El Apuntador

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Dalt y las máquinas-ficción/Juan Manuel Granja

Lucrecia Dalt  es artista sonora y productora de radio. Eso, sin embargo, no nos dice mucho: Dalt vive entre la música y la máquina, entre lo orgánico de la voz y el artificio computarizado que rarifica esa misma voz, entre lo europeo y lo latinoamericano, entre la ingeniería y el arte. Dalt vuelve el escenario una cabina de máquinas, cables y perillas a la que se suma, en vivo, la percusión de una batería sin snare pero con timbal, bongos y congas. Minimalismo, explosiones intermitentes, un conceptualismo de unos pocos elementos bien seleccionados que bastardizan texturas y conceptos previos. En su más reciente álbum ¡Ay!, por ejemplo, el bolero puede entenderse como una forma de hackear la ciencia ficción.

No es la colombiana una DJ sudamericana con pedigrí berlinés, su música prefiere moverse por esa zona de inquietudes y pretensiones que vincula las salas de concierto y los museos de arte contemporáneo. A la par, sus trabajos se filtran por el mundo audiovisual mainstream (musicalizó la serie The Baby de HBO) y no tan mainstream (compuso la banda sonora del filme de body horror The Seed). Su electrónica de voluntad vanguardista –no (necesariamente) bailable– está más cerca de lo que podríamos llamar sonorización que de un cancionismo convencional.

La voz de Dalt, en efecto, está trabajada a veces como un efecto (La desmesura) y otras (como en Bochinche) se detiene a explorar las posibilidades de la voz hablada o del habla como modulación. Más que como esa palabra-cantada del pop, del soul o del rock que postula, declara, sufre o dice sufrir, aquí la voz hereda una máxima de la música electrónica: el tratamiento es más importante que la ejecución. Las texturas vívidas y atractivas para el oído importan más que las notas efectivamente tocadas. Para los músicos entrenados o “formados”, la progresión de acordes y los intervalos armónicos que suelen emplearse en la música electrónica pueden parecer obvios o trillados. Esto pierde de vista lo más importante: la verdadera función de las simples líneas melódicas puede ser un dispositivo para el despliegue de timbres, texturas, colores, matices. Por eso mucha electrónica usa inocentes melodías infantiles como de cajita musical. Melodías complejas podrían distraer de la pura materialidad del sonido-en-sí, aquí el pigmento o trazo es más importante que la línea, y la metáfora pictórica menos importante que la conmoción físico-química corporal.

Lucrecia Dalt. Foto Archivo El Apuntador

La fascinación por lo futurista que ha caracterizado a los subgéneros electrónicos al punto del cliché o lo kitsch, da paso a una neofilia más cauta que pone lo neo entre paréntesis: ¿cabe en un mundo post-COVID pensar en el futuro como época necesariamente más distinguida o promisoria? ¿Dalt forma parte de este tipo de propuestas?

Lucrecia Dalt. Foto Archivo El Apuntador

El ecosistema de la música electrónica aún puede volver productivas algunas de sus contradicciones. Tradicionalmente (si consideramos, con las vanguardias, el rupturismo como una tradición), la electrónica era anticorporativa sin ser anticapitalista. Se experimentaba el underground como una batalla de unidades microcapitalistas contra el macrocapitalismo (industria del ocio y el entretenimiento masivo). Así, géneros y escenas tomaban el lugar de artistas o estrellas, los errores se estetizaban (produciendo estilos como el glitch), se usaba cada elemento como textura y ritmo. Beats filtrados para sonar metálicos, crujientes, esponjosos, brillantes, acuáticos, aéreos o subterráneos. Las sencillas unidades melódicas, frases cortas o riffs se ponían a operar como engranajes rítmicos en función del groove.

Lucrecia Dalt se mantiene fiel a muchos de estos recursos y políticas del sonido. Con mayor consciencia que otros géneros, la electrónica siempre supo que no se puede separar a las artes de las tecnologías. Hoy, con el uso rutinario y doméstico de lo digital y las tecnologías de la información, con el boom del reggaetón (género altamente computarizado) como sinónimo de lo latinoamericano, escuchamos en propuestas como las de Dalt una re-estetización en el campo electrónico de instrumentos como la flauta, la trompeta y el contrabajo. ¿Ir hacia adelante yendo hacia atrás o quizás hacia un lado?

Ficha Técnica

Lugar: Teatro Nacional Sucre

Sábado 21 de Enero 2023

La música y artista sonora colombiana Lucrecia Dalt, ahora residente en Berlín, se ha labrado un lugar en las fronteras contemporáneas de la música electrónica y de vanguardia, con hardware en mano, para canalizar viejas preguntas en un lenguaje musical distinto y transgresor.

Su trabajo sonoro se ha presentado internacionalmente en espacios como Issue Project Room, Pioneer Works en Nueva York, Haus der Kulturen der Welt en Berlín, Museo de Arte Moderno de Medellín, el pabellón Mies van der Rohe en Barcelona, la galería de arte New South Wales en Sydney, entre otros.

Trasluz es un festival fundado en 2021 en Quito, Ecuador, que busca crear experiencias en el área de música experimental y de vanguardia, instalaciones audiovisuales y arte sonoro. El festival tiene lugar anualmente en el formato de un circuito de instalaciones, exhibiciones, conciertos y fiestas en varios espacios públicos y culturales de la ciudad.

Con Trasluz buscamos ser parte del circuito de festivales y eventos de música de vanguardia y creatividad digital de la región. Y de esta manera tener un mayor y más directo acceso al intercambio de artistas y colaboradores participantes de los circuitos de festivales de la región.

Fuente: https://teatrosucre.com/event/trasluz-con-lucrecia-dalt-fe6ta-e-isla-saturno/