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Danza y sostenibilidad. Entre la idea interna y externa de su ser.  (En tiempos de Covid-19, danza: ciencia - arte, ¿cómo pensarte?)  * /Noel Bonilla-Chongo, desde La Habana

Danza y sostenibilidad. Entre la idea interna y externa de su ser. (En tiempos de Covid-19, danza: ciencia - arte, ¿cómo pensarte?)  * /Noel Bonilla-Chongo, desde La Habana

Con la llegada del siglo XXI, al tiempo que las ciencias sobre el arte danzario ensanchan sus nociones operativas para abordar la diversa realidad de los dance studies, se definían los principios actuantes de una nueva disciplina académica en el universo científico: la ciencia de la sostenibilidad. Campo este que “refleja el deseo de dar a las generalidades y al enfoque amplio de ‘sustentabilidad’ un respaldo analítico y científico más sólido”[1]. Al proponerse asociar estudios y prácticas, perspectivas globales y locales sin jerarquías geográficas ni privativas de un saber específico (al decir del ecologista William C. Clark[2]), puede considerarse lo útil de una investigación desde el campo definido de los problemas que aborda en lugar de las disciplinas que emplea y así, favorecer el diálogo entre conocimiento y acción al crear un puente dinámico entre ambos.

De alguna manera, bajo este “manso” propósito, he tratado de entallar el pensamiento en danza, tras el despojo que la Covid-19 nos ha impuesto. Hacer que el conocimiento (discernimiento y comprensión) en nuestra mirada múltiple a la danza y a las ciencias sobre el arte danzario, dialogaran con el accionar poético que hoy por hoy, configura los posicionamientos en torno a la teoría, la historia, la crítica, la enseñanza, pedagogía y creación dancística, se ha tornado cavilación para no zozobrar en este tiempo vivido a destiempo. ¿Cómo puedo en la danza moldear la materia sin materia?, se preguntaba el creador colombiano Cesar Monroy, hace algunos días en su muro de Facebook.

Ahora, yo me cuestiono, ¿cómo pensar la sostenibilidad de nuestro accionar, después de esa danza que nos ha quitado la pandemia? Si bien, tal como asegura en sus bases operativas el Consejo Internacional para la Ciencia (ICSU), la sostenibilidad es un proceso socio-ecológico caracterizado por un comportamiento en busca de un ideal común que, en términos estratégicos, promueve el progreso económico y social. Entonces, ¿cómo, desde la danza, podemos todas y todos quienes a ella nos dedicamos ajustar nuestro modus operandi para que la investigación sea dimensión vehicular en esas zonas de gestión con la implicancia de la sociedad? ¿Qué herramientas usar para sustentar tantos años de práctica cuando la danza expande cada día sus alcances como zona activa productora de conocimiento y criticalidad? Al presente, cuando las nociones de lo corporal, lo creativo, lo escénico, subvierten el valor de la fatigada idea externa de la danza, en reivindicación progresiva de sus dispositivos internos de elocuencia, cuando el aislamiento social y físico fragilizan la “erectilidad” de los cuerpos danzantes, ¿acaso, no se hace necesario nuevas alianzas y transacciones?

En consecuencia, en estos interminables días y noches de desasosiego, parafrasear a Borges ha venido como eficaz subterfugio: pensar, analizar, inventar, no constituyen actos anormales (imposibles, quiméricos, inverosímiles), ellos organizan la respiración normal de la inteligencia en la medida que sean balance de cuán sostenible ha sido viajar hacia la idea interna de la danza.

