El Apuntador

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‘LASCIATEMI ALMENO IL NOME’ / Santiago Rivadeneira Aguirre

La palabra territorio, -como práctica y concepto que denomina, nombra y designa una forma histórica- fue capaz de señalarnos una dirección y establecer muchas analogías constructivas, que además hicieron referencia al contenido del encuentro de Mujeres en Escena, Tiempos de Mujer -diciembre 2020, evento anual organizado por la fundación Mandrágora Artes Escénicas desde hace 17 años. La condición de habitar, en suma, que plantea, desde el teatro mismo, una conjetura: las nociones de lugar y de ocupar como premisas. Y ambas como una signo de extrañamiento.

¿Qué es lo que hay que ‘territorializar’? Volverlo territorio propio. ¿O re-territorializar? ¿O des-fronterizar? ¿O desterritorializar, como propusieron Deleuze y Guattari, en su momento? Porque la territorialización siempre aludió, en un principio, a la zona o espacio que circunscriben o delimitan, el sentido de la pertenencia y la disputa entre lo público y lo privado por razones estrictamente de dominio, geográficas, económicas o políticas. Planteada esta dicotomía, desde el arte, habría que establecer alguna distinción que nos acerque a una forma de representación tan simbólica como imaginaria.

Trashumancia, grupo suizo Teatro Delle Radici. Foto Captura de pantalla de Youtube

La territorialidad, por ejemplo. La acotación del cuerpo. Y en el ámbito y el dominio de las antinomias, están la identidad y las diferencias, los particularismos, al lado de las antinomias de espacio y tiempo, como ‘marcos formales’ que tienen una variación ontológica, muy ligadas a las definiciones (también antinómicas) de variedad, homogeneidad y heterogeneidad. (Frederic Jameson, 2000), como vimos en los espectáculos Trashumancia del grupo suizo Teatro Delle Radici, dirigido por Cristina Castrillo; o en Sueños de Shakespeare, una obra de Luciana Martuchelli y la Compañía Yinspiração Poéticas Contemporâneas de Brasil, cuya intención poética fue acceder a la absoluta y abigarrada simultaneidad.

Recuerdo aquel pasaje victorioso y de trashumancia cervantina, que elabora una ‘no-dislocación’ quijotesca (El Quijote deja de ser el personaje de la imaginación para volver a ser el Quijano de la realidad) y entender toda visión humana sobre la otra territorialidad:

Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho, se hincó de rodillas y dijo:

-Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo (…)

-Déjate desas sandeces –dijo Don Quijote-, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar (…)

Con esto bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.

Parafraseando a José Ángel Valente -de quien extraje la cita anterior- tal vez convendría descifrar entre ‘lugar’ y ‘territorio’, el punto equidistante (o histórico, si cabe) ‘en que la realidad de aquel deja de sustanciar la noción de éste’. Podríamos denominar la acción de habitar como un desvío o la deriva (como lejanía), para situarnos más bien en el tránsito, como si el lugar y el territorio establecieran la simple fascinación de un recorrido ¿foucaultiano? sobre ‘la inconmensurabilidad de las palabras y las cosas’. Y si ya la diferenciación importa poco, porque el teatro (y la teatralidad del teatro) cuanto más a la deriva se encuentra, ‘tanto más central parece el lugar que ocupa’. (Terry Eagleton, The function of criticism, 1987; citado por Enrique Linch, El merodeador, pág. 162)

La ‘no-dislocación’ no es una alusión sino un extrañamiento. Es la circularidad de la memoria, cuyo ir y venir se convierte en un viaje inexorable. ¿Se puede escapar a la circularidad de la memoria? Es decir, también está la trashumancia, el repentino cambio de lugar -generalmente obligado- que provoca en el individuo la ‘pérdida de sentido’. Y perder el sentido es el comienzo de la destrucción de la propia presencia. Estar presente significa oponerse a la destrucción del mundo, a esa extraña voluntad fáustica que somete las cosas a la duración y a la mudanza. La temporalidad disruptiva. El ser humano ‘cae en el tiempo’ (E. M. Cioran), y cae a su condición itinerante y contingente.

Es la destrucción del presente. Es la irrupción. La recurrencia. Eso fue Aquí, ‘una serie de 6 cortometrajes producidos por Súbita Compañía de Teatro de Brasil. Cinco actores en diferentes espacios’ y tiempos convertidos en tela de araña. Llaves o pistas poéticas para abrir nuevas puertas. Son las lejanías, las recordaciones ahora más acentuadas por razones de la pandemia. Otra vez la memoria, los trazos, como una escritura constante que sin embargo se desmaterializa cuando se vuelve palabra y por eso hay que recurrir a los objetos pequeños como en la lectura/reescritura que hace el grupo Espada de Madera de la obra de Federico García Lorca Don Perplimplin con Melisa en su jardín, una especie de Aleluya o jubilo erótico; y aquella propuesta del Museo de las pequeñas cosas de Lilian Guerra e Clâ – Estúdio das Artes Cômicas, una obra de teatro de objetos para público adulto, también de Brasil. 

