El Apuntador

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Microscopia

Genoveva Mora Toral

A la hora de leer una obra contemporánea, definitivamente, no hay unidireccionalidad; ni siquiera con quienes la han creado. Así sucede con esta reciente propuesta de lxs Pez Dorado, cuyo director explica en algún medio, que se trata de una exploración del cuerpo humano en contacto con objetos. Pues yo diré que aquello está dado y, de acuerdo con mi visión,  es un elemento más, derivado de una no historia que subyace a toda la potencia de la acción en escena. Nominaría a este trabajo como ‘microscopia de la violencia’, porque, entre otras cosas, en el discurso de esos cuerpos puedo advertir ese impulso thanático que mueve al ser humano en distintas situaciones.

Haciendo un recuento mínimo de las escenas, anoto: inicia con los personajes de laboratorio haciendo algún tipo de prueba -comprueban- invitan al público a sentir esas gotas extraídas de quién sabe qué cuerpo, todo esto mientras una de las mujeres, artísticamente, corta una 'manzana' y, contra todo pronóstico, no es ‘eva’ sino ‘adán’ quien se la come de un solo bocado. Acto seguido vemos esa pareja -Darwin Alarcón y Cristina Baquerizo- que ‘baila’ su equilibrio, de modo tan placentero que parecieran marcar el ritmo de una apacible vida.  A esta escena le sigue aquella en donde luego de un intercambio de acciones, ella sella la boca del varón. A continuación, aparece la mujer de rojo -Juliana Zúñiga-, enajenada, caminando en unos zapatos llenos de tierra, completamente ausente, hasta que otra mujer la sacude y de su cuerpo cae tierra, de sus adentros -bolsillos, cuerpo, ¿quién sabe? - tenedores, cuchillos y más utensilios caseros.

Ellas, deciden hacer un examen exhaustivo del hombre -Darwin Alarcón- que, al parecer no puede consigo mismo y se estrella contra su mundo; ellas le quitan su coraza, sin embargo, él regresa con igual fuerza, con extrema fuerza, somete a una y otra, hace de la mujer desnuda un objeto, al que lo traslada a su antojo, la destruye hasta convertirla en pedazos…

Cristina Baquerizo, Juliana Zúñiga

Esta serie de escenas suceden de manera vertiginosa, casi siempre, a contrapelo con la músicacreación de Maurico Proaño-  y también de silencios, o escenas que parecieran no tener sentido, como aquella en la que la mujer alienada, distribuye zanahorias en su espacio -casa/cocina- el lugar de su vida, y con verdadera desesperación las ralla, las esconde, las recoge -ordena- y de pronto…cocina, más tarde…come, se va…

Juliana Zúñiga

Todo lo dicho es descripción -por esta vez- requerida para abordar ese universo que habla más profundamente que la forma, porque Microscopia es un minucioso, explícito y deliberado experimento de la violencia. Pero más allá de esto, y lo más importante, si hablamos de danza contemporánea, es que esta sucede cuando sus creadores/intérpretes han arribado al estadio del arte. Ellxs son cuerpos, ‘son’ en escena, no representan, no me cuentan una historia (esta la invento yo), me dan elementos para armarla, mediante su capacidad para ‘ser’, ahí, ante los ojos ajenos; cuestión harto compleja de ponerla en palabras, porque al hacerlo, inevitablemente entra en juego la subjetividad, cosa que no ocurre con los personajes porque ellos son cuerpos que arriban a estados, capaces de construir un discurso, o quizá más bien de deconstruir un discurso social y, cómo no, también su propio lenguaje -el de Pez dorado-.

Varios son los elementos que concurren en esta puesta en escena; empezaré por señalar que, todo esto sucede en un escenario/pasarela, portentoso símbolo de una sociedad que vive para ser vista, un espacio que restringe el movimiento, quizá por eso, la batalla -relaciones- se libran en un lugar tan precario que constantemente los expulsa, los empuja a salirse de los límites, a desaparecer, a veces, momentáneamente. Estos personajes anónimos que trascienden el límite de la ficción, no representan, como ya lo había anotado, son; habitan el espacio y tiene ‘quiebres’ que rompen con la esperada secuencia, o simplemente se detienen para ejecutar acciones reales, como cocinar, preparar un café y compartirlo con el público; convirtiendo esos momentos en paréntesis, en engañoso descanso para el espectador, porque su gesto nos increpa y adentramos la mirada en el teatro social, aquel que sucede cotidianamente y tiene la capacidad de cubrir todo tipo de descomposición.

Juliana Zúñiga, Darwin Alarcón, Cristina Baquerizo

Estos personajes/cuerpos cumplen una función, la de rematerializar el cuerpo, lo vuelven medio y material para hablar, denunciar; para demostrar aquello que Foucault  advirtió, cuando asentó su tesis de que el cuerpo no es otra cosa que el resultado de una estrategia del poder.[1] En los años sesenta y setenta, en pleno auge del performance, los artistas abandonaron la sala y las galerías para mostrar el propio cuerpo como escenario de las complejidades del ser social, resulta entonces interesante que estas alturas del milenio nuevo, estos cuerpos sean capaces de una doble confrontación: con el teatro -como espacio de representación- y  con el propio cuerpo como espacio de resistencia.

Alcolea y su grupo echan mano de una cantidad de objetos, y materiales para construir su dramaturgia escénica, es decir dotar de ‘cuerpo’ a la escenografía, y llenarla de materiales, como la tierra que en un momento dado le permite a una de ellas -Cristina Baquerizo- topar fondo, renegar. Se apela también al video -Jerónimo Zúñiga- colocándolo como otro nivel del discurso, ahondando, al igual que las radiografías que cuelgan sobre el escenario, en esa mirada microscópica, objeto central de la obra.

Ficha técnica

Dirección: Jorge Alcolea

Intérpretes Co-creadores: Darwin Alarcón, Cristina Baquerizo y Juliana Zúñiga

 Video: Jerónimo Zúñiga

Música: Mauricio Proaño

Vestuario: Carlos Huera

Escenografía: Fernando Cruz- Escenario Móvil CEDEX

 

 

 

 

 

 

 

[1] Microfísica del Poder, Michel Foucault, Poder-Cuerpo. P. 110