CON VOZ PROPIA | Entrevista a Black Mama: Yo nunca bailo “No le pegue a la negra.” | Daniel Félix
Ana Gabriela Cano, conocida musicalmente como Black Mama, nació en la ciudad de Esmeraldas en 1988. Su infancia transcurrió entre Quito y Esmeraldas. Creció en un hogar de mujeres fuertes y a través de su música expresa las vivencias de su tierra, sus hijos, su familia, la realidad de su propia vida, de la sociedad, sus conflictos, luchas y resistencias.
Lleva en la escena musical alrededor de 15 años como Black Mama. Su música integra una fusión de estilos, del reggae al hip hop, la música afroecuatoriana, el rock, el funk, lo urbano, lo popular.
El sábado 22 de julio participó como parte del proyecto “Sucre Viajero”, en el Parque lineal de Carapungo. En los ensayos previos a su presentación, conversamos con Black Mama sobre su vida, sus mensajes y su música:
¿Quién es Black Mama?
Una negra esmeraldeña bastante cansada de muchas cosas, de muchas situaciones, pero enamorada de mi historia, de mi provincia, de todo lo que puede llegar a ser y se le está quitando. Soy el conjunto de las historias que escuché de mis abuelas, de mis tías, de mi mamá, de un montón de mujeres que tuvieron que levantar casas, personas, escuelas, montón de cosas, a pesar de todos los obstáculos, en contra de todas las probabilidades. Entonces, creo que Black Mama es la personificación de la frase: “No importa cuánto deba luchar, yo puedo”.
¿Cuál es tu historia? ¿De qué estás cansada? ¿De qué estás enamorada?
La situación con Esmeraldas y por qué le tengo un amor especial, es porque mi mamá migró bastante joven a Quito, con mis tías, por cuestiones de estudio. Esmeraldas está en esta situación desde siempre, desde épocas inmemoriales. Siempre la gente la gente ha emigrado a ciudades más grandes para educarse, cuando en Esmeraldas en realidad sí había cerebros impresionantes, que estaban educando ya a la gente; pero está esa frase que es una realidad: En Esmeraldas nunca, que proviene de la boca del propio esmeraldeño… Por esto mi mamá emigró muy joven con mis tías, todas estudiaron en Quito, pero siempre estuvieron regresando. Yo nací en Esmeraldas, estuve un tiempo en Quito de pequeña, luego regresé a Esmeraldas, hice un par de años de la escuela allá, luego en Quito otra vez. Siempre estuve yendo y viniendo. Esmeraldas me ha dado esa sensación de pertenencia, de un lugar en el que puedo caminar tranquila sin que mi tono de piel o mi exuberancia, o el volumen de mi voz sea un foco de atención. En Esmeraldas soy otra esmeraldeña, en Quito soy una negra, ¿me entiendes? Uno viene a sentir el color fuera de casa. Porque tienes el contraste de la sociedad te das cuenta de que, por alguna razón universal, te va a tocar luchar el doble, y justificar y empujar el doble, para obtener la mitad.
¿Cómo es este contraste?
En Quito, así me toque luchar más por ellas, las probabilidades están a la vuelta de la esquina. Esta condición de ser diferente puede jugar a veces en mi favor. Esto de ser la costeña exótica. Muchas veces también jugó en contra, pero en un punto entendí que tenía que sostenerme, que yo quería dejar una marca específicamente de lo que estaba sucediendo conmigo, con mi historia y con el lugar de donde vengo. Eso es lo primordial dentro de mi mensaje. El contraste entre Quito y Esmeraldas es ver dos mundos totalmente diferentes: un mundo visitado por avances tecnológicos, por educación, por un montón de cosas, y otro mundo visitado por placer, porque de ahí se obtiene futbolistas, porque de ahí se obtienen artistas, porque de ahí se obtiene a la gente que nos entretiene, o vamos para utilizar sus playas, o vamos a utilizar sus mujeres, todo lo que podemos de una provincia que está esperando ver el flujo de dinero para poderse sentir en movimiento.
¿Cómo se expresa Esmeraldas en tu música?
