El Apuntador

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Sonoridades en colaboración y en conflicto (Ecuador Jazz 2019) Juan Manuel Granja

Se cumplieron 15 años del Festival Ecuador Jazz. Un festival que quiere ser encuentro, exposición y resumen de una serie de tendencias que agrupadas bajo el membrete del jazz no se agotan en él. Con frecuencia, en festivales y encuentros musicales, la etiqueta “jazz” sirve para convocar alrededor de la dignidad académica y la centralidad canónica que ha adquirido dicho género algunos de los otros ritmos, sobre todo con raíces afro, que coparon la música del siglo XX y que lo siguen haciendo con gran popularidad. 

Ecuador Jazz 2019 se abrió con Anat Cohen y su trío brasilero (guitarra, mandolina, pandeiro y el protagonista: clarinete) para dar paso a Cory Henry & The Funk Apostles. Ese solo contraste, el de los ritmos brasileros filtrados por el clarinete jazzero de Anat Cohen, y el del órgano Hammond y la voz de Cory Henry, con su tremenda banda armada de coristas, guitarra eléctrica, batería, bajo y un segundo tecladista, da una primera idea de la amplitud sonora a la que se abrió esta edición del encuentro musical con sede en Quito.

The Skatalites. Festival Ecuador Jazz. Foto Ricardo Centeno

El fichaje más taquillero en esta ocasión fueron sin duda The Skatalites. Los célebres jamaiquinos (bajo, trompeta, trombón, saxofón, batería, guitarra, teclados, voces) contribuyeron desde los años 60’ a hacer que el ska y demás ritmos de la isla sean no solo conocidos y populares sino además asumidos por el mundo entero. The Skatalites encendieron el Teatro Nacional Sucre que, colmado por el público, saltó de sus bancas para bailar y saltar. La insistencia rítmica del bajo y la batería, el trío de vientos sosteniéndolo todo y elevando solos por encima del contagioso vaivén logrado por la banda abría momentos para cantar, corear y dejarse llevar por el entusiasmo y la alegría que emana de su música. Cuando se habla de ska, de Jamaica (y de paso, de reggae) se hace casi inevitable la mención de Bob Marley, su estatus de estrella del tercer mundo, su audaz capacidad para operar a varios niveles simultáneamente: político, espiritual, comercial, artístico… Dentro de una línea similar, la del artista de raíz afro y de perspectiva situada e incluso militante que opera desde la periferia, podría ubicarse a Elza Soares. 

La gran cantante de Brasil presentó un show conceptual en el cual los protagonistas, como ella misma contó emocionada, fueron la máquina y la voz. Dos mesas con computadores e instrumentos electrónicos, una guitarra eléctrica y en el centro, sentada con un traje brilloso de look futurista y sobre una tarima delante de una pantalla que lanzaba visuales y videos, Elza a sus 82 años cantando aún con fuerza y regando con su actitud y voz una energía un tanto dispersa pero muy conmovedora. Canciones que reivindican a la mujer así como a los afrodescendientes, temas que procesan la rica tradición brasilera por medio de filtros electrónicos y cajas de ritmos nacidos en el house o el techno, Elza Soares hizo de su show una apuesta concisa, llamativa y que permite ver su trabajo como una constante reapropiación de sonidos del mundo desde un anclaje en las tradiciones musicales de su país. 

Édouard Ferlet. Foto: Ricardo Centeno

Al pianista francés Édouard Ferlet, por el contrario, no le interesa la fusión. Lo que busca este pianista formado en la interpretación de piezas de Bach pero también en composición de jazz es que el piano deje de sonar al piano que siempre hemos conocido. De hecho, buena parte de su presentación se basó en composiciones de Bach retrabajadas al punto de que no sonaban a Bach. Ferlet toca el piano de verdad, quiero decir, no solo toca sus teclas sino que se aventura a golpear la caja que contiene al instrumento como si fuera madera para percusión, a tocar el arpa del piano y su clavijero así como a modificar manualmente su sonido, apagando su resonancia o dándole timbres poco familiares. Así, en un momento, el registro más agudo del piano sonaba como una caja de música mientras el grave recordaba el rebote o alargue de ciertos sonidos electrónicos y que, no obstante, fueron generados manualmente. De más está resaltar su virtuosismo o la perfección de su técnica pues el propósito de su música no es que la audiencia reconozca esa pirotecnia de la ejecución sino más bien que toda esa destreza esté en función de lograr unos sonidos que no estamos acostumbrados a escuchar del piano. Mediante los recursos más simples (golpear el piano, ahogar su resonancia con una de sus manos) y a la vez más complejos (la reescritura de Bach), Ferlet dejó en claro que las posibilidades de los instrumentos, tanto rítmicas como de timbre y textura, pueden seguir siendo exploradas aún antes de empezar a pensar en armonías o escalas. 

