El Apuntador

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Los territorios del engaño / Santiago Rivadeneira Aguirre

En la obra Un mar de gatos, (dirección y dramaturgia de Carolina Vásconez) se mencionan de manera continua y reiterada, la existencia -real o ficticia-, de algunos ‘territorios’ como parte de la vida de un personaje (Gerson Guerra) con algunas sombras: solitario, repleto de apelativos más que de un nombre. Además, incomunicado, encerrado, sumergido en un mar de incertidumbres y vacilaciones. Es el lugar común -lo tecnológico- que se vuelve la única referencia existencial de su trajín.  Por lo tanto, no hay identificación para definirlo como persona, como elemento o ente; solo aquella (des) ubicación -o varias- que lo particulariza como un ser ‘fuera del tiempo’, o siendo parte de otra zona, también escabrosa, de la psicopolítica y la vigilancia extrema.

Un mar de gatos. Gerson Guerra. Fotos Silvia Echevarria El Apuntador

No tiene ese personaje un lenguaje que lo precise. Entonces tampoco hay voz y palabra, solo soflamas que se sueltan al desgaire. Lo incomprensible es la pauta de este quehacer oscuro y casi procaz, al que le obliga la tecnología. El Personaje atraviesa o construye sus particularismos, conforme está unas veces en el territorio virtual o en el natural o en el vivencial, conectado irremediablemente al aparato digital, subyugado por los apremios y las urgencias. Lo suyo es la incoherencia cuando no hay fronteras para las definiciones. O cuando el terreno de las opciones para establecer una posibilidad de comunicación, se ha vaciado de sentido. Son, en última y definitiva instancia, los términos de la antinomia; y como un héroe trágico, vulgarizado por la tecnología, está condenado de antemano, sin saber por qué, ignorante de lo que pudo haber provocado ese estado de cosas.

Un mar de gatos. Gerson Guerra Foto S.E. El Apuntador

Tal vez por eso hace referencia a los mitos: de los animales, los diluvios, ‘sin un Noé para salvarnos’. O la alusión directa a aquellos seres que se esconden en las bibliotecas, entre las obras de Shakespeare, en el texto de La Tempestad, por más señas. El Personaje, se vuelve su propio coro: tan pronto pregunta como responde y comenta. Así crea un eco sin participar de los hechos. La brecha entre decir y no decir se dobla sobre sí misma dando lugar a un nuevo pliegue, articulando las oposiciones, corporales y conceptuales, entre conocimiento y acción. (En el piso de su espacio-habitación-refugio, están los restos del naufragio). Y como podría haber dicho el propio Hamlet, al Personaje también le parece ridículo tratar de enderezar un mundo que está definitivamente torcido. De pronto cae en un ‘exceso de reflexión’. Ahí es cuando ya no puede obrar porque siempre se interpone una visión horrible de la realidad.

‘El mundo ha dejado de ser redondo’ -dice. Y eso le sirve para señalar su condición de extranjero: ‘puedo buscar la joya de un solo toque’. Si la acción, como sostenía Nietzsche, conlleva la ignorancia, el autoengaño, ‘el amor ya no necesita de un corazón que late’; ‘el tiempo está congelado, el collar perdido y la marejada quieta. No hay nacimientos, no se hacen nuevos mundos. Nada comienza’.

Un mar de gatos. Foto S.E. El Apuntador

Al negar la acción, el Personaje niega la historia y la constitución de la comunidad. Entonces también niega el trabajo de lo político porque prevalece ‘el rol social del artificio’, como resalta José Antonio Maravall en La cultura del barroco. Análisis de la estructura histórica, Barcelona, Ariel, 1998, (citado por Elías Palti: Una arqueología de lo político, Regímenes de poder desde el siglo XVII). En estos elementos está lo sustancial de la obra y en el respaldo teórico basado en el texto del filósofo coreano Byung Chul Han En el enjambre, que le procuran a la directora Carolina Vásconez el sustento dramatúrgico de su trabajo.

La confusión entre la realidad y la ilusión (lo virtual) le producen al Personaje intoxicación porque ya no hay otra sustancia mediadora más que el engaño del que no puede desligarse. 

¿Ese mundo de lo virtual es un espejismo, que ya no está en las prácticas sociales, sino en la mente de los seres humanos? ¿Lo ilusorio, lo simbólico ya no es un mundo de ideas, sino una dimensión constitutiva de lo inexistente? ¿Ese es el nuevo ‘enjambre digital’ que ha destruido la política y la sociedad, como intenta explicar el filósofo coreano? ¿O, simplemente, pasamos de una interpretación a otra, como hace el Personaje, cuando además no hay cabida para la memoria o el olvido, porque no hay pausas o silencios, porque la vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de sonido y furia que nada significa? (Macbeth).

Un mar de gatos. Gerson Guerra, Foto S.E. El Apuntador

Un mar de gatos es la gran metáfora de la pesadumbre: el Personaje pierde los principios que le proveían de unidad a su propio ser. Y ya sin identidad, sin saber cómo llamarse, pierde su forma para terminar prisionero de un mundo de contradicciones. Sin embargo, en el tramo final de su falso recorrido existencial, como el mismo Hamlet, busca a su padre o al fantasma de su padre para poder restablecerse, sin lograrlo. ‘Solo mis gatos me acompañan. Un mar de gatos’. Como intentar una nueva ficción mucho más soberana, para ‘enseñar filosofía a los peces’. Y así, hasta el infinito.

 Ficha técnica

Dirección y Dramaturgia: Carolina Vásconez

Actuación: Gerson Guerra 

Música: The Gateless Gate

Vestuario y Escenografía: Un mar de gatos

Diseño de Iluminación: Gerson Guerra

Técnico de Iluminación, sonido y video: Emiliano Guerra

Fotografía - material gráfico: Javiera Guerra

Lugar: Casa de Teatro Malayerba

Modalidad On Line y presencial