Papas para todo público
Juan Manuel Granja
Agroteatro cómico musical: la etiqueta que acompaña el título y la promoción de Papakunabien puede servir como clave para intuir algunas de las intenciones de una obra que parte de una investigación sobre la crisis del agro ecuatoriano y los saberes ancestrales. No solo que esta etiqueta muestra el deseo de abarcar una serie de preocupaciones socioculturales, como la toxicidad del alimento y la pérdida de la diversidad agrícola representada por la papa, sino que además involucra la interrogación por el tono adecuado para abordarlas. Y tal vez esa sea la pregunta más importante a la hora de trabajar una propuesta artística que vincula cierta herencia indigenista (el mestizo letrado que habla por el indígena creando así su representación a la manera de un ventrílocuo) con una estética que busca ser incluyente o, más bien, que quiere desplegarse como entretenimiento con mensaje y “para todo público”.
Y el tono, aliado a la música ancestralista y la comedia verbal, se resuelve por lo didáctico, un didactismo que de alguna forma milita hacia la recuperación de un pasado mucho más nutricio y armónico que el presente que vivimos. Como en otros trabajos contemporáneos de ficción, la idea del futuro resulta incierta y es entonces que los fantasmas del pasado, en este caso en forma de papas humanizadas y de procedencia indígena, se vuelven figuras que reaparecen para “acosarnos” (en el sentido derridiano del acoso: la figura del fantasma que no está presente ni ausente, ni muerto ni vivo). La marginación social y la violencia colonialista encarnada por el indígena se unen a la extinción de varios tipos de papa debida a la proliferación de monocultivos. Es decir, las papas-indígenas aparecen en escena tal vez como formas de conjurar cierto sentido de culpa frente a la construcción de la cultura nacional ecuatoriana a partir de la violencia y la exclusión como también de cara a la cotidianidad tecnologizada y sus circuitos globalizados.
Es más, no es casual que las tres papas presentes en escena sean mujeres y que justamente asuman ese rol nutricio de la madre y la mujer como ente supuestamente más cercano a la naturaleza que el hombre, algo que los estudios feministas cuestionan como una imposición patriarcal. En este sentido, la destreza técnica y actoral de Papakuna, así como su cuidado diseño de sonido y coreografía, su esmero por la creación y manejo de máscaras de acuerdo a papas distintivas resulta en una apuesta por una recuperación en varios órdenes. No solo se busca revalorizar el cultivo de distintos tipos de papa y prevenir su extinción, sino además rescatar la importancia cultural de los productos agrícolas como parte de la cosmovisión nacional o al menos de la sierra ecuatoriana. Si bien la adscripción de la mujer como ser privilegiado en dicha transmisión puede ser criticable, hay todo un arco de nostalgia que atraviesa la obra y que de alguna forma habla más del momento actual y las incertidumbres que provoca, que de la supuesta riqueza armónica del pasado. Un pasado que es valorado en tanto origen mítico más que como realidad histórica vinculada a este presente problemático y a ese futuro que se figura como temible.