Danza, cuerpo y espacio. Diez reflexiones sobre la práctica creativa en danza / Ernesto Ortiz
Danza, cuerpo y espacio
Diez reflexiones sobre la práctica creativa en danza
en la producción de las obras:
La señorita Wang soy yo, Alina.06,
La distancia es una línea imaginaria entre mañana y un pie de limón, Vanishing Act e Invierno: 10 formas de sentir frío.
1.- Lo que se mueve cuando bailamos es un conjunto muy complejo de ideas, imágenes y deseos. Bailan las formas que hemos aprendido como “danza”: los pasos, las transiciones, el uso del peso y las características anatómicas. Bailan las imágenes que están instaladas en nuestra mente como posibilidades de movimiento, las formas que estas producen en el cuerpo y su trayecto en el espacio, y que, no siempre, son correspondientes con lo pensado/imaginado. Bailan también los deseos que tenemos de producir una cierta forma con el cuerpo y la voluntad física de este deseo es una acción sensual.
2.- La capacidad de cada cuerpo de conjugar estos elementos es distinta: cada cuerpo hace uso diferente y diferenciado de sus propias ideas, imágenes y deseos. Así, pues, bailar en cada cuerpo implica una selección y una organización distinta de esos elementos. En unos casos las formas aprendidas y asumidas universalmente como “danza” cobran mayor protagonismo. En otros lo hacen las imágenes que traducimos en formas; en otros los deseos de proyectar cierta forma. Esta capacidad disímil de organización hace que una misma forma de movimiento propuesta sea traducida de manera particular por cada cuerpo.
3.- Coreografiar es, por lo tanto, permitir que esas capacidades heterogéneas de deseo, proyección y ejecución de una forma-movimiento entren en acción y, posteriormente, en diálogo. Coreografiar consiste en visualizar y reconocer esas diferencias en la asunción de la forma- movimiento propuesta y la forma-movimiento que aparece en cada cuerpo, tras su propia negociación.
4.- Componer coreográficamente es construir combinaciones de esas apropiaciones y producciones de forma-movimiento que los cuerpos producen en el espacio. Tales combinaciones siempre estarán en relación con las disposiciones espaciales en las que la forma-movimiento es inscrita y dependerán fundamentalmente de su relación con esas disposiciones. El trayecto espacial que los cuerpos que bailan producen está íntimamente relacionado con las características de ese espacio; y la forma-movimiento se reconfigura, se redefine, se reconstruye a partir de esa disposición espacial.
5.- Componer coreográficamente es también reconocer las posibles relaciones que, en el trayecto espacial, los cuerpos que producen forma-movimiento son capaces de generar. Al reconocer estas relaciones que son producto del cruce de esos trayectos espaciales y las distintas traducciones que los cuerpos hacen de la forma-movimiento, una nueva capa de información sensorial (visual, audible) aparece a los ojos del coreógrafo. Coreografiar entonces es el reconocimiento de esas relaciones y su organización voluntaria, en una combinación de energía, espacio y tiempo.
6.- Crear una obra artística, una máquina estética escénica, implica incluso otros factores. Si componer coreográficamente es organizar la forma-movimiento de varios cuerpos en un espacio
particular, a partir de las relaciones que se producen entre esos cuerpos, crear una máquina estética implica entrar en diálogo y relación con los demás elementos que circundan esos trayectos de forma-movimiento y que los contienen. Iluminación, elementos escenográficos, elementos de vestuario, sonorización (música, paisajes sonoros, textos, etc.), características arquitectónicas y disposiciones espaciales deben entrar en relación con esa organización de elementos que es la composición coreográfica.
7.- Así, crear una máquina estética escénica implica imaginar de qué manera todos estos elementos (corporales, coreográficos, espaciales, sonoros, escenográficos, lumínicos, etc.) pueden producir relaciones que pueden ser temporales, espaciales, corporales, visuales, sonoras. Y cómo esas relaciones producen una combinación de energía, espacio y tiempo que el coreógrafo debe definir (y redefinir cuándo es necesario) para construir un orden y un concierto propios de tales elementos. Esto es la obra, la máquina estética.
8.- Cada experiencia creativa implica una planificación. Esta planificación y el norte creativo hacia el que apunta garantizan que cada experiencia de creación represente una modificación en la práctica artística. Esta modificación representa un avance o un paso cualitativo, si se entiende de qué manera los procesos creativos: coreográficos, dialogales, estéticos, etc., fueron realizados. Sin embargo, esta planificación es una brújula, no un plano indefectiblemente trazado: la cualidad viva de la danza la modifica constantemente. En tal sentido, el trabajo de organización es mayor. El coreógrafo debe asumir esa cualidad viva para construir experiencias vivas de creación, pero que apunten a un producto que constituya en sí una experiencia estética con su propia lógica interna. El azar es parte del proceso, no de la obra final.
9.- Bailar, entonces, es imaginar, pensar, desear, ejecutar y organizar el movimiento.
10.- Coreografiar y componer coreográficamente, en consecuencia, es organizar el ímpetu de esos deseos y pensamientos hechos forma, para construir una unidad de elementos que produzcan otra forma que no solo los contenga, sino que los mantenga en viva relación armónica y orgánica.