El Apuntador

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LOS SILENCIOS HABITADOS POR ISABEL ESPINOZA

Entrar en la obra de Isabel Espinoza es sumergirse en un cosmos, es iniciar una suerte de viaje a un espacio enigmático, en donde poco a poco vamos abriendo los ojos hasta aclarar los sentidos y nos volvemos permeables al juego de texturas y sensaciones que pueblan su universo.

Isabel creció en el campo, en su natal Puerto Quito, donde su vida transcurría al ritmo del río y donde uno de sus pasatiempos favoritos era mirar el mundo desde arriba, trepada en los altosárboles, allí permanecía mientrastodos la llamaban sin la ocurrencia de alzar la vista.Quizás, ya entonces,su mirada avizoró quedesde lo alto las figuras pierden tamaño yse vuelven factiblesde ser observadascon precisión.

El escenariode su infancia tuvoa sus padres comopersonajes rotundosque incidieron en supersonalidad. Con dignidad y mucho amor leenseñaron a sentirse merecedora, sin por ello creersevivir por encima o por debajo denadie. Probablemente, por esto Isa-bel Espinoza no toma el derrotero, ni el discurso de defensa a minorías. Nada de eso hace parte de su narrativa artística. Ella habla del ser humano universal en toda su complejidad.

Concluye su licenciatura en mil novecientos noventa y tres, su tesis la hizo en el Centro de Estudios Africanos para abordar de un modo académico toda la cosmogonía de su infancia, la transmisión oral de sus abuelos. Esto dio origen a su primera serie importante como artista –La Tunda (1994)– con la cual entró a galerías, en ella abordó las historias de visiones que estaban arraigadas a ella desde niña, evidenciando en imágenes lo intangible, lo que no se ve y sin embargo está ahí.

Sus múltiples inquietudes la llevaron, en época de estudiante, a trabajar en distintas compañías de teatro y en grupos de títeres. Ejerció como modelo profesional, oficio que le permitía pagarse sus estudios en Quito. Mientras cursaba las clases en la facultad de Artes, también trabajó con la Compañía Nacional de Danza del Ecuador haciendo escenografías.

Todo ese camino ha nutrido su obra y se ha fundido con las costumbres de su pueblo: los arrullos, las novenas de muertos, la talla de la balsa para representar al difunto, están presentes como impulso para su arte.

Ávida por aprender estuvo siempre rodeada de quienes le brindaban la posibilidad de investigar y de crecer. Su interés centrado en el ser humano, como sujeto, la acercó profundamente a la Sociología y Antropología, disciplinas en las que se adentró gracias a la Beca Rockefeller, tiempo en el que produjo Identidades en Tránsito (2000), durante su estadía en Asunción, Paraguay, donde también estimuló su arte en ese año y medio que trabajó en UNICEF.

Isabel Espinoza 

Isabel es un ser transparente, como su obra misma. Su peculiaridad en volverse cristal, mimetizarse con los mundos que habita de manera temporal sin perderse de sí misma, y siempre atenta por entender al otro.

Ella es una artista que respeta la materia, por eso en su trabajo hay todo un proceso y una entrada en diálogo con los materiales que va a trabajar. Primero los siente, encuentra su energía, su esencia, su vibración, y en ese camino, cuando ya no le son ajenos, los incorpora y comienza a intervenirlos, a transformarlos... Probablemente en esto hay rastros de su estancia en Japón, donde aprendió que cuando se visualiza la naturaleza de un hacer, no puede haber malas interpretaciones.

En cada una de sus series parte de una idea clara, busca los elementos, el material que le permita comunicarse, y desde ahí construye su narrativa, entonces asoma un discurso artístico que insufla vida a los elementos, confiere voz a los materiales y expande sus sentidos. Lo constatamos en su serie Metáfora de los Escudos (2001), realizada en papeles manufacturados por ella misma, donde hace referencia a la pregunta ‘Cuál es tu papel’, y a modo de respuesta, la transparencia de sus ‘papeles’ responde como afirmación de su postura, de su ética, de su convicción por cumplir su rol con honestidad. Sus palabras lo confirman:

“Hablo de decodificaciones no por elucubrar caminos en el arte, sino ante la evidencia de que el arte es y está en la vida en sí. Esta belleza que tenemos los seres humanos, esta vibración exquisita que aflora y que las artes no alcanzan a abarcar completamente. Por eso hablo del arte ancestral en la vida cotidiana, en la búsqueda de una esencia mística, de esto que sucede”.*

 Cosmos es para Isabel una palabra clave para enten- der esta humanidad y nuestra estancia en el mundo. Su esencia de artista la ha llevado a plasmar en su obra esa figura original; ha partido del micro al macro cosmos.

La metáfora toma, literalmente, vida en su obra. Es su vehículo, su modo de entrar en las distintas temáticas que aborda, y es el medio para desentrañar los roles que jugamos los seres humanos frente a determinadas situaciones.

Como se ha señalado, cada material y cada soporte elegido tienen coherencia con el discurso. Así, por ejemplo, las telarañas que ha usado para sostener su obra, hablan de estructuras de poder; sus papeles transparentes perfilan su posición ética. Sus escudos dan cuenta de la defensa a las identidades que contienen. Su serie Mundos Paralelos (2014-2017), donde todas las obras son redondas, hablan de la tierra y su deterioro, del cambio climático. Los palos de café son la herramienta para re- presentar al ser humano como Vibración vertical (2016). Silencios Habitados (2016) permiten decodificar el vaivén del tiempo, la energía de ese bullir constante en donde aparentemente hay silencio. Su serie Centros y Desbordes (2012) evidencia la explosión demográfica de las metrópolis, en donde lo humano tiende a dispersarse.

Y en cada una de estas series, en cada metáfora, está presente una y otra vez, la representación del ser humano en una síntesis morfológica, en su unidad mínima, en personajes primarios, como bien lo definió el artista Carlos Colombino al referirse a la obra de Isabel: “figuras primigenias”.

Esta síntesis de humanidad, esta esencia condensa- da de lo humano, se multiplica a veces de forma idéntica o diferenciada: situaciones de abandono, movimiento, descentramiento, identidad grupal o individual; dependiendo del tema que le interesa abordar; casi siempre desde una activación en positivo, porque no resiste la insistencia en la violencia que está ya incrustada en la vida diaria y por ende en gran parte del arte que consumimos.

Isabel se apropia de los elementos para reflexionar sobre ellos. Así sucedió con un árbol de cuatro metros que llegó a ella por el océano (2017). Lo tomó e inició ese proceso de acogimiento, de interacción a nivel de energía para irlo transformando en metáfora de la migración, en símbolo de un viajante que encalló en su playa... Porque “Hacer arte es, ante todo, un trabajo con uno mismo. No se trata de inspiración, sino de llevar al laboratorio un montón de Información, para decodificarla y convertirla en códigos de arte”.  *

 Genoveva Mora Toral

Septiembre de 2017