Rabia: voyeurs en 3D / Juan Manuel Granja
Rabia, la versión teatral adaptada y dirigida por Sebastián Cordero de su película de 2009 del mismo título, fue promocionada como una ‘experiencia teatral’. Esta caracterización se debe a que, en la casa-museo donde se presenta, no se dispusieron asientos ni escenario central. El grupo de espectadores, dividido en dos y guiados por ayudantes con linternas, recorre los espacios de una casa donde se van montando la serie de escenas que componen una obra que en su momento fue señalada por algunos por la supuesta inverosimilitud de uno de los detalles centrales de su argumento. Fiel en sus líneas generales al filme original realizado en España (lo que le daba una dimensión ausente en la versión teatral: la angustia migratoria de un grupo social subalterno), esta puesta en escena no juega tanto con las posibilidades experimentales de la escenificación teatral en una casa realcomo con la readecuación de una pieza audiovisual al ‘3D’ de la presencia teatral y la cercanía literal de los actores. ¿Puede leerse esta adaptación, en su ambición de hacer del espectador un voyeur-fantasma dentro de una casa ajena que lo invisibiliza, como un deseo de conjurar esa aparente inverosimilitud de la película de hace una década?
¿Qué es lo que fue juzgado en ese tiempo como ‘no creíble? Un asesino se esconde por meses enteros sin ser jamás descubiertoen la misma casa donde vive su pareja, una empleada doméstica puertas adentro por quien, en esta versión, cometió crímenes de celos. Así, además del terror a ser descubierto y la parálisis frente al no saber qué hacer o a dónde huir, José María (Alejandro Fajardo), el personaje cuyos ruidos son confundidos por ratas que infestan la casona de una familia venida a menos, se convierte en un espía no solo de su novia sino también de las propias consecuencias de sus actos. José María, ausente pero no faltante, de alguna forma quiere desdoblarse de su propia vida y padecerla como un espectador que va somatizando la tragedia hasta que muere. Este juego de expectación doble (público mirando al que mira) hace de esta historia la historia perfecta para la realización de una puesta en escena como la que aventura Cordero: convertir al recorrido de la casa, con las sorpresas que ofrece, en una parte fundamental de su apuesta estética. En este sentido, el trabajo con los actores supone un traslado a la corporalidad del teatro y obliga, por supuesto, a prescindir de aquellos recursos de edición que hacen del cine lo que es. Al no poder recurrir al llamado ‘talento facial’, esa invención-descubrimiento del cine y sus primeros planos, gran parte de la expresión de la obra recae en los diálogos y en la gestualidad. Se destaca Fajardo, quien logra encarnar el carácter violento de su personaje así como su progresiva vulnerabilidad.
Sin embargo, si bien la versión teatral logra esa sensación de voyerismo tan fundamental para su argumento, no logra trasladar del todo aquella sensación claustrofóbica que permeaba la película y que daba buena parte de su carácter a la obra. Efectivamente, el movimiento entre escena y escena, es decir, entre habitación y habitación implica la realización de una serie de pausas a lo largo de la obra que puede llegar a interrumpir aquellas emociones que el espectador ya venía invistiendo en el desarrollo de la ficción. El uso del fuera de campo, el recurso a voces y sonidos que ocurren en otras habitaciones donde el espectador no se encuentra, enriquece la sensación fantasmagórica que quiere conseguir este trabajo. Así también, el hecho de que ninguno de los dos grupos de espectadores sea capaz de ver todo lo que sucede en la obra o de verlo desde el mismo lugar, supone una metáfora bien lograda acerca del relativismo y la consciencia del no-todo de las experiencias vitales (no hay hechos, solo perspectivas e interpretaciones), sobre todo en una historia donde los dilemas morales resultan centrales.
Que la realidad no es abarcable en su totalidad, que no hay un punto privilegiado para ver la ‘película’ de esa realidad (la superstición del punto central, del anclaje óptico perfecto para ver una obra), son todas cosas que no necesariamente están encargadas a la disposición física o logística del espacio en el cual se presenta una obra. En el mejor de los casos, componen la complejidad emocional de sus personajes así como su encarnación escénica. No obstante, Rabia apuesta por encargar buena parte de estas posibilidades dramáticas a su ejecución espacial.
Ficha técnica
Itzel Cuevas @la.ilustre.desconocida
Alejandro Fajardo @alejofajardov
Lucho Mueckay @luchandoando.mueckay
Diego Naranjo @diegonaranjoparra
Carla Yépez @carla.yc
Orlando Herrera @orlandoh87