DE LA COLONIALIDAD DEL CUERPO AL CUERPO ANIMAL LATINOAMERICANO | Xavier Delgado Vallejo
(Intervención en el conversatorio sobre la Identidad de la Danza Ecuatoriana, organizado para el X Encuentro Internacional de Danza A cielo Abierto)
No es lo mismo pensar/bailar el cuerpo desde la periferia, que desde la centralidad. (Verónica Urquizo. Estudiante de la Carrera de Danza)
Al reflexionar sobre una categoría de Danza Ecuatoriana, lo primero que pienso, es en la hibridación cultural, simbólica, lingüística, artística y corporal que nos plantea Canclini en sus Culturas Híbridas; convocándome a mirar lo que sucede en la danza como una categoría amplia, que trasciende lo que acontece solamente en la danza escénica. Observando/me sobre otros modos de entender la danza, que se impregnan y contaminan de una serie de tensiones entre lo tradicional, lo contemporáneo, lo mestizo, lo urbano, lo blanqueado, lo indígena, lo afro, lo queer, lo validado y lo excluido en las categorías de la danza y el arte en general.
Desde mi ejercicio como bailarín y creador, considero que la danza ecuatoriana y latinoamericana está en la búsqueda y en el intento comprometido con des-colonizar los cuerpos y las estéticas. Que hay una diferencia temporal importante en: ¿Cómo se concebía la danza cuando yo era estudiante dentro de los espacios de formación, creación y producción? Y de cómo se piensa esa transmisión de prácticas/conocimientos en la actualidad.
Considero que se han puesto en discusión las hegemonías corporales y esta imagen de lo bello, si bien no es algo que se ha transformado del todo, se han generado preguntas importantes para replantear la danza, la construcción cultural, semiótica y sintagmática de nuestros cuerpos; corporeizando nuestras diferencias, nuestras anatomías, nuestras historicidades, nuestros contextos. Realizándonos Preguntas que están resonando en la escena Independiente y en las tres carreras universitarias de danza que hay en el Ecuador, por citar unos ejemplos.
La Cultura es una construcción dinámica que florece de las migraciones, las movilidades, los intercambios; pero ese florecimiento no se da en la imposición de una cultura sobre otra, de una técnica o lenguaje sobre otro.
Cuando inicié en la danza hace más o menos 22 años, existía un sesgo bastante fuerte de modernidad en las formas de concebir el cuerpo, en un contexto marcado por la influencia del ballet, la danza moderna, sobre todo mexicana, las formas, la mimesis de estructuras aprendidas, el bailarín que repite, la imagen del coreógrafo como genio creador y dotado de autoridad, las violencias y las estructuras de poder, siendo todo esto un reflejo de esta colonialidad. Que no solo era parte de la danza, también de los procesos educativos, políticos, culturales y cotidianos, donde había este anhelo de progreso o de parecernos a las grandes compañías del primer mundo, recuerdo en esos años haber escuchado constantemente la necesidad de crear una escuela nacional de danza, una identidad nacional, ¿Pero que era nacional, o de que identidad se hablaba?
La idea de ecuatorianidad para mí era difusa, para mí, una marica en ese entonces penalizada, el concepto de país/nación era lejano y ruidoso, esa ecuatorianidad masculina del futbol, esa ecuatorianidad de la guerra del Cenepa, esa ecuatorianidad unívoca, macha, blanca, no me representaba. Mucho menos ahora, tampoco a mi manera de concebir mi cuerpo o mi danza, estas ideas y preguntas decantaron años después en la fundación de Colectivo Zeta y de Espacio Vazio.
La danza evoluciona como evoluciona el pensamiento; las maneras de cómo nos movemos están ligadas intrínsecamente a como pensamos, o en algunos casos en el sistema que nos obliga a pensar nuestros cuerpos. Como nos movemos esté ligado a nuestra intimidad y a las memorias de ese cuerpo-niño que aprende o es reprimido, moverse responde a nuestros deseos y sueños, a nuestra relación con nuestros contextos.
No es lo mismo hacer danza contemporánea en Quito, que hacer danza tradicional en la amazonia o encarnar a un danzante de Pujilí. Si bien hay una línea técnica que los atraviesa a todos, hay un sistema de poder y validación que los divide, o los folkloriza, eso también es parte de nuestra identidad o contra identidad.