Para mí es una piedra preciosa que se la han robado, la han gastado, la han dañado, roto y luego han dicho; no, pero ahí está. Ahí está, ahí, es culpa de la piedra que esto esté así. Es súper fuerte decir: todos los ladrones vienen de Esmeraldas, es no entender que toda la gente en Esmeraldas tiene hambre. Y ahora nos envenenan. Acaba de suceder un derrame de petróleo que se está tragando la playa donde me crie. La misma playa en donde matan a mis panas porque los narcos se llevaron todo el bulevar. La misma playa donde crecí, donde mi hijo mayor aprendió a caminar, a la que no puedo volver porque si vuelvo seguramente me pueden secuestrar. Así me duele mi tierra.
Nosotros allá nos hemos quejado de todas las maneras posibles y la gente no escucha, pero qué es lo que escucha la gente: el baile, la fiesta, la gente escucha mucho más el llanto detrás de una guitarra, que en las noticias mientras una madre está diciendo: se me llevaron a mi hijo. Entonces necesito esa arte para que se entienda qué es lo que está sucediendo con nosotros, porque la gente solo no lo ve.
¿Cuándo descubriste que podías expresarlo a través del arte?
Cuando me di cuenta de que en Esmeraldas todas las cosas se hacen cantando. Los negros en general todo lo hacemos cantando: el pescado lo vendemos cantando, las penas las cantamos, las noticias se las dice cantando. Es una arteria histórica que viene desde el África, desde la boca de los griots, la herencia oral. Y la herencia oral ha hecho que nosotros podamos todavía prevalecer con una parte de nuestra religión, con una parte de nuestras lenguas que nos fueron arrebatadas, con una parte de lo que ha podido resistir. Yo me doy cuenta de que la herencia es sumamente importante dentro de mi familia en una tarde de café cuando mi abuela empezaba a contar qué era lo que pasaba con su abuela, y a su vez con la abuela de ella, y nos dábamos cuenta que la historia de nuestra tatarabuela pudo llegar a la mesa gracias a eso. Entendí que la palabra, así como es un arma, es una herramienta. Y si se está utilizando como un arma, yo tengo que aprender a utilizar esta arma para defenderme. Esa iba a ser mi herramienta.
¿Ese contraste, Esmeraldas-Quito, tradición, modernidad, lo urbano, el hip hop?
Y también una cuestión de oralidad, de historia política, de resistencia, que siempre se reconoció. A pesar de todo el dolor, esto se reconoció como tierra indígena, como tierra ancestral. El entender que siempre va a haber una ancestralidad hacia dónde halar, y va a haber un lugar hacia donde sostenerse y volver a reconectar. Siempre hay un camino de vuelta.
Tu música habla de oralidad o de ancestralidad, pero también hay otros temas: la violencia, la injusticia, etcétera. ¿Cómo es este camino de vuelta?
El camino de vuelta en mi caso ha sido mantenerme igual de malcriada, como todo el linaje de mujeres de que provengo: habernos negado a vivir bajo el yugo de lo que sea, un marido maltratador, un trabajo en el que te están discriminando, la Federación deportiva tratando de aplastarte como mujer negra... Nosotras siempre hemos sido cimarronas. Esto es: el tener que luchar por mi libertad, a pesar de saber que se supone que ya soy libre, ¿no?
La esclavitud no siempre va a ser esta historia de rapto y de dolor y sometimiento, sino también es la historia de la supervivencia y la historia de la resistencia, de las alianzas afro-indígenas que tuvieron que sostenerse para que yo hoy pueda estar aquí parada.
Si las negras no se aliaban con las runas en ese punto, tal vez la historia de ambas hubiese sido diferente. Pero yo vengo de un linaje de mujeres bien arrechas, vengo del linaje de hombres que han tenido que ver mujeres casi súper humanas y han entendido que las cosas no son de ellos o de nosotros, sino de quien se las gana.
¿Cómo se siente sostener este mensaje de resistencia?
Es que siempre he tratado de estar fuera del circuito, no del de lo común, sino para sostener la originalidad por sobre la normalidad. Muchas veces me dije: no voy a hacer folclore, porque no soy folclórica, no estoy para entretener. Lo que yo hago es pasarte la información, mientras lo disfrutas. Ese es el truco.
¿Cuándo descubriste este truco?
Es esto que digo: en Esmeraldas, todo se canta, todo, todo, el que pasa vendiendo las roscas, el corbichero, el que está barriendo su vereda, todos cantan, y cuando tú escuchas el bochinche de las viejas en la esquina, si le pones un beat de fondo eso es un rap.
