LA SERENÍSIMA…/ Genoveva Mora
Martha Ormaza, se mantuvo firme en su convicción de trabajar, de hablarle al mundo a través de la escena; y principalmente en esta icónica obra que quedará marcada en la memoria del teatro ecuatoriano. Y de la que me parece que lo más honesto es honrar la palabra y los deseos de su autora, y de lo mucho que significó para ella este trabajo:
“Siento en esta obra como la madurez de la escritura y la madurez de las razones para hacer obras de teatro, aunque siempre he buscado qué decir, no me han importado los mensajes sino los contenidos. Pero en esta he querido sentirme libre, grande, madura, expresar con toda libertad lo que he pensado desde hace mucho tiempo. Los artistas aquí no tienen el espacio que tienen en otras culturas, para mí, eso a sido doloroso y no lo he podido digerir; las cosas han cambiado en la plástica, en la música. En el teatro hay un tema de marginalidad, de vivir paralelamente de acuerdo al apetito del público, y del publico depende que el arte sobreviva, entonces, está la disyuntiva de hacer lo que le guste al público… y otra es hacer lo que mi mente libre manda y lo que mi corazón sensible propone. Esta obra me ha dado la libertad de hacer y decir lo que quiero desde un punto de vista simbólico, La gran Virgen de Quito con sus grandes alas, que le da la cara al norte y la espalda al sur; una Virgen con alas solo existe aquí, esta Virgen alada que pisa a la serpiente es apocalíptica, tiene para mí, una potencia muy grande de madre generadora, de inspiración para el teatro y los artistas.
Hice una investigación durante unos años, la enfermedad me sirvió para esto, para sentarme a investigar, sin mucho acceso a los archivos, pero aprendí a manejarme en el internet y los datos precisos iban llegando a mí. Encontré algo que me importaba mucho, el origen de nuestro pueblo mestizo, de nuestra nacionalidad, desde lo antropológico, y desde lo indígena, -lo blanco es muy blanco y lo indígena es muy indígena-, pero la mayoría del pueblo es un pueblo mestizo, y este mestizaje tiene una identidad profunda, representada desde los orígenes por los artistas de la Colonia, como la Virgen alada de Legarda, que se reprodujo por miles, y alrededor del mundo. Es un símbolo grande para mí. Otra parte es la ausencia total de la mujeres en la Colonia, aparecen en la casa y en los conventos pero no como mujeres generadoras de arte, me encontré con Isabel de Santiago, hija del gran Miguel, pero su hija desde niña pintó en su taller y trabajó 50 años como pintora escultora y maestra; enseñó a los grandes de la escuela quiteña a esculpir y, sostuvo el taller organizado mientras su padre iba a pintar en los distintos lugares del los virreinatos, allá llevaron esta escuela quiteña, Isabel fue la mente organizadora para administrar los equipos y su producción. Algunos historiadores dicen que el arte sostuvo el país en los momentos de crisis en la Colonia y fueron lo artesanos de toda el área del Ecuador quienes sostuvieron la economía, inclusive al Perú que era una sociedad boyante que exportaba, gracias al quehacer artístico. Se dice que había mucho canto, mucha música, se ha encontrado una cantidad de canciones antiguas, lo que quiere decir que las artes escénicas vivían, eso muestra ese sincretismo de lo andino, clásico, sacro y mundano, ese mestizaje en el arte nos muestra que los artistas escénicos estuvieron ahí. Mi frustración es pensar que el teatro sea tan efímero que desparezca de la historia. Y por eso mi insistencia de darle espacio a esos artistas y, como del teatro no he encontrado nada, es ahora a través de esta obra que le entrego al teatro este material para ponerlo en escena. Todo esto gracias a la enfermedad que, me ha dado dolor pero también fuerza y, me ha servido para recibir gran energía y apoyo de tanta gente, para poder seguir como actriz directora y dramaturga. El cáncer también se puede ver como una oportunidad”[1]
La Serenísima Madre de las Flores, se estrenó el 24 de octubre del año que termina (dos días después de fallecimiento de Martha) en la Capilla del Museo de la Ciudad, escenario perfecto para esta obra que recoge personajes icónicos de nuestra historia del arte, y coloca, como figura primordial a la Virgen de Quito, conductora de estas voces y guardiana de la ciudad que, como personaje, reafirma su amorosa condición de madre generosa y dispuesta a dar el consejo preciso.
La obra dirigida y escrita por Martha, a partir de la tesis de su hija Paloma Pierini, y de su propia investigación, se estructura en una serie de escenas (estampas como las llamó ella), que presentan estas micro-historias de cada uno de los alegóricos personajes del arte quiteño colonial.
Los coros están inspirados en el códice Ibarra, un manuscrito del siglo XVII, hallado hace poco más de dos décadas en un convento de Ibarra; tienen la función de agrandar los textos y profundizar en cada uno de esos pequeños diálogos o monólogos emitidos por los diferentes personajes, que a lo largo de ocho estampas dan cuenta de momentos preponderantes en la vida de esos artistas que dejaron, no solamente huella, sino que instauraron la tan reconocida Escuela Quiteña.
Isabel de Santiago -Valentina Pacheco- es el personaje más convincente, ella da paso este relato, porque es ella quien al final de su vida, decide abrir su corazón y dejar en orden también sus bienes terrenales. A través de su voz dibuja algo más de lo trazado en su magnífica obra, da cuenta de la condición de mujer, que se antepuso toda su vida a la condición de artista “Padre, de poco sirve mi talento, si soy mujer. Me habría gustado ser hombre. Pertenecer al gremio de los pintores. Tener mi propio taller y llegar a ser maestro”, en tanto que Miguel de Santiago, el maestro, su padre acrecentó su nombre, por su talento, pero también por su talante de hombre enérgico y, de sus impulsos nació el mito del pintor maldito.
Goríbar, Bernardo de Legarda, damas de la sociedad, frailes y monjas, desfilan por este escenario, unos para enaltecer de sus maestros, como Goríbar, o Bernardo de Legarda, quien por su historia personal no admite el amor verdadero, ni se ablanda ante la presencia de la serenísima, mientras Francisco de la Cruz Castillo, escultor, confiesa que la escultura de la Virgen del buen suceso es producto de un milagro que, con seguridad, se debió a la santidad de la beata Mariana de Jesús, personaje entrañable de nuestra historia, y como anotaba su autora, “ella es parte de nuestra historia para dar nacimiento a la nacionalidad ecuatoriana. En ella se anida nuestra identidad como patria, país y nación mestiza para la posteridad”.
El elenco compuesto por Valentina Pacheco, Pablo Aguirre, Wolframio Benavidez, Gabriela Ruíz, Alexandra Guerrero, Maya Villacreces y David Noboa; acompañados de Coral Amaranto, integrado por 15 coreautas, rinden homenaje a las célebres figuras del arte y la historia, así también al aniversario de la santa ecuatoriana, Mariana de Jesús. Y, sobre todo, la obra es un homenaje a su autora, a la actriz que cumplió sus sueños y que seguirá presente en nuestro teatro por obra y gracia de su enorme trabajo.
[1]Massimo Dal Bò, Publicado el 23 oct. 2018 en YouTube