (Artaud)

– ¿Qué pensamientos son esos que la palabra no puede expresar y que encontrarían su expresión ideal más que en la palabra en el lenguaje concreto y físico de la escena?

A esas alturas de la discusión el tono de los dos tenía un atranco de conciliación. De ahí que Ella se atrevió a lanzar el cuestionamiento sobre la poesía del espacio y esas cosas artaudianas, que son más que una simple voluntad de forma.

– ¡Formas intimidantes y vivas! Eso es el espectáculo La Fiesta de la Luna: una participación de danza, pantomima, gesticulación, entonación, vestuario, iluminación y poesía. ¡Uff!

– ¿Magia o poesía? Imágenes materiales (otra vez los pliegues) equivalentes a imágenes verbales. La Fiesta de la Luna tiene un valor pictórico, de ideas dibujadas…

– ¿De qué te ríes? –le increpó Ella con delicadeza. ¿Otra vez el asunto de la subjetividad? ¿Lástima? Lo sabía. La repetición ha perdido su inocencia. Estamos condenados a diferenciar las repeticiones y enfrentarnos al dominio de la mecánica interior y exterior. Y cierro el capítulo: ‘la vida del soñador e incluso la nuestra, se erige como una nueva construcción sobre los cimientos de una buena repetición’. ¿Estás de acuerdo con la frase de Sloterdijk, cierto?

Él asintió, volteando la cabeza y levantando las manos como si alguien hubiera jalado de los hilos. 

– ¡Para volver a ser una figura de ficción que deja traslucir la caricatura en que pude haberme convertido! –apuntó Él.

Ella y Él tuvieron el sobresalto de que alguien que estuvo sentado en el fondo se levantó, hizo un ademán y salió por la puerta apenas abierta. A esas horas de la noche, la luz de la Luna llena atravesaba las ventanas e inundaba de a poco el recinto.

Ficha técnica

Taller de técnica, composición y montaje dictado por Martín Peña Vásquez, director del Teatro del Cielo

Obra: La Fiesta de la Luna / Mimo Corporal Dramático

Actores: María Isabel Rodas, Sheila Robalino, Marthina Ortega,Roberto Ramírez, Fernando Sasi, Alejandra Ponce, Juana Micaela Arias, María Cristina Coral, Nadine Muñoz, Johnny Hidalgo, Elías Nathan, Pedro Sánchez Montoya, Andrea Brito, Ricardo Carrera, Ramiro Aulestia, María Fernanda Auz, Juliana Cadavid, Héctor Cisneros, Marco Zambrano, Bryan Ramírez, Carlos Quito, Gonzalo Estupiñán ,Ana Lía Borja

Asistencia de dirección: Katherine Velásquez

Producción General: Carolina Leguisamo /Gonzalo Estupiñán

Diseño de afiche: Gabriela Peña

Lugar: El Teatro / CCI septiembre 2022

Fotografía y Video: Archivo el Apuntador