El Apuntador

View Original

Un festival de videoperformance que teje otras redes y diversifica los lenguajes / Bertha Díaz  

PlanThaméSur.Realidades es uno de los tantos despliegues del colectivo Thamé Teatro de Artesanos, que co-accionan Mariuxi Ávila y Julio Huayamave en Guayaquil. Desde esta plataforma articulan una muestra de videoperformance, que este año llegó a su cuarta edición. Además de este trabajo, Thamé se expresa desde la danza butoh, el performance, el teatro para niños, las acciones en el espacio público, las prácticas curatoriales, los espacios lúdico-formativos y activa procesos que tienen que ver con la puesta en valor del ecosistema. 

Esta muestra titulada Mutoh0.0+video+performance, da cuenta de otro de los intereses del colectivo, que implica el cruce entre prácticas del movimiento y nuevas tecnologías. Pero también pone en manifiesto la necesidad de constituir y dar a conocer materiales desde los que se pueda interrogar contemporáneamente la escena, al tiempo de usar su formato para poder desplazarse con ellos en búsqueda de diferentes públicos y espacios. Ello le permite activar un ejercicio de democratización de contenidos sobre los nuevos lenguajes. 

Entre las preocupaciones fundamentales de Thamé está el generar redes de exhibición, integrando a públicos más especializados, como artistas y estudiantes de artes; hasta a personas no habituadas a generar prácticas espectatoriales. Asimismo, le interesa al colectivo articular espectadores que forman parte de diversos grupos de edad o de condiciones socioeconómicas disímiles. Da cuenta de ello que esta cuarta muestra llegó a sitios tan diversos como las Universidades Casa Grande de Guayaquil y la de Cuenca (privada y pública, respectivamente); La Casa Campesina –en la vía a Daule de Guayaquil-; la Casa Olmedo –en Babahoyo- y la Fundación Hilarte, en la Isla Trinitaria, un barrio periférico guayaquileño. Tras cada exhibición se abrió un foro que permitió ahondar en los lenguajes, así como en las formas de producción y en las estrategias estéticas involucradas. 

Iniciado hace unos años en el marco de un encuentro de butoh, la curaduría de esta edición guarda aún unos visos de esta forma danzaria, pero se ha permitido permear de otros modos de expresión del movimiento y de la intervención de la técnica audiovisual. 

Esta edición –en particular- estuvo marcada por su carácter ecléctico.  Ese eclecticismo ha dado pie a ahondar en cómo ciertos contextos que han apostado por este cruce de disciplinas que viven en el videodanza y videoperformance, creando condiciones de producción para este tipo de trabajos, permiten resultados de una determinada factura u orientado a ciertas preocupaciones; mientras que otros contextos, marcados por la precariedad desde la que se crea, arrojan también unas formas particulares de expresión de su lenguaje, que abren también unas preguntas, texturas, y propuestas singulares. 

De una exhibición de siete trabajos que compone esta muestra, me detendré en tres que, a mi criterio, dan cuenta de la multiplicidad que ha sido notoria en esta exhibición que integra trabajos de Grecia, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Ecuador y una co-producción de España, Chile y Japón. Y que en alrededor de 40 minutos pone al espectador en un tránsito veloz por diferentes modos de narrar, entretejer, crear tiempos sensibles.

El vídeo que abre la muestra es el que está en más clave de butoh y en donde el trabajo escénico predomina. De hecho, casi parece un registro de un performance, más que un ejercicio de cruce de lenguajes. Con el título Nikkei, que es el nombre con que designa a los inmigrantes japoneses y a su descendencia, se trata de un corto de algo más de 4 minutos de duración, en donde la potencia está concentrada en la codificación de la tradición en la que se inscribe, tanto en el cuerpo como en el rostro del intérprete, como en el uso de proyecciones que tiene para tejer su narrativa sobre migración.  

Otro ejercicio en el que se ve también la impronta del butoh es uno dirigido por el guayaquileño Marco Sáenz, cuyo protagonista es Julio Huayamave. Generado en una especie de escenario post-catástrofe y levantado, evidentemente, con pocos recursos tecnológicos, muestra su riqueza en el uso de este lenguaje dancístico, pero por fuera de su marco cultural originario (a diferencia de la relación directa con Japón que hace el anterior vídeo mencionado). El aparecimiento de un cuerpo y de una forma de movimiento surgida en los escombros del dolor, se alza aquí en un escenario que parece a-temporal y por fuera de cualquier geografía. Una vez más, en el cuerpo se concentra la potencia del trabajo, pero la preocupación por incorporar diferentes planos que provocan el desplazamiento constante del protagonismo del cuerpo,  a la arquitectura y al paisaje natural, ofrece un cruce de lo visual con lo performático de manera contundente. 

Finalmente, como ejemplo de un trabajo en un registro totalmente distinto está la producción estadounidense Werewolf Heart, dirigida por Christian Weber y coreografía de Dalel Bacre, con música de Dead Man’s Bones y la ejecución dancística de la bailarina Katherine Sirois. Se trata de un ejercicio que responde a la estética del videoclip, pero que su riqueza y su pulcritud en el estado de encuentro que producen la bailarina con la música y el espacio, subvierten el aparente marco en el que se halla. Rodado en una carretera, que pudiese conducir a cualquier sitio, su belleza radica en el efecto del viento sobre el cuerpo de la hábil bailarina; en la respuesta de su movimiento al espacio y al ambiente;  en los cortes y énfasis en la cámara; en sus cambios de ángulo que enfatizan sus pérdidas de ejes y aperturas de nuevas movilidades y en su efecto final de montaje. 

Sin duda, el trabajo que está haciendo Thamé poniendo a circular estas producciones, permite ampliar la oferta de lo que se ve, al tiempo de expandir los modos de ver y habilitar un pensamiento interdisciplinario a partir de ellos.