El Apuntador

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LA SOLEDAD EN TIEMPOS DE LA CEBOLLA

Lorena Cevallos Herdoíza

Cuando Arístides Vargas decidió llevar a cabo su última obra, El corazón de la cebolla, se planteó la misma como un cambio significativo en el lenguaje del Grupo Malayerba. Su intención era dar un vuelco, donde el realismo -que algunos han denominado social y otros mágico- se sustituye por indagaciones más personales e íntimas. Pero, ¿realmente lo consiguió?

La obra, inspirada en un extracto de El tambor de hojalata, de Günter Grass, está dividida en tres actos que muestran diferentes tipos de relaciones: amorosas, familiares y sociales. Y sí, hay un lenguaje más subjetivo, por llamarlo de algún modo, pero sigue habiendo esa intención potente de denuncia característica de los trabajos del grupo, que en esta ocasión se traduce en una mordaz crítica a la censura, a la imposibilidad de decir, a la soledad de la vida contemporánea y al temor al abandono cuando se vive en una sociedad de relaciones absolutamente mediatizadas, que requieren siempre de determinados dispositivos -como la tecnología o, en este caso, las sandias, las cebollas y el ají- para poder acercarnos al otro. 

 Tamiana Naranjo. Foto El Apuntador 

A esta crítica social se adhiere aquel lirismo, aquella poesía y esa suerte de magia que ya hemos visto, por ejemplo, en Instrucciones para abrazar el aire o La República Análoga, que además combinan, como en esta obra, momentos marcados por un tiempo fuera del tiempo con situaciones dramáticas, cómicas, un ambiente de jolgorio y la risa como reivindicación ante el dolor. En El corazón de la cebolla persisten también determinadas temáticas que son muy características del autor, como la memoria y el concepto de identidad, a través de un potente lenguaje nostálgico. La memoria es, en la obra, el punto de partida para que el personaje de Manuela Romoleroux se acerque a ese amor no olvidado, a ese dolor no superado y construya, a través del recuerdo, una nueva identidad para este ser que vive en su imaginación. De un modo similar, en el acto de las relaciones familiares, es la memoria la que permite construir la situación dramática, la que determina la identidad presente de los personajes y la que define la relación -de distancia- que mantienen entre ellos.

  Jabiera Guerra, Gerson Guerra y Manuela Romoleroux. Foto El Apuntador

Resulta difícil, en todo caso, ver claramente la transformación de la que habla Vargas. A esto se suma una extraña transición, muy poco sutil, entre los dos primeros actos y el tercero, que se diferencian por un tratamiento enlentecido del tiempo, una atmosfera de no progresión y el rol fundamental de la palabra como transmisora de verdades trascendentales -en los actos de la familia y las relaciones amorosas- y un tiempo circular, acelerado, en el que se desarrollan diálogos cotidianos que poco a poco van perdiendo el sentido frente a la acción, que transforma el episodio en un maremoto de imágenes y palabras, en el acto de las relaciones sociales.  

Sin embargo, y a pesar de esta escisión que puede resultar algo incómoda, es posible identificar un par de motivos conductores en las tres instancias. El primero de ellos tiene que ver no solo con la dificultad de experimentar emociones y expresarlas, sino con la imposibilidad de ser escuchado por el otro. En el acto de las relaciones de pareja los personajes o bien deben huir del otro para poder transmitir sus verdaderos pensamientos o son incapaces de escuchar a su interlocutor por encontrarse subsumidos en sus propias subjetividades. Cuando se trata de la familia, los personajes no dialogan entre si. Se limitan a una suerte de soliloquios donde el otro está presente pero no es parte de la conversación. Finalmente, en el acto dedicado a las relaciones sociales, cada personaje va a su propio ritmo, habla de acuerdo a sus intereses, los defiende sin escuchar al otro y lo hacen todos al mismo tiempo. Todos los personajes de El corazón de la cebolla están solos y no llegamos a saber si es una elección o si han sido empujados a dicha soledad.

El segundo motivo conductor es el rol que se le otorga a la imagen. En el primer acto, el personaje de Cristina Marchán dice “Yo no soy una imagen”; el segundo acto inicia con imágenes de la madre, la abuela y la tía de uno de los personajes y finaliza con toda la familia convertida en imagen de si misma a través de una fotografía. Finalmente, en el tercer acto se habla de la necesidad de ‘imágenes inyectables‘.

Esta temática nos invita no solamente a pensar en el rol que la imagen tiene en la obra que, como ya habíamos señalado, poco a poco va devorando a la palabra para remarcar su supremacía al final, sino en la función que esta cumple en la sociedad actual, una sociedad que experimenta una absoluta estetización de la cotidianidad, como menciona Gianni Vattimo en uno de sus escritos. Este predominio de la imagen da lugar a un rebajamiento e igualamiento que genera que todo tenga más o menos el mismo peso. Quizá esta sea la razón por la que todo lo que dicen los personajes en el tercer acto resulte tan efímero que queda diluido y los recuerdos de la familia terminen enfrascados en una fotografía. Quizá también es el peso de la imagen en la obra lo que hace que la puesta en escena resulte tan pictórica e incluso se haga una fuerte referencia a los cuadros de Edward Hopper, caracterizados por llevar a la bidimensionalidad la soledad, el silencio y la sordidez de espacios de un realismo casi metafísico.

Sea como fuere, y se haya conseguido o no un nuevo lenguaje para el grupo, El corazón de la cebolla es una obra que nos permite replantearnos temas y esa es una de las características que hacen que una obra sea una obra de arte. La función de la palabra en relación al tiempo, de la imagen en función del espacio, y, sobre todo, la indagación sobre este nuevo modo de relacionarse con el otro desde la soledad, son algunas de las cuestiones que quedan sobrevolando una vez terminada la obra. Quedará en nosotros hacernosmás preguntas y en el Grupo Malayerba continuar generándolas.

Ficha técnica.

Dirección y dramaturgia.     

Arístides Vargas

Actuación.                              

Manuela Romoleroux

Joselino Suntaxi

Javier Arcentales

Gerson Guerra

Cristina Marchán

Tamiana Naranjo

Estreno. Mayo 4 2017