El Apuntador

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La muerte de la criada / Santiago Rivadeneira Aguirre

Sofía es una criada. Se encarga de las tareas domésticas de la casa donde trabaja. Y de los menesteres que le exige su patrona. Su historia –la de ser una inmigrante- solo puede durar una jornada. No más. Es decir, su historia debe durar lo que dura la ficción a la que la Criada recurre y con la cual, simplemente, se reduce el tiempo de la trama o la intriga como recurso narrativo. ¡Knock! ¡Knock! Ya voy es la onomatopeya de la incertidumbre. Es la historia no–programada de una maquinación, cuyos matices están en los límites inverosímiles de la realidad y la ficción. O de la ficción y la realidad, que Sofía cambia y alterna para adaptarlas a sus pequeños momentos de vida. A su último momento de vida, porque después de esa noche de fantasmas, la Criada se suicida.¿En qué consiste, entonces, la utilidad narrativa y los escarceos que pasan de un lugar a otro, pero como divertimentos? Sofía, la Criada, crea su propio ‘teatro de sombras’. Porque las ambigüedades que ella se forja desde su imaginación, pueden percibirse como efectos de ese sueño marginal y antojadizo.

Ya voy, es la frase que Sofía pronuncia para construir su propio ‘efecto de realidad’, sentada al borde de su camastro, frase que se convierte en el equivalente dramático que le sirve para crearse ella misma, un remedo de realidad y así poder entrar y salir de la ficción. Para arriesgar una conjetura, tal vez cabría hacer referencia a la intención de que el espectador pueda fijarse solo en los efectos de los sueños de Sofía, como una ventana que muestra y oculta los encuentros con sus sombras: su amigo Rocambole o el alter ego, quien le comunica que ha recibido una herencia de 300 millones en billetes de a cien; el galán que no sabe conquistar, sus amigas e incluso el demonio. Y las demás sombras que no son sus semejantes, sino las instancias para ella misma desemejarse. Es un asunto que concierne tanto a la ficción como a la realidad a fin de que pudieran encontrarse en el afuera del escenario y en la acción propiamente ficcional.

¡Knock! ¡Knock! Ya voy nos descubre una mímesis nueva, no en la invención de personajes que ensaya la Criada, para el supuesto diseño de una libertad insipiente, sino en el hecho sobresaliente de que las creaciones de esa ensoñación son desprendimientos de su cuerpo real, que finalmente se convierten en los auténticos soportes de sus sueños. Detrás del suicidio de Sofía no queda nada, salvo las formas soñadoras de la frustración. O la ruina y cinismo de un sistema que empuja a los seres humanos a dejar sus países de origen por razones de pobreza.

La novedad para Sofía es la vida que se descompone en infinidad de instantes y de pensamientos, sin alcanzar su acto, igual que en  La muerte de Dantón de Büchner: las ideas actúan en el modo del sueño o del sonambulismo. Y la vida, como dice Rancière -y vale volver a refrendarlo- ‘es lo que hace del escenario el lugar de una dramaturgia nueva, una dramaturgia de la coexistencia’. Lo que nos compete es entender el valor de las potencias que sustentan el hecho escénico: los pensamientos, las palabras y las acciones.

Es decir, hay que cuestionar las convenciones teatrales con la misma firmeza que admitimos los cambios y las rupturas. Y, para el caso de la obra que comentamos, la música y las canciones de Violeta Parra le restan verosimilitud al espectáculo y comprometen el juego de similitudes y de oposiciones que envuelve la acción soñadora y delirante de Sofía.

¡Knock! ¡Knock! Ya voy es la versión penetrante de la obra de teatro del escritor y dramaturgo argentino Roberto Arlt, 300 millones, (1932), presentada en el Patio de Comedias con la dirección de Paloma Saad Gamayunova, la asistencia de dirección de Mateo Cevallos y las lúcidas actuaciones de Pao Chalco Loya; Liseth Campos; Fernanda Corral; David A. Noboa J.; Héctor Rodríguez y Daniela Melo Campos. En la producción estuvo Jhonny Romero; como Couching Vocal José Ignacio Vallejo y en las ilustraciones Narcís Herrera.