Todo, con un ritmo, es mucho más digerible. Cuando yo rapeo, inclusive las cosas que la gente no quiere escuchar, aunque no les guste lo que escuchan, el tono no molesta. Entonces, le prestan atención a la letra y empieza un diálogo. Empiezan a ver y decir: ¿y por qué esta mujer me está hablando de trabajo infantil? ¿Por qué me está hablando de la violencia a las mujeres? ¿Porque todavía dice que hay racismo, de qué está hablando? El solo hecho de que pueda molestar, que pueda provocar de qué hablar, para mí ya es un bueno.
¿Qué ha influido en tu música?
Empecé como Black Mama hace unos 14 o 15 años. Hice reggae un tiempo, todavía lo hago cuando me dan ganas. Porque puedo. He hecho salsa, boleros, hasta bachata, he cantado un montón de música. Mi inclinación por la música negra es más por esto de buscar un camino de regreso, y por dejar de romantizar ese mensaje súper alegre que muchas veces se tiene de toda la música negra. Muchas veces hablan de esta cuestión súper alegre y no se dan cuenta de que la letra en realidad está hablando de un dolor, está hablando de algo triste. Por ejemplo, yo nunca bailo “No le pegue a la negra”. Porque en la canción están azotando a una mujer. Y la gente baila. Así canten, no le pegue a la negra, así digan, no le pegue a la negra, están riendo y están bailando. A mí esto me conflictúa.
Desde muy pequeña vi a mi abuela y a mi madre poner los puntos sobre íes, y me di cuenta que muchas veces a la gente no le gusta, pero es necesario. Por ahí sí tengo una mejor manera para poner los puntos sobre íes. Es más lucrativo intelectualmente, si la gente se queda con una ganancia en la cabeza, se quedan con algo resonando. Yo podría rapear sobre dinero, sobre todas las veces que me han roto el corazón, podría rapear sobre qué tan mala me quiero volver, podría rapear sobre todo eso, pero no va a cambiar la historia de los niños de donde yo vengo, esto no va a cambiar que la gente que me escucha en el concierto salga y se cruza en la vereda con un negro y piensa que le van a robar. Eso no lo cambia.
Pero si saliendo de un concierto te dije lo suficiente, puede que lo pienses dos veces. Quiero hacer música que mis hijos también puedan escuchar. Así tenga malas palabras o lo que sea, creo que no existen las malas palabras sino las malas intenciones: decirme Negra de una manera cariñosa, es una cosa; pero decirme negra despectivamente es una mala palabra, ¿me entiendes? Así existan palabras de grueso calibre dentro de mis canciones, yo necesito que mis hijos puedan entender de qué yo hablo. Más que si a la gente le parezca bonito lo que dije, quiero que los que yo amo entiendan a lo que me refiero.
Este sábado 22 de julio te vas a presentar en el Sucre Viajero de Carapungo, y va a haber una parte en la que compartirás escenario con la Orquesta de Instrumentos Andinos, ¿qué se está preparando?
Se viene una fusión del estilo de Black Mama que es ya una fusión, con la Orquesta de Instrumentos Andinos, que también son varias fusiones, entonces vamos a hacer una fanesca, una bandera de un montón de cosas. Principalmente estoy contenta porque hice una adaptación de una canción ancestral de mi tierra, una canción que se extiende a todo lo largo del Pacífico, se la canta en Venezuela, en Colombia, en los otros palenques. Y le puse mi propia letra, le puse mis propios pregones. Cuando la grabé, me rompí. No es que estoy cantando: “ay en Esmeraldas te meten tres tiros”. No estoy diciendo eso. Pero una cosa tan básica como que Esmeraldas no tiene agua. Una que ha tenido que criar un bebé recién nacido en el calor de Esmeraldas y que no puedas abrir la llave y que te caiga un chorro de agua, que la gente se alegre cuando abres y pasa eso, te das cuenta de que estamos viviendo realidades totalmente diferentes. El tener la opción de dar este mensaje, con toda esta cantidad de personas detrás mío, sosteniéndome musicalmente, para mí es algo indescriptible.
Daniel Felix: Editor, escritor y periodista cultural
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