El Apuntador

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Transfiguración

Genoveva Mora Toral

Esta obra, de Cristina Bustos, nacida a partir de los planteamientos teóricos propuestos por Carlos Rojas y del grupo de estudio, investigación y prácticas artísticas que, bajo la denominación de ‘estéticas caníbales’, han venido trabajando alrededor de cinco años en la Escuela de Artes Escénicas de la U. de Cuenca.

Trans-figuración es también una apuesta interdisciplinaria donde la música se constituye como personaje con voz autónoma y al tiempo inclusiva; el diseño de luces ‘alumbra’ momentos y consigue crear la atmósfera pertinente. El audiovisual y la pintura son los anfitriones en el vestíbulo del teatro con una instalación que invita y, en alguna medida, anticipa aquello que va a producirse en la escena, donde por supuesto la forma danza, sus intérpretes, asumen el papel preponderante para involucrarse en este desdibujamiento que implica tomar una forma dada y transfigurarla en otra.

No obstante, el disparador primero en todo trabajo artístico, si bien llega del afuera, está dentro de cada uno, en este caso la temática de la violencia contra la mujer ha sido el tema que ha llevado a su autora a crear un discurso a nivel de lo simbólico, a través del lenguaje de la danza. De hecho, esta propuesta ha emergido, también, desde la concepción teórica, así como de un referente artístico puntual: El éxtasis de Santa Teresa, en la escultura de Bernini. Es decir, la obra de arte original se vuelve causa e impulso para construir esta suerte de bucle que despliega una forma otra, que se constituye, primero, en la mente de su autora y avanza en su recorrido para transformarse en cuerpo, en cuerpos que ‘hablan’ porque también esa voz primera irradia sus ondas para agrandar lo dicho y, cómo no, transformarlo.

Transfiguración toma la imagen del éxtasis de la santa para modificarla completamente, de ese referente visual no queda nada, sin embargo, simbólicamente, se transfigura en una forma nueva, en otra; así lo leo desde mi condición de espectadora, una lectura arbitraria, tanto como lo es la decisión de la coreógrafa respecto a su referente, el cambio de soporte del mármol al cuerpo vivo, a un cuerpo que danza.

La imagen original de Bernini, la de la santa en estado de abandono, en éxtasis total, como herramienta de escape, como una manera de perder (se) en su propio cuerpo, en su decisión de transverberarlo: esa unión soñada entre el dios y la mujer, ya no está más, sucede una transfiguración de orden físico y conceptual. Cristina Bustos hace un gesto predatorio, despliega la túnica y muestra a la mujer.

Ella (la santa) se ha transformado en Ellas, en mujeres que han descendido del altar/hogar donde la sociedad las ha colocado, tildadas de no sé cuántos adjetivos, que en la práctica se tornan huecos. Ellas no son más ese adorno cubierto de tenues mantos, se han despojado para reconocerse, para sentir; la túnica se ha trastocado en sutil camisa transparente y han decidido tomar a cargo su propio cuerpo.

Seis mujeres instaladas en su vida de flores rojas, ¿espinas o sueños? De rutinas diarias que en la escena se transfiguran en sensualidad, en gesto que refiere, en acciones que sugieren. No obstante, dentro de ese entorno en el que se percibe cierto regocijo con sus cuerpos, ciertas libertades para sentir(se), se intuye también que hay un cerco que las repliega, esas sillas parecieran ser el reducto del anhelo, y la mesa repleta el sentido de su estadía.

“Estoy un poco rota” dice una de ellas y cae de su silla mientras la música del violín ha empezado a cubrir la escena, en tanto que las otras tiemblan, en una espera que las pone de cabeza.

El movimiento está hecho de frases… cada quien en su propia partitura, a ratos en pareja, tríos… para luego volver a separarse, como voces que en un momento encuentran su propia melodía, como cuerpos que se reconocen en el placer, y también en una pugna de poder, de preeminencia que, sin embargo termina por igualarse en el lenguaje de cuerpos que deciden caminar al unísono; reconociendo que a momentos logran autonomía y hacen parte de esa orquestación de cuerpos, sonidos, música y voces que se atreven con frases, con evocaciones “toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, una boca elegida … que coincide exactamente con la tuya…”,  y el músico responde en el teclado… porque, sí hay algo que en esta obra logra compenetrarse en la puesta en escena, es la música propuesta por Marcelo Villacís y David Chapa, potentes personajes que se integran y cuestionan el discurso de estas mujeres/cuerpos con su música,que no se doblega ni pretende ser acompañante, sus notas, sonidos, percusión, entran en escena con la solvencia y autonomía pertinente.

Todas bailan, se abanican, soplan … mientras las cuerdas de violín las acompaña y, una a una, van probando los manjares de la mesa…  “primero se nace mujer, se tiene ojos, se tiene hijos fuertes… y brazos… aprendes a vivir como una mujer…” dice una de ellas, mientras la del cabello largo desata su trenza, en un largo gesto que habla de ese extenso camino recorrido intentando entender(se) profundamente ser mujer.

Todas son parte del juego con las cosas/casa; las acomodan, bailan, se desarreglan corporalmente en un gesto poco cuidado; desalojan la casa para quedar (se), mirar(se) desnudas ante el mundo. Y es este, quizás, el gesto definitorio en este discurso, que no termina de atreverse a romper el cerco que las coarta, porque su lenguaje corporal, en alguna medida traiciona a la palabra, instalándose en un ritual de reconocimiento, sí; pero con escasa firmeza para hacer estallar la subjetividad que las han marcado.

Haciendo una paralelismo entre “ese ojo que existe en estado salvaje”, citado por André Breton, y la lectura que de esta frase hace Lyotard, de que se trata de una suerte de mezcla o disolución de lo visto en lo dicho;  ellas mezclan el habla con el gesto, y pareciera que el gesto se diluye en la palabra, hace falta fuerza para  deslizarse, siguiendo a Clarissa Pinkola,  por esa comprensión de mujer salvaje, que se reconoce en el sonido profundo, en la música, en el grito, que las “induce a recordar, por lo menos durante un instante, de que materia estamos hechas. Hasta la mujer más reprimida tiene una vida secreta, con pensamientos y sentimientos secretos, lujuriosos y salvajes, es decir, naturales”. (Pinkola, 2010, P.8) 

Ficha técnica

Dirección General. Lcda. Cristina Bustos

Asistente de dirección y ensayista. Paúl García

 Intérpretes. Salomé Cisneros, Clara Polo, Romy Coronel, Nathaly Castro, Karla Cisneros, Cisne Quizhpe

 Composición e interpretación musical  . Marcelo Villacís , David Chapa

 Iluminación. Daniel Zalamea

 Escenografía. Patricio Chalco

 Vestuario. Paúl García y Marisol Torres

 Fotografía. Brenda Arias

 Pintura. Robert

 Video. Boris Ortega , Carlos Bernal, Camilo Toledo

 Producción. María Agusta Angamarca