La preocupación por la textura fue también uno de los elementos principales en la presentación de Mark Guiliana Space Heroes. Como el propio baterista afirmó en la clínica que llevó a cabo en la USFQ, la ejecución de una frase en la batería es muy diferente a la del resto de instrumentos pues, además de tratarse de percusión, no hay una secuencia de teclas o cuerdas colocadas de antemano en un orden preestablecido. Así, aprovechando los quiebres rítmicos y la exploración de repeticiones alteradas por el contexto sonoro logrado por un contrabajo (Chris Morrisey) y dos saxofones (Mike Lewis y Jason Rigby), Guiliana mostró que más allá de la velocidad, la fuerza o la exhibición de polirritmos a dos redoblantes, la creatividad baterística está en la posibilidad de contar una historia a través del instrumento: inicio, nudo, desarrollo y fin, aunque no necesariamente en ese orden. Es esa perspectiva compositiva la que lo ha llevado a trabajar en ámbitos tan distintos como el último álbum de David Bowie o junto al gran guitarrista John Scofield. Cabe, asimismo, destacar el trabajo de los saxofones que lo acompañaron, su capacidad de hilar frases que iban de la convulsión a la formación de armonías magnéticas siempre llevadas a tierra por el pulso acusado del contrabajo. 

Anne Paceo. Foto Ricardo Centeno

También otra batería se llevó los aplausos entusiastas de los quiteños. Anne Paceo, baterista francesa, compositora y líder de varias agrupaciones como Triphase y Yôkai presentó su proyecto Circles. Junto a un saxofonista (Christophe Panzani), un tecladista que hacía las veces de bajista gracias a un pequeño teclado adicional (Tony Palerman) y la voz tersa y seductora de Ann Shirley (a veces con palabras, otras solamente con vocalizaciones melódicas o rítmicas), Anne Paceo logró una dinámica de grupo muy singular que rebasa fronteras entre los estilos musicales. Si bien la batería varias veces se reserva los momentos estelares –el uso del rideen Paceo es un espectáculo–, Circles desarrolla temas muy diferentes el uno del otro en los cuales la intervención de cada uno de los músicos es fundamental y que van de los tempos lentos de una balada atmosférica al ataque jazzero más dramático. El carisma y la soltura de Paceo, además de su participación como vocalista o corista en algunos de los temas permiten la escucha de una constante exploración de sonoridades que coquetean con el exotismo, más allá del foco de atención que implica su gran destreza en la batería. 

Daniel Toledo Quartet. Foto: Ricardo Centeno

Además, hay que destacar a Daniel Toledo Quartet pues el contrabajista ecuatoriano, junto a tres músicos polacos en piano, saxofón y batería, dio muestra de una sonoridad intensa, con momentos de una densidad arrebatadora y una pulcritud constante en la ejecución. Adicionalmente, Jazz de Barro y, por su parte alineados a la guitarra, Los Noboa Cuarteto presentaron sugestivas y muy bien ejecutadas indagaciones jazzísticas aliadas en una serie de momentos a ritmos latinoamericanos y ecuatorianos. Runa Jazz también se ocupó de la fusión, sin embargo, su contundente cadencia andina y el uso de rondadores, flautas andinas y percusión latina le imprimió un tono bastante festivo ausente en algunas de las otras propuestas de fusión presentadas. Así, esta edición de Ecuador Jazz abarcó músicos de latitudes muy distintas con tendencias que van desde la fusión hasta la experimentación pasando por la reinterpretación de la tradición o la posibilidad de repensar minuciosamente en la sonoridad misma del instrumento, nociones que pueden estar a la vez en colaboración y en conflicto.