Dicho de otra manera, después de tantos cuestionamientos, escrutinios y oportunas investigaciones teóricas y artísticas en torno a problemáticas del arte danzario, me sigue inquietando el posicionamiento de creadores, de colegas críticos, docentes y asesores que, recusando el bregar de la danza escénica en su historia, insisten en caracterizarla de “manera externa”. O sea, por su función, por su origen, por los contextos y usos que la rodean. Y, sin desatender a priori las propuestas que pudiesen prorrumpir desde esa caracterización; el problema general de estos intentos (“idea externa de la danza”, según Pérez Soto[3]) es que no informa sobre la clase de cosas que ocurren (si es que pasan) al interior de una obra de danza. Entonces, para enunciar una “idea interna” se precisaría especificar desde la danza misma (modalidades de entrenamiento, creación), qué clase de actividad se genera en la dynamis (“potencia-eficacia”, para Aristóteles) de su campo semántico, en las dimensiones operativas de su escritura coreográfica, en sus cambios históricos y transformaciones generativas; en sus modos de venir montando la atención del lector espectador a lo largo de los tiempos. Claro, no perdamos de vista que, al hablar de danza es ella nuestro objeto privilegiado de análisis.

Pero hoy, de pronto, algo llamado pandemia que, a ciencias cierta, se hace invisible e intocable, constriñe al encierro, a la cuaresma, a la exclusión del contacto y el abrazo del otro cuerpo; así, de repente, mi mundo, nuestro mundo, el universo de aquello entendido como danzar y bailar entrelazado es transformado por un raro efecto de vacío. Entonces, la danza como objeto privilegiado en nuestro análisis, emprende otros viajes de ida y aquella creencia de la sostenibilidad del eje en su batalla contra la gravedad, también se torna efímera.

La “era postmedia” y la pantalla ha venido como registro y documentación de este momento, pero, asimismo, ha redimensionado aquellas paradojas entre una pantalla escenográfica, un danzar para la pantalla y la pantalla como un otro plano escénico donde danzar en “la era de la e-imagen”. Y muchos festivales, eventos importantes de danza pasaron a la vaga supremacy net. Decidimos compartir en las redes sociales los avances de “la mejor” clase u obra; nos enviamos lindas tarjetas postales en modo ZOOM o Google Meet, donde la pantalla se segmentaba en pequeños sets de idénticas proporciones. Pareciera que reducir el espacio del danzante era privarlo de la potencia de su corporalidad, no obstante, su casa se transforma en suerte de impasse creativo y, con cierto humor, se insiste en “quédate en casa”, especie de new idea razonable.

Pero, el panorama de la gran pantalla compartida, por medio de alguna Apps, como si estuviésemos en una reunión empresarial, no es en sí un manifiesto artístico. Se requiere de un ¡Wake Up!, despertar de la danza confinada.

Mirada por el ojo de la cerradura

En este tiempo de encierro, los eventos internacionales realizados en formato virtual, las presentaciones artísticas on line, la puesta en circulación de repertorios enlatados, los fórums temáticos y conferencias, etc., constituyen verdaderas jornadas de reajuste para acceder a esos “marcos teóricos” desde donde sustentar nuestra acción educativa e investigativa en la danza. De ahí la importancia de discutir, contrastar, auscultar por el ojo de la cerradura.

Y es que, sin entendimiento, sin análisis funcional y crítico, sin conocimientos sobre los tránsitos en la danza (en sus rupturas y asociaciones, sus disonancias y correlaciones, sus aportes y demarcaciones, sus distopías y utopías) no podremos tener una mirada francamente objetiva sobre aquel fenómeno danzario objeto de nuestro estudio (más, al tratarse de esas tendencias preferidas, del hacer de los amigos, o, incluso, de verídicos vacíos culturales latientes actualmente. Entretanto, litigar, estudiar, acercarnos a las ciencias sobre el arte danzario hoy, es penetrar en el vasto campo de sus intersecciones epistémicas y significaciones epocales.

