LA VOZ HUMANA EN EL BARBERO DE SEVILLA | María Luisa González
“Noches de ópera” es el libro del escritor y académico ecuatoriano-mexicano, Vladimiro Rivas publicado en el 2020. Es un compendio de varias críticas, ensayos y crónicas que el autor, como observador agudo, hace de las distintas operas a las que ha asistido en México. El placer de la escucha y la resonancia tonal que permanece en su percepción, lo traslada a la escritura-crítica desde el bagaje cultural que lo caracteriza. Confiesa que en su juventud no gustaba de la ópera, casi sentía un escondido odio, por las voces tan agudas que junto a los potentes sonidos de la orquesta molestaban su espíritu de juventud inquieta.
Quizá por eso dijo en una entrevista: “nunca dejé de percibir en este arte mixto, impuro, el rancio sabor de lo decadente. Si todo arte es artificio, la ópera lo es más: me sigue asombrando que las cosas se digan cantando”. Y concluyó con esta cita reveladora: “Mi amor por la ópera nunca fue incondicional”. De a poco se fue adentrando en el canto y perteneció a varios coros profesionales hasta que en algún momento se convirtió en un apasionado enamorado de este género. “Supe entonces que del odio al amor sólo había una audición” (VR)
En nuestro país, la Opera, quizá como el teatro y la danza contemporánea, están en el escenario cultural, no precisamente porque exista una tradición sólida que se sostenga desde las escuelas de arte y pase por el hábito de una sociedad, que siente la necesidad de ir en familia al teatro. Sin embargo, hay esfuerzos importantes, pasiones amorosas, colectivos profesionales que ponen a consideración de los públicos sus cuerpos, sus voces y su espíritu con la fe incondicional en el mundo de los sentidos, como sucedió los días 17 y 19 de junio en Casa de la Música con la presentación de la Opera El Barbero de Sevilla.
Casa de la Música es un bello y acogedor espacio precisamente para que la música en sus múltiples expresiones y géneros cuente con una arquitectura y equipamiento propicio. Privilegia el encuentro del espíritu en las texturas insondables de la sensibilidad humana. Las funciones de El Barbero de Sevilla, ópera ligera del compositor italiano Gioachino Rossini, convocaron a un público que durante los dos días, llenaron la platea. Como todo proyecto colectivo, en esta ocasión además de Casa de la Música estuvo la Fundación Cultural Armonía, la Universidad de Cuenca con parte de la Orquesta Sinfónica de la Institución, y el coro masculino de la Fundación Teatro Nacional Sucre.
Los aplausos calurosos, cuando la luz hace apagón al finalizar el primer y segundo actos, quizá se convierten en el reconocimiento unánime a las interpretaciones vocales que con el registro solvente otorgan un timbre profundo en la voz de Diana Galarza , mezzosoprano, interpretando a Rossina, Daniel Cerón, barítono mexicano, en el papel de Fígaro el barbero, Israel Lalama, bajo barítono, Francisco Ortega, tenor, Diana Galarza mezzosoprano, Sandra Ochoa soprano, David Peña, César Espinoza, Damían Tacuri y José Andrade. La dirección general estuvo a cargo de María Fernanda Argoti, soprano, maestra y directora de la Fundación Armonía. William Vergara, quien cuenta con estudios en Inglaterra, Suiza, Argentina y Chile, estuvo al frente de la dirección musical. La dirección escénica contó con la experticia de Charlie Calvache quien conoce profesionalmente este campo así como el canto y la actuación.
La escenografía y los vestuarios fueron bastante sobrios, restando la atracción visual presentada en otras óperas. Tampoco los desplazamientos en el espacio escénico realizado por el elenco de cantantes, cubrieron la expectativa coreográfica. De esta manera volvemos al tema en el que se sostiene la propuesta; la solvencia de las voces y la armonía bien lograda en el ensamble con la orquesta que a pesar de contar con pocos músicos en escena, lograron la sonoridad adecuada bajo la batuta del maestro cañarense William Vergara.
Lo que no se puede dejar de apuntar, es la molestia que sentimos los espectadores al tratar de seguir la lectura de los textos proyectados en la pantalla superior del escenario, que al pasar de un tamaño normal de letra, a un tamaño más pequeño produjo desorden, y restó la atención y seguimiento de la trama.
El barbero de Sevilla, estrenada en Roma en 1816, inicia con una obertura reconocida fácilmente por el público operístico. La melodía suave del inicio y el allegro sinuoso juguetón da paso a la coda final que junto al área fígaro del primer acto, son quizá los momentos musicales más escuchados, popularizados en el campo musical.
Lo que sorprende de manera inexplicable al ser humano en su estado primario de sensibilidad, son los límites que traspasa el arte no solo con el dominio de las técnicas de la voz, el sonido, el cuerpo, sino y sobre todo cuando impregnadas del espíritu de la época se vuelven vigentes a contrapelo de la historia. La voz humana fuera del desgarramiento de la soledad que presenta Jean Cocteau, es una herramienta potente de la expresión universal. La voz humana en tonos y tesituras de alta complejidad cercana a los sentimientos más profundos y universales, es capaz de conmovernos y emocionarnos a veces hasta las lágrimas.