MAR OLAS DE OTRO MAR , ÓSEA MAR, MARCELA MAR / MIGUEL PALACIOS
Ósea mar es una pieza cuya propuesta resulta íntima, cíclica y enigmática. El cuerpo de la intérprete irrumpe de manera animal: testaruda y poco pendiente de lo que tenga en frente, como esos perros viejos que se chocan contra las paredes mientras llevan con dificultad su peso. El peso es, justamente, uno de los elementos clave de la obra, un peso corporal que se suma al peso de cargar con algo y llevarlo consigo a todas partes. Un peso que hace que siempre mantengamos una jerarquía como espectadores, que vemos todo el tiempo hacia abajo, al nivel del piso, como vemos a los animales, a las infancias y a los muertos. Este reptar de la intérprete también se intensifica con la caracterización del vestuario y el peinado, que permite extender al personaje sobre el espacio, como una gran mancha en el piso.
No puedo evitar pensar en el personaje de Rebeca, de Cien Años de Soledad, esta niña adoptada por los Buendía que carga con los huesos de su padre y que, en secreto, come tierra y cal de las paredes. Marcela, en cambio, carga unos huesos que hacen a su vez de bloques, mismos que, con cierta inocencia, intenta apilar una y otra vez, sin éxito. Es su insistencia, su frustración y su resignación lo que carga a esta pieza de un misterio cuya intensidad está en jugar con elementos que ponen en tensión sutil la vida y la muerte, la adultez y la infancia, el arriba y abajo, la luz y la sombra. La iluminación también cuenta con un papel importante al darle a ciertos espectadores la posibilidad de iluminar a su manera con unas linternas, acentuando el ambiente de estar en un otro-espacio donde no hay ya luz del día, ni luces artificiales y que nosotros, espectadores de paso, alcanzamos a ver un poquito.
La obra mantiene un ritmo constante, lo que reafirma una posible idea sobre lo cíclico, que dentro del conjunto de piezas de Olas de Otro Mar se percibe como un momento onírico, o como abrir una pequeña puerta para husmear la intimidad de alguien enfrentándose a un deseo imposible y sacar la cabeza por ahí mismo. Sin embargo, si se piensa la pieza por sí sola, quizás y este ritmo constante pueda requerir de una ruptura que permita su reafirmación, una otra posibilidad que haga que el destino (aún conociéndolo) se perciba como una sorpresa, porque lo interesante es también ver como un cuerpo se transforma en su hacer y ya no es el mismo cuando entra que cuando nosotros dejamos la sala ¿Cómo se rompen y deshacen esos otros huesos, los de la bailarina?
Ósea Mar tiene materiales potentes, bien pensados, que generan diversidad de lecturas y emociones que se ven influenciadas por lo logrado desde la puesta en la escena, la ambientación, la musicalización y la materialidad. La interpretación de Marcela es sólida y, quizás, puede explorar un poco más en llegar a una vulnerabilidad total, desprovista de fuerzas, rota (al menos un segundo), antes de retornar al ciclo de la vida. No lo sé. Así, tal vez, esta reconstrucción de una pieza, junto a la pregunta sobre si se puede o no rearmar algo, volver algo a la vida, también se pueda materializar en el cuerpo-óseo-de-mar-cela y hacer de este un medio para el sacrificio: ritual escénico-mágico para conectar tiempos, para develar algo, para creer al menos un segundo que, en efecto, sí podemos crear vida.
Ósea Mar, reposición de La huesudita de Carolina Vásconez creada en el 2001. Ósea Mar se presentó en el proyecto de investigación de reposiciòn de obras de danza/archivo/memoria artística concebido por Esteban Donoso y presentado con el nombre de Olas de otro mar.