Click: fracturas románticas / Juan Manuel Granja
Una maleta blanca y un biombo blanco, sobre ellos cuelgan decenas de aviones de papel que forman la escena, el marco del encierro de un loco (también vestido de blanco), un loco que no para de hablar y gesticular contra ese encierro, que quisiera volar como los avioncitos blancos que lanza al público pero que solo son de papel, que solo pueden caer. Click, trabajo unipersonal de Wagner Vladimir Lucero con la dirección de Santiago Carcelén, es una crítica cómica a las instituciones del mundo contemporáneo desde la irreverencia del paciente de un sanatorio mental. A través del monólogo y acciones de “18”, el número pasa a ser nombre del protagonista, se presenta la idea de una sociedad perdida en el desvarío productivista y pragmático y que solo consigue patologizar, apartar o encerrar a quienes no se adaptan a ella. Una serie de voces grabadas –que van componiendo la gran voz de la institución– tratan de contener y conducir al siempre inconforme 18 hacia la aceptación de las condiciones existenciales del mundo exterior. Una voz que, en una lectura que enriquecería la obra y que podría haber sido sugerida en el planteamiento escénico, bien podría conformar su propia censura psíquica, su propia fractura psicótica.
¿Qué es lo que caracteriza a ese mundo que se auto promociona como civilizado, como culmen del progreso y la razón? En una serie de animaciones proyectadas en escena, así como en las palabras de 18, queda claro que este trabajo escénico denuncia la monotonía burocrática del capitalismo actual, la híper conexión, la ultra vigilancia; la entrega voluntaria de la intimidad empacada en bytes de cada usuario de un teléfono celular o de una computadora a los tentáculos del Gran Hermano, cuyo nombre hoy por hoy bien podría ser: Big Data. La denuncia que hace Click –su título ya lo dice– es clara, puntual: ahí afuera el mundo gira sobre ruedas cada vez más aceleradas en círculos concéntricos y voraces que solo llevan a su propia extinción. El intérprete que encarna a 18 desarrolla toda una apropiación de la escena que incluye gestos ilustrativos de su discurso así como un dinámico recorrido sobre las tablas que hace que todo lo dicho tenga su contraparte visual, gestual o sonora. Sin embargo, habría que preguntarse qué es lo que queda luego de este planteamiento que podría limitarse al blanco y negro de una civilización predadora con sus instituciones de reprogramación mental así como a una visión romántica de la locura.
Si bien es muy probable que la locura opere como una forma de defensa ante las insuficiencias y tensiones vitales, es decir, como una manera de sostenerse en el mundo; también es posible ver en ella además de dicha crítica a la adaptación, una postura que asimismo podría relacionarse con alguna forma de compulsión que niega el mundo para no tener que hacerse cargo de uno mismo. Una compulsión que estaría obligando al protagonista a aceptar la estasis de su vida personal (por no decir comodidad o temor a afrontar ciertas responsabilidades). En este sentido, se nota demasiado la simpatía que el autor de la obra siente por 18. Así, a una obra que pretende ser crítica con el estado del mundo quizá le vendría bien serlo de una forma más radical pues esgrimir sospechas sobre un mundo que se caracteriza de antemano como decadente sin problematizar la mirada desde la cual se realiza esta caracterización, bien puede tender hacia la romantización o al maniqueísmo: blanco (aunque clínico y de sanatorio) vs. negro tóxico del mundo voraz híper capitalista.
Ficha técnica
Dirección General: Wagner Vladimir Lucero, Santiago Carcelén Vela (Imagino Teatro)
Dramaturgia: Wagner Vladimir Lucero, Santiago Carcelén Vela
Dirección actoral: Santiago Carcelén Vela
Diseño de Iluminación: Gerson Guerra (Malayerba)
Sonido: Diego Ortiz, Celso Ortiz (Radio La Rumbera)
Diseño Gráfico Cristina Vásquez (Lutalica Artes Escenicas)