En estos años la cartografía de mi danza ha cambiado, la cartografía de la danza que me rodea también , las preguntas son distintas; no es que seamos una mejor generación, nuestros padres de la danza tuvieron luchas bastante fuertes, como por ejemplo, hallar las maneras de posicionarse en un país donde al arte y la danza no eran tan importantes en las esferas de la alta cultura, tenían que crear espacios, escuelas, luchar por su existencia material, blanquearse un poco para ser parte de circuitos internacionales.
Hay cosas que no han cambiado aún, pero nuestras búsquedas han sido otras, aparecen nuevas palabras como: Otredades, Cuerpo otros, alteridades, conceptos que se encarnaron de la sociología y teorías de género contemporáneas; se vislumbran las palabras: Investigación-Creación, Creación Colectiva y no es que antes estas prácticas no existían, solo que a la par del desarrollo de un pensamiento latinoamericano, transfeminista, transversal, transcultural, hemos comenzamos a nombrarlas y/a empoderarnos, pensadores como Jorge Dubatti que nos convocan a empoderar nuestras prácticas y nombrarnos como artistas investigadores o Caro Vásconez y su infundia, dándole un lugar al conocimiento del arte y del cuerpo, como parte transcendental en la búsqueda de otras maneras de relacionarnos como sociedades, quebrando los paradigmas cartesianos y violentos de la modernidad y la colonialidad que impone fronteras subdivide, cataloga una cultura, un arte, una obra, un creador, un cuerpo, una visión, como mejores que otros y no como diversos de otros, dando paso a un pensamiento fenomenológico de la vida en movimiento.
Al pensar en identidad de la danza y la escena me pregunto: ¿En qué lugar de la escena nos posicionamos, en qué lugar de la escena nos posicionan?
Es una pregunta importante mi Identidad, identidad para mí no fronteriza, identidad para mí de espejo y reflejo, de radiografía, de auto cartografía, identidad de mirar hacia adentro, de mirar con profundidad y remover, esa identidad que se construye de la afirmación de saber quiénes somos, de nuestras propias tradiciones, unas más sólidas, otras más hibridas o barrocas que otras.
En este punto creo es importante cartografiar también los lugares de producción de la danza en nuestro país, donde por un lado, existe una producción institucional que crece, con la creación de nuevos elencos, por otro lado, la agonía aparente, necesaria de instituciones caducas y violentas como el Ballet Nacional del Ecuador.
¿Pero, hemos aprendido del pasado? ¿Es necesario realmente generar mega estructuras para la danza? Como docente universitario/independiente, absolutamente sí. Pienso hay que generar nuevas plazas laborales, esto es vital para dignificar nuestro oficio.
Pero con el crecimiento es necesario plantear las políticas y conceptos para crecer, sin aplastar a los pequeños, a los que viven de dar clases, las instituciones de producción de danza en general deben preguntarse cómo gestionar la gratuidad y focalizarla, desde qué lugares se piensa esta construcción identitaria.
Como artistas, creadores, creadoras, bailarines, bailarinas, es necesario entender que lo institucional sin estigmatizarlo, responderá a producir, reproducir, transformar a políticas culturales y políticas del cuerpo, los discursos más normativos del estado y del poder. ¿Es posible un cuerpo gordo, trans racializado, en las estéticas de las compañías nacionales o maneras más ortodoxas que se replican en conservatorios o institutos de formación? Evidentemente aún no hay cabida.
Pero también esa institucionalidad es necesaria, ha sido fundamental para la existencia de nuestra danza, su crecimiento, su difusión masiva, la inserción de su importancia en la política pública, evidentemente respondiendo a los criterios cuantitativos de las industrias culturales. Los elencos están en la obligación de masificar la danza, llevarla a territorio, es una tarea que solo es posible desde estructuras como estas.
No es una lucha contra las instituciones, es la necesidad de reflexionar juntas, subvertir colonialismos culturales, en nuestro país la institucionalidad y la independencia son muy cercanas, la mayoría de mi generación hemos dado saltos entre la una y la otra, o ambas, como es mi caso, como una estrategia de supervivencia y crecimiento, habitando en las fronteras de ambas; cosa que ha tenido sus potencias, valores y devenires.