A la altura de los tiempos que corren, donde la emergencia de derivas y “tumbidades” convendrían cual vehemente S.O.S para guiar modos más operativos de acercarnos a la práctica dancística e investigación coreográfica que se pasea por los escenarios, catálogos y videotecas al uso, es inconcebible que confundamos el coturno con la chancleta. En procura de ese instrumental teórico propio que requiere la danza para explicarse desde sus recursos y dispositivos internos de construcción, cuando probado está que el lenguaje técnico no constituye en sí mismo acción generativa, ni se convierte en “texto legible” (ese signo reconocible de principio a fin), oportuno sería que todas y todos quienes nos dedicamos a la danza, apostemos por verla, sentirla, tocarla cual “texto re-escribible”. Sí, modo de recolocar, recualificar, reinterpretar, rehacer y reformular lo contenido en sus dispositivos internos y generar otros universos poéticos, que propicie el camino de la indagación científica de nuestro gremio. Allí donde bailarines y coreógrafos, críticos y asesores, maestros y estudiantes, gestores y espectadores, den cuenta que los procesos de investigación y creación por singulares que parezcan, no deberían permitirse esos “casilleros vacíos”, tan en boga.

Si la Covid-19 nos ha lanzado muchas preguntas, estimable sería encontrar posibles respuestas desde la cavilación que este raro tiempo-espacio, nos ha tributado, (aquí dejo las mías).

¿Cómo sería el entrenamiento correcto de un bailarín?

Si hablamos del danzante que se entrena para luego habitar el escenario como espacio de la creación coreográfica; entonces, en principio, sea cual sea la técnica, su entrenamiento debe perseguir la calidad de presencia que requiere su rol en el espectáculo.

¿Qué cuidados debe tener un bailarín para no sufrir lastimaduras durante su entrenamiento?

No nos engañemos, seguimos bajo el paradigma del entrenamiento físico como axioma de un cuerpo en juego. Hecho que ha sido ganancia en muchas pendencias, pero que parecería haber llegado para instalarse en nuestro inconsciente como una suerte de hipnótico que nos impide aperturar el fenómeno del body functioning.

Deberá el bailarín conocer su cuerpo, sus patrimonios y restricciones, solo desde ese conocimiento podrá regular su ejercitación. Si la danza es, entre tantos otros posibles, corporeidad dinámica que experimenta el tiempo y el espacio a través de la intensidad, el juego, la demanda, la escucha y el sentido; el cuerpo del danzante para devolverse más operativo en la coreografía, tendrá que expandir cada vez más sus posibilidades expresivas, asociativas, performativas que, en muchas ocasiones, están más allá del corporal training cotidiano.

¿Cómo deben los bailarines mantener su entrenamiento en este tiempo del COVID-19?

Tantos los bailarines profesionales como los estudiantes de danza, se han sometido a un nuevo acontecer. Alejarse. Prescindir del maestro en vivo, de la cuenta musical, del énfasis, las rectificaciones y la competitividad entre colegas. Contingencias que violentan. Aprehender otras rutas viables desde el desierto del aislamiento social y físico de los cuerpos. Entonces, al tener dominio de sus posibilidades y limitaciones, acceder a modos alternativos de activar las refracciones del cuerpo-mente, reafirman la necesidad de recualificar la clase; ir a la barra inventada en el hogar, al suelo, al jardín o a la azotea, a la imagen del televisor o a la pantalla de un celular, todavía singularizan este tiempo, y con él, esa necesidad de un “novel” cuerpo listo. Cuerpo que ya no volverá a ser el mismo, asistimos a un momento en el que la vida y la supervivencia ocupan la alerta de nuestro trabajo cotidiano, un momento en que la muerte ha desarticulado implacable nuestras ciudades, pueblos y familias. Apostemos por un entrenamiento más holístico, humanizado y consecuente. Cuidémonos.   

¿Qué consejos ofrecer a las nuevas generaciones para que sean más saludables en su entrenamiento como bailarín?

Activar la motricidad interna como sano vehículo que produce formas y significaciones. El cuerpo del danzante, como su mente, son dispositivos de elocuencia que se divierten trabajando. Entonces, conoce tu cuerpo y sabrás adónde lo puedes llevar, hasta dónde lo puedes comprometer. Adquirir dominios conceptuales, psicomotores y creativos desde las habilidades que favorece el entrenamiento, son esenciales en la danza, pero sin olvidar que para suspender en el tiempo el vuelo del danzante, la precisión del gesto, la elegancia del giro, del salto, de la caída, de su recuperación y toda dinámica cualitativa de las formas, debemos prescindir de la contemplación formal modernista del movimiento corporal, exponiendo hasta donde sea posible el empleo de la energía interior, esa que emerge con el ejercicio saludable.

