La ópera prima de Lila Penagos Cuentos para no dormir se despliega como un cuento contado a cuentagotas. Se trata de un documental tan duro como juguetón, un filme sostenido por una cámara sobria que hace un recorrido de rememoración/reflexión junto al protagonista, el padre de la cineasta, y que juega con el recuerdo como una forma plástica, como el resultado siempre ya inestable de una intervención irremediablemente en presente de deseo y lenguaje.

Volvamos al padre, como insiste el propio documental que le da voz y cuerpo, además de poner también en escena las preguntas de la hija. El padre, un ex militante del grupo M-19, guerrilla urbana colombiana iniciada en los años 70’, no solo habla de su vida en Colombia y Ecuador, de su lucha, de sus arrepentimientos, de su orgullo o del amor a sus hijos, habla de ese cuento infantil que capturaba la imaginación de la cineasta cuando era niña y que de alguna forma encubría en imaginería fabulesca su experiencia guerrillera y (spoiler alert) la brutal masacre que acabó con sus compañeros más queridos. El padre, en efecto, se muestra muchas veces dolido, otras veces nostálgico o frustrado, pero tiene un claro sentido del presente, es capaz de encantadores momentos de humor y de una profunda reflexión acerca de su propia vida, las decisiones que tomó y lo que tuvo que dejar.

La cámara documentalista de Penagos no monumentaliza aquella lucha por el cambio social, tampoco se hunde en el lamento, el filme prefiere explorar la (im)posibilidad de decir la verdad, la (in)capacidad de la vuelta al pasado. Montaje, revisionismo o también maquetación, por decirlo de algún modo, pues muchas de las escenas referidas al pasado o que intentan hilar el cuento-conductor, se montan como una escena actuada de manera sutil y muy lograda con la ayuda de utilería, maquetas o con la palabra y la mirada directa a la cámara. Hay una constante presencia de lo que está tras cámaras o del acto mismo de filmar. En efecto, hacer una película “realista”, implica moldear esa realidad, la edición está atravesada por una serie de decisiones y mediaciones materiales, emotivas y logísticas, como decía Stanley Kubrick: “real está bien, interesante es mejor”.

Cuentos para no dormir, sin ser una película muy extensa, se toma su tiempo. Uno de sus logros es conseguir ese ritmo, dejar llevar cada momento desde una inercia particular para contar la historia por medio de la cuidada entrega de datos que van detonando una bomba que explota hacia el final y resignifica todo lo visto. Sí, esta es un documental personalísimo y en primera persona (como se suele decir: un documental de autor) que a la vez logra mantener una buena dosis de suspenso, en otras palabras, su construcción-estrategia es una de sus mayores virtudes.

El retrato paterno se hace con cariño, sí, pero sobre todo desde la necesidad (¿personal? ¿documental?) de sostener ciertas preguntas. Sin embargo, no hay una intención inquisidora, a veces los gestos y actitudes del ex guerrillero dicen todo aquello que con palabras no alcanza a decir, a veces su deambular por los pueblos y ciudades donde vivió, y la música que lo acompaña, permiten a las preguntas seguir cargando la escena de una energía que nos impulsa hacia la siguiente, pues el cuento que se intenta contar guarda esos secretos en una acumulación que favorece el discurrir del filme.

Cuando el cuento se cuenta, sin embargo, y ese es uno de los instantes más envolventes y esperados del documental, las preguntas aún siguen vibrando, incluso se multiplican.

Ficha técnica  

 Título: Cuentos para no dormir

Año: 2023

Duración: 79 min.

País: Ecuador

Dirección: Lila Penagos

Guion: Lila Penagos

Música: Ulises Martinez Reparaz, Sergio Venturini

Fotografía: Ami Penagos

Compañías: Lunar Films.

Distribuidora: Compañia de Cine

Género: Documental 

 Juan Manuel Granja: Ha publicado trabajos de ficción, crónica y ensayo. Su libro Babel en ascensor y otras crónicas fue publicado en México por la UNA, otros textos suyos forman parte de antologías en Colombia y Chile.

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