¿Qué cuerpos son los validados por la escena y que discursos? Me preguntó Marx Muenala el otro día. Ciertamente mi respuesta fue: “En la Escena Independiente” hay cabida para hacer, producir, construir lo que quieres. Pienso que allí hay un espacio donde ya coexisten otredades y cuerpos no normativos, no en todos los espacios obviamente
No planteo en esta conversación que las instituciones sean estructuras macabras, a mí me han dado/quitado mucho, más bien, busco teorizar porque la ruptura, la atemporalidad de los conceptos imperantes, siempre viene de la grieta, de los espacios liminales, de los accionares pequeños que vienen desde las micropolíticas, donde esas uniones y agrupaciones como el Zeta, el Pez Dorado, El Talvez, Agujero Negro, Artemiza danza, Planos Inclinados, Triskel, los Gatos de Nijinsky, las Brumas y otras agrupaciones (muchísimas más), se construyen desde afectos y maneras de organización, creación y producción que se construyen en las frontera de esta ecuatorianidad, procesos que tienen como referentes lo que fue en su tiempo sería el Frente de Danza Independiente, El Arrebato, Muyacán.
La historia social es una espiral que va y viene, en la escena independiente para iniciar los procesos se realizan preguntas profundas y procesos de investigación laboratorial para la creación, laboratorial en su sentido más amplio, prueba, error y donde se permite equivocarse y también fracasar, no siempre llega a ser obra, pero si experiencia.
Lo que ha generado división y problematizado construir una identidad en coexistencia de los otros, no es la existencia de varias vertientes, si no la inexistencia antes, ahora la no aplicación de políticas culturales claras y democráticas, para ejercer nuestra danza desde la institucionalidad o la independencia en igualdad de condiciones, recursos o circuitos de circulación.
El Cuerpo Animal.
He tenido el privilegio de trabajar en Espacio Vazio durante diez años, mirando transitar cientos de bailarines, profesoras, profesores, coreógrafas, coreógrafos, cada uno de ellos con sus preguntas, pero existe un condicionamiento para ser profesor en nuestro espacio y es plantear preguntas, investigar, cuestionar maneras más cerradas de entender el cuerpo.
Percibo una identidad que recorre este tiempo de la danza, no solo en el espacio, en los grupos independientes, en la carrera de danza, estando en el proceso de entender nuestros cuerpos, ya no desde la repetición o imposición de técnicas o estéticas, si no en la posibilidad de reflexionar y buscar maneras amables “anatómicas, respetuosas, críticas” de construir lenguajes propios.
Obras que están más cercanas ahora a la improvisación o composición en tiempo real, lo digo porque ese también ha sido el proceso en mi propia creación coreográfica en el colectivo Zeta, observo esto constantemente en la escena local, una escena cada vez más expandida a la inter y transdisciplinariedad, que se alejan de los espacios convencionales de representación en la búsqueda de un espectador más participativo y una relación horizontal entre la obra y los públicos.
Durante todos estos años he escuchado de múltiples creadores latinoamericanos hablar de esta búsqueda del cuerpo animal, ¿Pero de que animalidad hablamos? ¿A qué se refiere pensarnos desde esta perspectiva transhumana? Desde mi perspectiva esta coincidencia en esta imagen representa una filosofía de pensar nuestra esencia más primigenia y orgánica, el cuerpo que cae, se levanta, camina, presiente e intuye, el animal que acciona en manada/colectivo, el cuerpo desobediente y emancipado, el cuerpo que excava en su memoria ancestral, el cuerpo que no se representa, si no, que se presenta en su vulnerabilidad.
Hay un pensamiento decolonial y libertario en Latinoamérica y gran parte de su danza, comprensiones holísticas y somáticas sobre el cuerpo, el entrenamiento, la creación y sistemas de producción. Pensamiento que se está irrigando en las carreras de danza del país, en los centros de formación independiente, que acciona aun tímidos en las compañías nacionales, esa apertura dará frutos y flores, para construir una identidad rizomática, que le dé más prioridad a la investigación que a la reproducción, que cuestione la mimesis o la apropiación cultural que son parte de una herencia hegemónica y populista.
Hay que romper la tradición de blanquear la danza urbana, la danza tradicional, el entrenamiento siempre atravesado desde una mirada clásica y dejar atrás el drama burgués de nuestras dramaturgias corporales, entender lo contemporánea como una filosofía de trasgresión.
¿Dónde bailaremos en el futuro, se preguntan las nuevas generaciones? Respondo donde ustedes puedan imaginar, construir y gestar. (De una conversación con Jesica Pozo, estudiante de la Carrera de Danza).