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Muchachito roto: Lolabúm (no) siendo Lolabúm /Juan Manuel Granja

Foto tomada de la página https://www.facebook.com/

Muchachito roto: Lolabúm (no) siendo Lolabúm /Juan Manuel Granja

Y vuelve la pregunta. Cuando alguien virgen de experiencias con la música más actual del país oye el nombre de la banda o ha visto en vivo o vía redes la emoción de sus seguidores vuelve la pregunta: ¿Qué es Lolabúm? ¿Qué onda Lolabúm? (“¿Kataboom?... jaja”) La agrupación, en su nuevo disco convertida en un dúo (más un productor-baterista), responde la pregunta sin responderla, o más bien la responde con la sorpresa que provoca cada nuevo lanzamiento discográfico suyo. Y, sin embargo, ¿esperar de ellos siempre una sorpresa, le resta lo sorpresivo? ¿Hay gimmick? Muchachito roto, su más reciente trabajo, corrige la pregunta, tal vez la cuestión no sea definir qué es Lolabúm o a cuál estantería del espectro musical ecuatoriano pertenece sino, más bien: ¿En qué tipo de camaleón puede convertirse Lolabúm? (ojo: hay muchos tipos de camaleones entre las ramas del triste y festivo trópico)

Si bien la vanguardia se ha transformado hace ya mucho en una tradición, quizá haya que preguntarse qué noción de vanguardia o de aventura estética es la que guía a esta banda. Por un lado, que un grupo nacido en un formato instrumental (inicialmente) roquero y adolescente no sea rockista dejó hace rato de ser cosa poco común. No hay demasiada extravagancia o esoterismo en el sonido de este disco, Muchachito roto no viene del futuro ni de una dimensión desconocida o inédita (a estas alturas de hiperreferencialidad digital el adanismo no solo no es posible, ingenuo o ampuloso, no es cool). Lo novedoso, o lo cool, es el particular tejido/collage logrado por Pedro Bonfim y compañía: la forma de juntar piezas, de “robar” artísticamente, de jugar con referentes y recursos e invitar no solo al disfrute auditivo de las canciones, sino además, y a la vieja usanza del álbum conceptual,  elaborar teorías a propósito del disco (pero con la ayuda de pistas digitales sembradas por la propia agrupación), teorías/chistes sobre sus sujetos-personajes, lo “ecuatoriano” (eso que Lolabúm en un mismo gesto tacha y a la vez subraya) o la banda misma.

El origen de Lolabúm es ese cajón llamado indie rock: en El Cielo, su primer lanzamiento, querían sonar a Macho Muchacho o al disco Reflektor de Arcade Fire. Por lo general, la postura rockista sostiene que el rock es una música “auténtica y genuina”, apta para descalificar a otros géneros por considerarlos como artificiales o sin tradición. Basta recordar la frase de Charly García durante los Premios Gardel: "Hay que prohibir el autotune”. De eso se trata el rockismo: una ideología cerrada que rechaza las nuevas formas de producción musical. Sin embargo, también se ha visto una cuestión política como parte de este debate. Para quienes lo impugnan, el rockismo defiende los valores del hombre heterosexual blanco, su reacción frente a géneros populares como el hip hop, el pop o el reggaetón surgirían, así, a partir de un rechazo a las minorías y a las diversidades sexogenéricas.

La música, las letras y los videos, en suma, el discurso de Lolabúm, pueden entenderse, más que como un puño militante, como una propuesta LGBTIQ+ friendly. Si bien el valor de su trabajo no depende únicamente de eso, la banda se ha preocupado de generar lecturas distintas de lo que es o lo que hace una banda. Así, no solo presentaron su disco en el emblemático Blues, renovada discoteca asociada a otras generaciones (¿un gesto muy rock?), sino que además han mostrado Muchachito roto en sesiones de escucha con público. El programa es más parecido al lanzamiento de un libro que a la presentación de un disco, se trata de oír las canciones y conversar. La palabra “interpretación” cambia de sentido: en estas ocasiones la banda no se arma de instrumentos para tocar (interpretar) su música, sino que pone play a las canciones para una escucha en conjunto que da pie a la interpretación colectiva.

Lolabúm, con Bonfim como cabeza y compositor principal, se mantiene atento a las mediaciones, al mundo del arte y la música-entretenimiento como intersección (más o menos estratégica) de registros. En vivo, Bonfim le habla al público con ironía, con toques entre didácticos y divertidos, repetidamente lo hace en segunda persona: “¿qué opinas?, ¿qué quieres oír?” …  Al llevar, de este modo, al plano literal el diálogo, el “de tú a tú”, entre el grupo y su público, hace hincapié en la rotura comunicada (dolor + gozo) de la que trata el disco. Cumbia, ritmos brasileños, beats neo-reggaetoneros, guitarras acústicas y teclados hacen del disco un playlist en el cual predomina cierto desparpajo pop. El ingenio de las letras de Bonfim sigue aprovechando el humorismo pero con un toque lúdico o hasta absurdista que parece venirle de un replay pospandémico a los géneros urbanos. Nidi fue el origen del disco, la canción que dio pie a todo el trabajo sonoro que se llegaría a ser Muchachito roto: “Yo soy tu Tamagotchi, te extraño cada noche, dame de comer, que si no me muero, que si no me muero”. Esta demanda de atención, que podría leerse como lamento, se escucha casi como una celebración pero además puede recibirse en otros planos: se habla de una relación amorosa pero quizá también de la trama digital donde la atención es la nueva moneda (sobre todo para quienes viven de crear “contenido”, ya sea música, texto, imágenes o video).

Si el muchachito roto es un personaje (semi)ficcional, si las voces del disco son su voz o un extracto con soundtrack de su monólogo interior, la canción Alegrías computables (en la que Bonfim menciona a Bonfim) sería la que cifra la aparente contradicción de festejar aquello roto, el sufrimiento como alegría conjugada en pasado o como la pregunta por las posibilidades de la conjugación tiempo-cuerpo. No obstante, aunque suene a perogrullada, también puede decirse que el sonido mismo es el personaje protagónico de este disco trufado de episodios autorreferenciales. El sonido no como materia transparente de lo trabajado/interpretado en una sala de grabación, el sonido más bien como un territorio que halla y pierde su propio mapa en el tramado que va armando cada canción y sus conjunciones.

NANA: Un apapacho para quienes enfrentan al ladrón de los recuerdos/Fausto Espinosa Soto

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EL D (R) AMA DE LA DESFEMINIZACIÓN/Santiago Ribadeneira Aguirre

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