Vacío: Lei y Wong en el umbral /Juan Manuel Granja
Vacío no es una película made in China, fue realizada en Ecuador por un director nacional, Paúl Venegas, pero está protagonizada por actores chinos y en gran parte está hablada en mandarín. Es un drama que quiere volverse thriller y dar cuenta de una serie de aproximaciones y desencuentros de la cotidianeidad actual: un día a día de multiculturalidades instantáneas y desechables, de sueños que se vuelven transacciones… de películas que buscan nuevos mercados e hibridaciones. ¿Qué pasa cuando Guayaquil o, en general, la urbe latinoamericana tratada tantas veces por el llamado cine de la marginalidad de repente es vista como un territorio extranjero? Si bien muchos cineastas de Hispanoamérica se han hecho célebres haciendo filmes desde una posición privilegiada sobre temas o protagonistas signados por alguna forma de marginalidad, este turismo de la subalternidad (con sus derivas hacia la pornomiseria o hacia al insípido ONGísmo edificante) hacía patente, como ya lo habían hecho anteriormente la literatura, la pintura o la experiencia local misma, que nuestras propias ciudades y territorios pueden relevarse como escenarios de lo íntimamente extranjero.
Que China sea hoy una potencia, uno de los polos que tiran con fuerza por la hegemonía mundial, no solo ofrece el contexto necesario para acercarse a las motivaciones de esta película que requirió de un corte de edición diferente para su exhibición en China, con un final más feliz y de mayor acuerdo a las exigencias propagandísticas del gigante asiático. El tratamiento de los protagonistas Lei y Wong, quienes hacen escala ilegal en la costa de Ecuador mientras hallan la manera de arreglar su situación o seguir la ruta clandestina hacia Estados Unidos, evidencia el modo en que un motivo recurrente de nuestro cine, la migración, sigue vivo y puede ser abordado sin recurrir a tópicos nacionalistas. En efecto, quizá lo que consolida la apuesta de esta película sea su falta de efectismo, su atenerse al despliegue de acciones que, descontando su cierre con aires de thriller, se desarrolla de manera sutil. Vacío cuenta con una cámara sobria, con tomas relativamente largas y de conjunto, con una puesta en valor de la gestualidad y de la recurrencia al símbolo del umbral (los personajes son vistos una y otra vez a través de los marcos de las puertas, como si estuvieran siendo espiados, como si no acabaran de salir y no terminaran de entrar), de los momentos muertos, de la espera, sensación fundamental del filme que marca la temporalidad misma del drama.
Más que la sensación de vacío (quizá cierto aspecto del vacío podría evocar una forma de liberación: el deseo de un más allá de la neurosis sociopolítica, de la mafia que trafica con cuerpos, de las distancias que fracturan la vivencia), lo que se consigue transmitir es la sensación de un territorio extraño o visto como extraño y distinto, así los personajes se desenvuelven en medio de una incomunicación que comunica y que hace innecesaria la presencia de una serie de títulos a la manera de subcapítulos temáticos a lo largo de la cinta. Efectivamente, por momentos se percibe la preocupación por llevar de la mano al espectador mediante diálogo expositivo, cuando la visualidad y la caracterización ya están diciendo lo que se hacía necesario expresar más que explicar. Así, Lei, el personaje principal, le permite a Venegas abordar la problemática femenina en el contexto de la cultura china, el abuso que sufre por parte del antagonista, un chino mafioso ya asentado en Guayaquil, cuya mirada y frialdad brindan el cariz sospechoso del personaje sin caer en el total maniqueísmo, da pie a la protección por parte de una figura ancestral: la del viejo Lu, en cuya casa se hospedan Lei y Wong.
Es Lu quien sirve de ancla a estos personajes desplazados por los flujos contemporáneos del capitalismo global, no solo los acoge bajo su techo sino que aún practica la caligrafía china, representa el tradicionalismo y la autoridad de lo ancestral haciendo así que esta película adquiera un tono nostálgico, que rememore una China más feliz y menos contaminada (en todos los sentidos). Paralelamente, la crítica implícita que supone presentar a migrantes chinos que no hallaban la prosperidad o la estabilidad deseada en la China capitalista y que deciden viajar clandestinamente al otro lado del mundo, halla su contraparte nostálgica en la rememoración de otra China, una cercana a la utopía, que como buena ensoñación podría tener más de ficción que de realidad. Sin embargo, el final de la película, un escape a modo de thriller, modera el ensueño de una felicidad sin resquicios y cristaliza lo que toda la película ha sido: un intento por narrar y proyectar, más que por desentrañar, una serie de desencuentros culturales, un callejón sin salida existencial con la migración como pretexto.