Bajo el arco del jazz XIV Edición de Ecuador Jazz (2018)
Juan Manuel Granja
Para trazar el mapa de la XIV Edición de Ecuador Jazz (2018) la línea tendría que conectar a Ecuador con Estados Unidos, Brasil, Colombia, Venezuela, Argentina, Canadá y México. Por la sola lista de países, y el collage de ritmos que sugiere, podría decirse que un sentido de diversidad suele primar en este tipo de encuentros musicales. Aunque algunos de los artistas convocados a este festival no pertenecen estrictamente a lo que los puristas podrían categorizar como jazz, este hecho, habitual también en otros festivales alrededor del mundo, permite pensar en el jazz (o en su uso actual) más en términos de un campo sonoro que como género en el sentido estricto de la palabra.
El caso de Troker, agrupación de Guadalajara: seis músicos armados de vientos, teclado, batería y tornamesa, busca desafiar las categorizaciones automáticas. Su música está animada por elementos de funk, electrónica, rock e incluso mariachi sin que el sonido del sexteto deje de manifestar una pulcra técnica que trae a la mente una formación o un interés jazzístico. Cierta recurrencia en la estructura de sus composiciones, así como una actitud festiva y un uso variado de texturas sonoras hacen de su apuesta una estimulante entrada al terreno de la música instrumental así como marcan un rumbo de necesaria búsqueda de originalidad.
Por otro lado, las composiciones del guitarrista ecuatoriano Sebastián Acosta presentaron un sonido más cercano a lo que comúnmente se puede entender por jazz contemporáneo. Con un timbre atractivo, un ritmo sólido y una sonoridad grupal alineada a la guitarra, los temas de Acosta desenvolvieron una serie de influencias que suman blues, rock y recursos adaptados de la música ecuatoriana. Si bien el sonido de ciertas composiciones de Acosta, presentadas en formato de quinteto, podrían apreciarse desde la perspectiva de la fusión, fue la banda venezolano-ecuatoriana Gonzalo Grau & Plural la que hizo de la fusión su punto de gravitación privilegiado.
En efecto, la agrupación que junta al pianista y compositor Grau con su colega ecuatoriano Alex Alvear (encargado del bajo y, junto a Manolo Mairena, de la voz); exploró los ritmos afrocaribeños por medio de una explosión de latin jazz en la cual los solos de piano y las descargas de percusión ocuparon el primer plano. Grau y Alvear se mostraron efusivos y emocionados, un gran mérito fue el haber logrado transmitir esas emociones al público en complicidad con el resto de la banda: la clave retumbó por todo el Teatro Nacional Sucre y alentó a muchos a dejar el asiento y bailar.
Si el latin jazz o la presencia en el escenario de congas y timbales hace pensar inmediatamente en baile y derivaciones jazzísticas de la salsa, el son y otros ritmos tropicales; no sucedió precisamente lo mismo con el anuncio de un conjunto brasilero: Sonidos de Supervivencia. Si bien este trío hizo uso, en algún momento, de ciertos ritmos y cadencias brasileras reconocibles para el gran público, buena parte de la propuesta de estos músicos transitó por un espacio más arriesgado y experimental. La sola alineación del conjunto ya era una invitación a preguntarse (e interesarse) por su oferta: piano y dos percusionistas/bateristas. La exploración de ideas musicales y registros sonoros a partir de la música y los cantos de indígenas del Brasil, se alternó con una insistencia en el timbre de una variedad de instrumentos percusión (incluidas latas, bandejas y tinas), voces y efectos grabados así como su conjugación con un piano muy singular (en manos de Benjamim Taubkin) que osciló entre el virtuosismo y el intrincado juego con las texturas.
La otra cara de este tipo de propuestas sorpresivas que expanden el campo del jazz, o que se cobijan en la diversidad que su campo de acción permite, es quizá el jazz vocal. La formidable voz de Lizz Wright se acompañó de dos guitarras, bajo y batería para presentar una propuesta más convencional de jazz cantado cuya calidad de ejecución y sutileza en el acompañamiento (cabe destacar la acertadísima puntuación rítmica y decorativa que en cada tema lograba el baterista Brannen Temple Jr.) dan pie para pensar en una constante renovación de la tradición del jazz vocal. El tejido melódico-armónico conseguido mediante el protagonismo de la voz de Wright junto al diálogo de las guitarras y el bajo hicieron de cada uno de los temas una construcción minuciosa y llena de detalles sonoros. Escuchar en vivo la voz hipnótica de Lizz Wright es sentir como se desplaza entre respiros y busca el lugar exacto para bailar, casi sin mover los pies, sobre un cristal de brillos y destellos instrumentales.
Yissy y Bandancha, en cambio, nos trajo a Cuba en forma de batería. El quinteto tomó posición en el escenario con la batería al frente y al centro. Yissy, líder de la banda, baterista y compositora, deja de lado la usual ubicación de la batería detrás del resto de instrumentistas para ocupar el lugar protagónico. En manos de este conjunto, el jazz contemporáneo hace uso de elementos del latin jazz para variar ciertas jerarquías instrumentales. Así, la batería, aliada a la tornamesa, a la trompeta, a los teclados y al bajo, se apropia, en muchas de las piezas, del espacio privilegiado que suelen ostentar los instrumentos melódicos o los vocalistas. Ante el desafío que implica esta trasposición, Yissy y Bandancha deciden trabajar en equipo puesto que no se trata de algo tan simple como una banda que acompaña a una baterista sino que logran hacer marchar con gran pericia una maquinaria que juega entre el equilibrio grupal y el lucimiento individual.
Mención aparte merece la presentación de Edson Velandia quien acompañado de su guitarra acústica en la tradición del juglar y su agudo manejo del folclor colombiano y la música latinoamericana se ganó al público con su irreverencia y carisma. Sus canciones son también historias compactas, crónicas hilarantes, críticas alejadas de lo sublime o del sermón y a la vez acompañadas con una guitarra precisa y muy bien ejecutada. Sus temas han sido muy bien pensados y construidos, en ellos puede tener voz protagónica, por ejemplo, un gallo o una nevera. Asimismo, la versión grotesca de una canción de amor puede destruir desde adentro las pretensiones del cantante romántico. Si bien las canciones que ejecutó Velandia podrían estar ubicadas lejos del jazz como tal, la originalidad, calidad y extravagancia de su propuesta encontró un espacio acertado en este festival por su carácter alternativo.
El cierre del festival en la Plaza del Teatro permitió reunir a una diversidad de músicos y ritmos en una celebración de la diversidad sonora amparada bajo el arco del jazz y sus alrededores. El swing gitano de La Pompe Noire (Ecuador), el jazz-funk de The Shuffle Demons (Canadá), la fusión latino-roquera de Francisco el hombre (Brasil), el calipso-mentó-reggae de Elkin Robinson (Colombia) y jazz-funk-rock de Free Band (Ecuador) confirmaron que el protagonista de este festival fue la diversidad. Por su puesto, habría que preguntarse por la forma en que la idea contemporánea de jazz se emplea como marco para acoger toda una diversidad de experiencias y exponentes musicales que quizá no se encuentran tan cómodos en otros espacios y el modo en que este campo sonoro reúne características como prolijidad técnica, cosmopolitismo e incluso cierta noción auto asumida de posmodernismo.