Amor-con-fin-ado, Valentina Pacheco. Foto Captura de pantalla de Youtube

Otro de los signos constantes fue la noción de viaje. ¿Qué se hace en un viaje cuando de por medio están la incertidumbre y la angustia? Se sueña. O se inventa como intentó decirnos la actriz Valentina Pacheco con el espectáculo Amor-con-fin-ado, y los sucesivos desdoblamientos de sus personajes. Cada cosa en su lugar, reitera otra vez la obra Trashumancia con ese maravilloso imperativo ontológico:

 Cada cosa en su lugar

El fruto en su árbol

La espiga en su pan

¿Qué lugar habría sido mío si no hubiera ocurrido este extermino?

El baila, la danza, el movimiento. El cuerpo recuerda siempre dónde estuvo. La noción de lugar, como territorio propio, es una constante. (¡Uno tiene derecho a saber cómo ha muerto!-dice alguien en Trashumancia) Los gestos recuerdan y los objetos son parte del ejercicio de recordar, del ejercicio de la memoria cuando Las calles están vacías -marca Ana Jácome de Artemisa Danza. Un apoyo irrestricto a Ana Cristina Barragán, víctima de la misoginia y el abuso de poder. Porque también están quienes miran sin mirar. O quienes miran para otro lado. Los recuerdos se vuelven imágenes de la tangibilidad. ¡Hay que condenar la violencia contra la mujer, en todas sus formas!

Las calles están vacías, Ana Jácome de Artemisa Danza. Foto Captura de pantalla de Youtube

Los sueños, los encuentros con lo (aparentemente) desconocido y las reflexiones sobre la memoria del pasado y los espacios vividos. Y la poesía como salvación y recompensa: como una sinigual Sombra protectora, una producción de Metec Alegre / Alina narciso y Lisandra Hechavarría, inspirada en la poesía de la cubana Teresa Melo. Así transcurrieron los momentos del Festival, dirigido por Susana Nicolalde. En el marco de esas necesidades existenciales, cuando la virtualidad, asimismo, les obligó a las y los participantes, a utilizar todos los dispositivos: las plataformas, y los soportes tecnológicos que tuvieron un valor de reafirmación.

¿El fin de la existencia táctil?  Las obras, los encuentros, la música de María Tejada; el taller de dramaturgia, el homenaje a dos grandes actrices, directoras y pedagogas, Charo Francés y Marina Salvarezza;  Transitando huellas, la galería de nombres y hechos, contemplados y vividos con esa distancia obligada, también tienen un valor de aprendizaje. Por lo tanto, bajo las extrañas circunstancias de la pandemia y el confinamiento, el teatro ha podido instaurar ese valor de aprendizaje como condición fundamental que apunta hacia un pensamiento regenerador.

Con un grito último, también de uno de los personajes de Trashumancia (Gracias Cristina por ese hermoso espectáculo): lasciatemi almeno il nome. ¡Déjenme al menos el nombre! La resonancia y el reconocimiento de lo lejano en lo próximo, cuando la estética de la existencia -como quiso expresar Adorno- ‘surge como forma de reflexividad’. La ‘moral de la resistencia’ o una ‘ética del presente’ a manera de una nueva ‘historia del nombrar’. (Carlos Thiebaut La balsa de Medusa 35, Visor, Madrid, 1990).

Barrio caleidoscopio. Carlos Gallegos. Foto Captura de pantalla de Youtube

Y en la historia del nombrar contemporáneo del teatro ecuatoriano, está Barrio caleidoscopio de Carlos Gallegos, -que cerró el Encuentro- un espectáculo del soliloquio y la identidad. Y está la palabra, necesaria para la evolución dramática y del lenguaje, como evocación y presente taumatúrgico que permite a cada espectador construir las imágenes de su contingencia.

Estos fueron algunos de los derroteros temáticos y conceptuales -desde nuestra perspectiva de ‘reseñadores’-  más evidentes durante el Festival Mujeres en Escena, si acaso existiría, además, la pretensión nuestra y deliberada de encontrarles algunas líneas compartidas y comunes para volverles un territorio seguro y un lugar de encuentro.