¿Cuáles serían las ventajas y desventajas del entrenamiento del bailarín en la casa, en tiempo de COVID19?

Durante este período de encierro, la casa se convirtió en nuestro salón de danza. Para evitar la asfixia, mantuvimos contacto a través de las redes sociales. Ha sido difícil subvertir el convivio cotidiano y la proximidad de los cuerpos, en coreografías virtuales y solitarias. El espectáculo de danza solo está vivo cuando entra en contacto físico con la realidad y con los espectadores. El cuerpo es el corazón de la profesión del danzante, es su carne. Fue ventajoso la soberanía para conocernos, descubrirnos, para hacer ese viaje interior siempre pospuesto. Las pantallas nos permiten estar unidos, juntos en un mundo virtual y desmaterializado. Ahora, regresar al salón, aun situándonos a metro y medio de distancia, será momento para dejar los píxeles y volver a la carne. Creo que con mayor consciencia del costo de proteger la salud, el cuerpo, la vida. Con mayor amor a la profesión, a la investigación creativa para descubrir nuevos modos de encontrar los escenarios y atrapar a los espectadores.

De ahí que, para una mejor comprensión de la “idea interna” de su ser, tal como anotara Susan Leigh Foster en 1986 en Reading Dancing, la capacidad de “leer” la danza y de escribir acerca de ella comienza con mirar, oír y sentir los modos en que se mueve el cuerpo. Al familiarizarnos con el movimiento, podremos discernir los códigos coreográficos y las convenciones que dan a la danza su significado. Convenciones que, históricamente, han ubicado a la danza en el mundo y entre las danzas que la han antecedido. También le otorgan coherencia interna, claridad y unidad. Centrándonos en estas convenciones podemos llegar a razonar no sólo lo que esa danza significa sino cómo crea su significado.

A la sazón, como especie de “pacto auto referencial”, el recorrido aquí sintetizado, de lo vivido en mis días de confinamiento, extractan varios puntos de mira. Consecuencias de múltiples lecturas contrastadas, del estudio y reflexión permanentes, de diversas influencias creativas y del ejercicio del criterio. También de vivencias muy experienciales a través del cyber space, y del pensamiento que a partir de la “idea interna” de la danza ha significado en mi práctica narrante al ser objeto y sujeto de mis aconteceres corporales. También, de esos variados caminos generados por los saberes de las ciencias sobre el arte danzario que, como corolario de la sostenibilidad andada y por andar aun en la historia de la gente de esta comarca, saben que “si la investigación en artes es un tema todavía sujeto a discusión, lo es aún más si ese arte es la danza”.

Referencias:

Leigh Foster, Susan. Reading Dancing, University of California Press, London, 1986.

Pérez Soto, Carlos. Proposiciones en torno a la historia de la danza, LOM Ediciones, Chile, 2008.

Tambutti, Susana. (s/f). “Crear investigando es producir nuevas experiencias”. En IDyM. Vol. 01, N° 01, Año 01 [75-93]. Argentina: Departamento de Artes del Movimiento Universidad Nacional de las Artes.

* A propósito de la invitación que me hiciera el creador Jorge Parra; bailarín, coreógrafo, gestor cultural y director del Festival Fragmentos de Junio, Guayaquil, Ecuador.

[1] https://es.m.wikipedia.org/wiki/ciencia_de_la_sostenibilidad#cite_note-3

[2] https://es.m.wikipedia.org/wiki/ciencia_de_la_sostenibilidad#cite_note-4 https://www.significados.com/oximoron/

[3] Ver Proposiciones en torno a la Historia de la Danza, Carlos Pérez Soto, LOM Ediciones, Santiago, Chile, 2008.

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