El Apuntador

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PRIMERA LLAMADA | DIÁLOGO VIVO POR LA PAZ

“Si lo muertos viesen, verían como yo.

Oirían este griterío

De gente asesinada con violencia…”

Franco Fortini, San Miniato / Poesía e errore

(Mondadori) 

El desordenado y violento tránsito histórico que vive el Ecuador, puede entenderse por el fracaso de una perversa y deliberada conducción política, social y económica del Estado, casi siempre acomodada a los intereses de los poderes hegemónicos.

Los últimos y violentos acontecimientos ocurridos, más allá de la truculencia mediática, llevan el signo terrible de la naturaleza de lo trágico. El sentido de lo trágico pone en evidencia los ocultos mecanismos del poder –como en las grandes obras de Shakespeare– que han provocado lo hechos luctuosos que vive el país. En esa sucesión de hechos, sean dramáticos o espeluznantes, no solo priman la causalidad humana o los errores cometidos por la institucionalidad. También están los desatinos gubernamentales que se van encadenando, hasta conformar un atadero monstruoso que invalida los preceptos democráticos, al punto que lo único que restaría sería la creencia de que cualquier posibilidad de ‘salvación’ se volvería históricamente ilusoria.

El sentido mismo de lo trágico está en el supuesto ‘yerro’, por el cual solo cabe recuperar la ‘norma’ y enterrar en el olvido todo lo que acabó de suceder. El país acaba de entrar en el mito, sin más ni más, si acaso hacemos valer la noción aristotélica sobre la ‘falta trágica’, aunque es forzoso precisar sobre la necesidad de entender la distinción entre ‘imperfección moral’ y ‘falta intelectual’. Eso nos lleva hasta la misma catadura moral de los ‘sujetos de la acción’ y sobre los contenidos mismos de la acción.

Lo otro, como señalaba James Redfield, es la función social de la lo trágico, ‘en su significado como rito colectivo de purificación’. “El pathos trágico es pues una reafirmación de los valores de la sociedad”. Es decir, que la sociedad debe enfrentarse a sus propios valores culturales para comprender  dónde y cómo se manifiestan los límites de lo normalizable y lo sujeto a valoración. (J. Redfield, Nature and Culture in the Iliad: The Tragedy o Hector, Chicago: The University of Chiacgo Press, 1979, citado por E. Linch / El merodeador 1990).

Es perfectamente posible admitir que la crisis estructural, moral, ética del país ha tocado fondo. En el contexto de estas graves circunstancias históricas, y como sintiendo las consecuencias de esta crisis, los creadores de las artes escénicas  decidieron suspender sus espectáculos el fin de semana. El mensaje es claro: el Ecuador y sus ciudadanos no podrán salir de la crisis, sino existe el propósito mancomunado de volver a encauzar la vida del país por los senderos de la democracia participativa. El sector cultural y artístico acaba de decirnos a través de la suspensión de actividades que la convivencia democrática solo será posible y viable en la concurrencia de todas las voluntades a un solo objetivo: la paz para desterrar el miedo y el odio de la vida de los ecuatorianos. Como siempre lo han hecho, los artistas y creadores populares insisten en que solo el diálogo creador podrá devolvernos a la tranquilidad creadora de la cultura y el pensamiento nacional.

 ¿Puede haber algo más democrático que el quehacer artístico y cultural? La cultura y el arte rechazan la política del miedo, la violencia sistémica, la física y la estructural, la ideología de odio y discriminación social y defiende con todas sus fuerzas el sentido civil del arte y el pensamiento. El llamado es absolutamente claro: recurrir a la sensibilidad de los ecuatorianos para construir formas de convivencia, de igualdad y diseñar con coherencia democrática los medios comunes para un diálogo vivo entre los diversos sectores sociales para preservar la paz y los acuerdos compartidos.

Cerramos con las palabras siempre francas de Fernando Tinajero: “La cultura, que no se produce en el cielo del espíritu sino en la tierra concreta, no hace sino reproducir las contradicciones históricas. Pero puede también, bajo determinadas condiciones, contribuir a superarlas…”  (F. Tinajero Aproximaciones y distancias 1986).

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