Alexandra Cuesta: la documentación como exploración
Juan Manuel Granja
Alexandra Cuesta considera el cine como una posibilidad de experimentación visual, como un medio para generar emociones de un orden cercano a lo poético. Alejada de la idea de subordinar las imágenes como mero instrumento de ilustración de un argumento; reafirma sus convicciones con la obtención del premio otorgado por la Fundación Guggenheim para el desarrollo de un nuevo filme.
“El premio Guggenheim –sostiene Cuesta– suele entregarse a artistas o científicos hacia la mitad o al final de su carrera y yo tenía en la mira algún día aplicar. Territorio, un largometraje hecho en video y a partir de tomas fijas, es una especie de mapa o cartografía de poblaciones del Ecuador y es el proyecto más grande que había hecho hasta el momento. Anteriormente había trabajo sobre todo en películas más cortas filmadas en 16mm. Territoriotuvo bastante éxito en festivales y me permitió hacer un puente entre el cine y el arte ya que se expuso en museos y muestras artísticas. Esta película consolidó un periodo de mi trabajo, que ya lleva alrededor de 10 años, y sentí el deseo de hacer algo nuevo, fue el momento perfecto para aplicar al premio Guggenheim”.
Este premio supone, además de un apoyo económico por parte de una de las instituciones estadounidenses con mayor prestigio en el mundo del arte, una gran apertura sin condicionamientos de contenido o extensión para la realización de los proyectos artísticos. En efecto, para Alexandra Cuesta, el cine experimental entraña un compromiso, una apuesta por otra forma de entender el cine. El recurso a la cotidianeidad, incluso a lo banal, y a una comprensión alternativa de lo narrativo, hace de este quehacer fílmico una constante exploración.
Dice Alexandra: “Lo que hago es cine pero en realidad es cine arte, un lugar intermedio, no encajas en el mundo del cine convencional pero tampoco en el de las galerías de arte. Sin embargo, creo que eso pasaba más en el pasado y ahora hay una mayor apertura en el mundo del arte. Hay que comprender que este cine experimental o vanguardista está hecho para ser exhibido en una sala de proyección, es decir, hay que quitarse la idea de que decir cine equivale a decir Hollywood. Es un cine ultra independiente y, por ejemplo, nunca he trabajado con guiones. Yo pienso en el proyecto a través del material, tengo que estar detrás de la cámara o editando para ir descubriendo lo que ese material es capaz de proponer Mi crítica al cine convencional es que sin importar si es cine o video, el material no se toma en cuenta porque se usan imágenes para ilustrar una historia. Me interesa justamente lo opuesto. No me interesa ilustrar nada, quiero encontrar una narrativa a través del material”.
Antes de obtener el premio, Cuesta fue parte de la residencia artística McDowell Colony en medio de un bosque en New Hampshire, Estados Unidos. Además de ser una de las residencias artísticas más antiguas de ese país, se trata de un espacio destinado a la creatividad donde el artista puede disponer del tiempo necesario para realizar un proyecto. “Ahí estuve editando un proyecto que es bien personal. Es una especie de diario, se llama Notas de cámara, y se compone del material que filmé los dos últimos años a manera de cartas que puedes ver juntas o por separado. Con este filme volví a la idea de hacer algo pequeño a partir de gestos diarios junto al empleo de texto. Es como un poema visual que atraviesa temas de amor, memoria y temporalidad”.
Alexandra Cuesta se inició en la fotografía y empezó a realizar películas cuando conoció el formato de 16mm. “Cada material permite cierta forma de pensar, de expresarte. Me formé en fotografía y estaba haciendo una maestría en bellas artes en Estados Unidos y, cuando empecé a filmar después de ver una muestra de trabajos en 16mm, no tenía idea de que me iba a llevar a este otro mundo. Lo que me encanta es que este material tiene una relación con la luz muy específica, tiene que ver con la textura pero también con la forma. Para mí, una imagen en video se relaciona con lo inmediato, es el presente, la película en cambio es como la imaginación, el pasado o el sueño”.
Temas como la memoria y su tensión con el presente, así como la relación entre cámara y sujeto, ocupan buena parte del trabajo de Cuesta. “Me interesa cómo una imagen dice algo más de lo que es. Tampoco es un símbolo o una metáfora. Es el impacto emocional de las imágenes, no puedes traducirlas a un significado demasiado puntual, te afecta como te afecta un poema”. En cuanto al proyecto por desarrollar, Cuesta insiste en la exploración de temas relacionados con el tiempo. “Una de mis ideas para desarrollar el proyecto del premio Guggenheim es volver a Susudel, un pequeño pueblo en la montaña en Azuay donde ya trabajé cuando filmé Territorio. Aunque este pueda o no ser el proyecto final que desarrolle para el premio, es un lugar muy especial que era un huasipungo y donde los restos de la antigua vida de hacienda conviven con el presente de sus habitantes. Hay muchas personas mayores en medio de esta montaña bien solitaria y, lejos de exotismos, me interesaría explorar la vida interior donde además lo histórico está implícito. Sin embargo, esta vez me gustaría tal vez trabajar con algo de ficcionalización”.
Esta cineasta comprende el documental también como una construcción pues al ser cine “es un acto de reducción”, de ahí que considere todo su trabajo como distintas formas de documentación. “Yo vengo del documental, yo documento, no se trata en este caso de probar una idea, a mí lo que me interesa es el mundo y mostrar cierto punto de vista. Me interesa rescatar lo cotidiano y lo banal y cómo puedes llegar a mirarlo de un modo distinto. En muchos festivales han etiquetado mi trabajo dentro de la antropología o la etnografía visual puesto que han sido filmados en espacios que no son los míos pero justamente me interesa lo opuesto: ver lo humano que se repite en otros espacios, no exotizar. Crear otras formas de producir el documental etnográfico”.
Alexandra Cuesta concluye con una reflexión sobre el cine abierto, por el cual trabaja, versus el cine impositivo: “Me gusta el cine simple, que te habla de una emoción, una idea, no el cine autoritario que te hace sentir o que te quiere imponer lo que tienes que sentir por cierta gente”.